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1. ¿Cuáles son los fundamentos teóricos y
estéticos de la Antología generación del 60 o de la dolorosa diáspora?
Partamos
por la definición del término “Diáspora”, que ha sido usado y abusado, a veces,
para tener una percepción de esta situación social e histórica: “f. Dispersión
de un pueblo por varios lugares del mundo, en especial la comunidad judía: la
diáspora continúa presente en el pensamiento judío actual. P. ext., dispersión
de un conjunto de personas.” No quiero dejar fuera la idea de la diáspora que
atañe principalmente a la comunidad judía, al pueblo elegido de Dios como un
castigo que nunca terminamos de comprender, un término que no se ubica en sus
inicios con la Shoa, sino que tiene
unos orígenes más remotos y complejos, y que además se relacionan con uno de
los peores castigos culturales, literarios y conceptuales de la sociedad
occidental en la que nos ubicamos en tanto ethos
y sujetos. Entonces, si analogamos a una generación literaria, la llamada del
60, aun en términos orteguianos, los mismos que adaptó Cedomil Goic para
nuestra periodización literario tanto del siglo XIX como del XX y, por qué no
el XXI, que ahora padecemos, tenemos como resultante un período espacio
temporal literario, para nuestra pertinencia poético, que se ubica entre las
décadas de los sesenta y los comienzos de la década de los setenta: fue, en
efecto, al comienzo, un período bullente de rasgos y miradas utópicas e
idealistas, en el cual los referentes más importantes eran la construcción de
un “socialismo real”, cuyo mayor
referente fue la Revolución cubana de Fidel Castro. Y también las revueltas
revolucionarias de Nanterre, en Francia, Tlatelolco en México, San Francisco en
USA, y un no bien poco etcétera. Pero ya sabemos en qué terminó toda esta
primavera tanto estudiantil como obrera e intelectual. Quedan nombres como los
de Sartre, Cohn-Bendit , Foucault, y otros que dejaron importantes visiones de
mundo y teorías de la dominación, el control y las formas paradójicas que
adoptan muchas veces los deseos libertarios. Creo que la generación del 60
poética, en Chile, no sólo adscribió al momento utópico que vivía Occidente,
sino que también no confundió poesía con panfletarismo, y desarrolló una
estética compartida, grupal, que heredó mucho de la tradición de la generación
del 50, sobre todo Uribe – el más cercano aunque ahora no se lo considere tal,
y, Lihn y Teillier-, en una propuesta de más continuidad que de ruptura,
pensando en los término de Octavio Paz propuestos en su libro Los hijos del limo. Ahora, posteriormente no sólo vino la debacle
mundial en relación a la Utopía mundial, sino también hispanoamericana y
chilena, donde en casi todo el continente y en particular en nuestro país se
instalaron dictaduras militares, férreas y sangrientas. De esta manera pienso
que la generación del 60 tuvo dos momentos: el utópico y el de la diáspora, el
de la esperanza y el del desengaño: a este último podemos denominarlo como el
de la diáspora, considerando que no sólo se produjo esta dispersión por
múltiples países de nuestros poetas de la época, sino también una suerte de
silencio interno, de resguardarse ante el peligro de muerte, cárcel, o también
ese castigo del exilio interno, llamado “relegación”, tan bien expuesto en el
filme “La frontera” De Ricardo Larrín, fenómeno literario que posteriormente
Grínor Rojo llamó en “in-xilio”.
2. En un artículo de la revista Mapocho, sostienes que eres un poeta
inmerso en el proceso, involucrado y sin una teoría concreta. ¿Sigues
observándote de esa misma manera?
Sí.
Pero debo hacer al respecto algunas consideraciones. Cuando afirmé en el texto que
recuerdas de la revista Mapocho, de
la que era y sigo siendo Secretario de Redacción, me refería a la subjetividad
del sujeto de la enunciación del texto: me explico: estaba hablando sobre no
sólo la generación del 60, sino que también y sobre todo de la mía, llamémosla
del 80 sin entrar en detalles que sería complejo aclarar aquí. Es decir me
situaba como un sujeto involucrado directamente en aquella praxis poética, lo
que me restaba objetividad teórica para distanciarme y hablar desde un locus específico que apelara a una
teoría también específica, la cual por antonomasia es inevitablemente
distanciación del objeto apelado, que es situación sine qua non de toda teoría que se diga científica y seria. Y yo
estaba dentro, muy dentro de ese objeto en tanto sujeto productor del mismo.
