BENJAMIN
GONZALEZ GUZMAN, 17 AÑOS.
Don
Jorge Toro Beretta,
Rector del Instituto Nacional
Don
Raúl Blin Necochea,
ViceRector del Instituto Nacional
Doña
Carolina Toha Morales,
Alcaldesa de la comuna de Santiago
Padres,
apoderados, amigos y compañeros
Autoridades
Varias y Vagas
Tengan
todos ustedes, muy buenos días.
Antes de
comenzar a leer estas líneas, con motivo de la Licenciatura de los Cuartos
medios 2012, mi generación, me gustaría pedir perdón. Perdón a quienes
después de revisar un discurso que yo envíe semanas atrás me
autorizaron y dieron la oportunidad de leerlo aquí frente a ustedes. Disculpas
porque las páginas que hoy leeré, son distintas a las de ese
borrador. De otra forma no me hubieran dejado hacer este discurso. Disculpas y
espero puedan entenderme.
Cuando me
embarqué en la tarea de hacer un discurso con motivo de la Licenciatura, me
encontraba con más dudas que certezas. ¿Qué digo? ¿Cómo, en cinco minutos,
resumir mi paso por este colegio? ¿Cómo, en un discurso, intentar
plasmar siquiera en su uno por ciento, la gama de sentimientos que poseo hacía
El Nacional? ¿Cómo redactar algo, lo suficientemente digno para tan importante
día?
En primera
instancia, intenté hacer algo similar a los discursos que he escuchado, como
presidente de curso, cada diez de agosto, en las ceremonias de aniversario del
colegio. Hacer un breve repaso de la historia del colegio. Mi idea
era empezar diciendo que el Instituto Nacional fue fundado como una obra del
gobierno de José Miguel Carrera en 1813, tras la fusión de las casas de estudio
del periodo colonial. Luego, tras la ofensiva de la Corona española por
recuperar sus posesiones en América, e identificando al Instituto Nacional como
un símbolo de la soberanía y la lucha por la emancipación, deciden
clausurarlo. Bernardo O’higgins, cinco años después, con la