Por eso lo que quise expresar era no que careciera de un aparato teórico para
dar cuenta de mi situación como poeta involucrado directamente en lo que
pasaba, sino que no podía arrogarse esa objetividad propia de la teoría, porque
estaba, por decirlo metafóricamente, en el ojo mismo de huracán.
3. ¿Cuál es la relación que puedes establecer
entre la labor de seleccionar y antologar con la crítica literaria?
Aquí
habría que especificar claramente qué entendemos por crítica literaria. Si
aquel conjunto de elementos conceptuales que terminan por configurar una
propuesta analítica y fenomenológica en torno a un objeto cultural, en este
caso la poesía, es decir si me sitúa en un posible teórico digamos
estructuralista, formalista, de la teoría de la recepción, psicoanalítico lacaniano,
feminista, o dentro de los llamados estudios culturales, posmoderna,
etcétera, podría afirmar que me hago de
una batería teórica que puede ser aplicada de distintas maneras y que también
puede ser recusada por otras ubicaciones dentro de esta misma batería. Depende
del uso que haga de ella, y creo que esta batería teórica es más pertinente de
la discusión académica en la que no me sitúo del todo para establecer la
práctica de inclusiones y exclusiones que implica toda y cualquier selección
antológica, y que tiene que ver más bien con la mirada siempre incómoda de
configurar un canon. Configurar un canon es incómodo e ingrato, porque tiene en
su raíz misma un estatuto de poder que arrogárselo individualmente es
arbitrario, riesgoso e incluso prepotente. Venga de donde venga, y con las
intenciones que tenga. Por eso creo que una antología opera mejor con una
tríada de seleccionadores, ya que se confrontan no sólo miradas de calidad y
gusto poético, sino de heterogeneidad en el momento de la selección, lo que a
veces puede aparentemente dar un resultado contradictorio y paradójico, pero es
menos unilateral.
4. Ante la crisis de discurso y de referentes,
donde pareciera que todo lo media el mercado ¿Qué función cumple el antologador
y por tanto las antologías?
La
verdad es que no creo que haya tal crisis discursiva y referencial donde todo
lo medie y determine el “mercado”. Si fuese así estaríamos realmente jodidos.
El mercado es un medio mediante el cual se ponen en juego valoraciones que
están y van más allá de lo cultural: un DVD, un refrigerador, un automóvil.
Claro el mercado también puede actuar y determinar incluso hasta premios
nobeles y movimientos literarios, desde la industria editorial; pero no es tan
simple. Por ejemplo, decir que el boom
latinoamericano de los años 60 fue sólo un producto del mercado editorial
español, y que Vargas llosa, García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar
fueron “productos” impuestos por Seix Barral me parece una aberración y una
falta de comprensión supina de lo que, por otro lado, te está diciendo la
crítica literaria, ya sea académica o informal. Por otra parte no hay tal
crisis de discursos y referentes fuera del mercado: esa es una mirada y
concepción de nuestros procesos culturales y literarios bastante sesgada e ideológica.
Hay el discurso y los referentes de las universidades y la academia, están los
referentes de los críticos y filosóficos, de los teóricos e intelectuales. Por
favor. Si estamos en una sociedad donde ya se fueron al diablo el discurso y
las referentes como las llamas, ¿qué han
hecho todos estos años un Gabriel Said, que ha escrito mucho respecto al papel
del intelectual en nuestra sociedad, o Vargas Llosa, Alan Pauls, Octavio Paz cuando vivía, George Steiner,
Néstor García Canclini, Grínor Rojo, Carlos Ossandón, Bernardo Subercaseux,
etc? Ahora pasando a la función que cumplen –o cumplirían- el antologador y las
antologías, es dar cuenta de un proceso literario y de sus creadores. Por
supuesto que ojalá desmarcados de toda instancia de poder, hasta donde se
pueda, o sea dar la lucha contralas instancias de poder que quieren crear un
canon por mor de este y además obnubilar voces que ya sea motivos ideológicos o
de camarillas literarias –lo peor-. O sea, la respuesta final sería: abrir,
multiplicar y reorganizar el canon desde una instancia que no sea la del poder,
ningún poder.
5. En el artículo antes citado (revista Mapocho) sostienes que la generación del
60, tiene su continuación histórica en la de los 80 a pesar del quiebre y fraccionamiento,
¿En qué fundamentas dicha afirmación?
Creo
nunca, a menos que surja de una crisis de las mismas propuestas estéticas (como
por ejemplo el papel de las vanguardias en relación a casi todo lo anterior)
los quiebres en una tradición son tan irrevocables y fatales. Finalmente, los
poetas que empezamos a escribir a comienzos de los años ochenta, necesitábamos
conocer, valorar, leer, interactuar con nuestros precedentes literarios: y,
evaluar la situación ética y estética, escritural y vital: hubo
fraccionamientos y quiebres, claro, pero también diálogos y continuidades. Para
dar un ejemplo: un libro como La cuidad
de Gonzalo Millán tiene mucho más de continuidad que de ruptura con Anteparaíso de Zurita o La Tirana de Diego Maquieira. Y si debo
apelar a la experiencia personal, creo que mi poesía ha hallado más referentes
de continuidad con poetas como el mismo Millán, Hahn, Waldo Rojas y Manuel
Silva Acevedo, todos de la generación del 60, que muchos de mi propia
promoción.
6. ¿Cómo se pasa de la intuición de la
diáspora a plantearse la idea de integrar a escritores cuya vida y producción
literaria se ha hecho lejos del país, producto del exilio?
Creo
que, por lo dicho más arriba, diáspora y exilio son dos fenómenos si bien
cercanos, que guardan algunas
diferencias. Hay poetas, por ejemplo, que comenzaron a escribir en el exilio, y
otros que optaron por el exilio, aunque suene duro. Pero ambos fenómenos y
opciones no son excluyentes para cuando, ya a estas alturas del siglo XXI,
debes o quieres estructurar una antología de poesía chilena de los períodos a
los que nos referimos: las primera antologías –notables todas ellas- que se
hicieron durante los inicios de los años 80 -Entre la lluvia y el arco iris, Poetas
de ida y vuelta de Soledad Bianchi, o
la de Steven White o Erwin Díaz, - no se preguntaron por esa
integración, ya que lo que se quería lograr era justamente la integración de
exilio y diáspora, de poetas de dentro y de fuera, porque finalmente todos
estaban, estábamos, escribiendo y hablando, desde distintas y múltiples,
afortunadamente, maneras de situarse en el discurso poético. Y qué bien por esa
gran heterogeneidad que dio una pelea plural y
amplia contra la golpeada historia chilena e hispanoamericana.
7. Crees que con este trabajo, entre otros,
se comienza a saldar la deuda cultural que se tiene con la producción de los
escritores chilenos de la diáspora.
No,
claro que no, esa deuda es una deuda histórica y vital más que literaria. Una
deuda de silencio y represión, de tortura y de muerte, de vejación y mordaza
que ninguna antología habida y por haber podrá saldar.
8. Has
percibido reacciones frente al trabajo que realizaste junto a Lila y Teresa
Calderón o es muy temprano aún para evaluarlo.
La
verdad es que hasta ahora no se ha escrito nada. Ni adhesión o rechazo en la
prensa ni en revistas académicas ni en otros medios. Me extraña. Porque una
antología que se propone en su primer tomo ampliar el canon de los 60, mostrar
el proceso traumático inicial de la poesía bajo la bota, más allá de quién la haya
pergeñado debería tener respuestas, ya sean positivas o negativas, de adhesión
o de rechazo. El silencio, la obliteración es lo peor, es baja, es tonta. Ya
sea porque hayamos sido nosotros los autores, lo que no me extrañaría nada,
pero acá yo pido valoración y justicia para los poetas antologados en este
primer tomo, los de la diáspora.
9. El proyecto junto a editorial Catalonia
continúa ¿Hacia dónde apunta y cuáles son los límites?
Sí,
continúa. Brevemente: tenemos los tomos que antologarán la generación del 80 y
el 87 y, finalmente del 90. Tanto la editorial como nosotros, los
antologadores, y sobre todo, los poetas, que ya en su mayoría han sido
contactados, han respondido con entusiasmo y confianza en nuestro y trabajo. Lo
cual se agradece.
10. Desde la aparición de Internet, ¿Será
posible elaborar una antología en el
ámbito literario, sin considerar el texto virtual?
No.
La virtualidad ya llegó y para quedarse. Este no es un juicio ni positivo ni
negativo. Sólo una certeza y una realidad. Esperemos que sea para mejor.
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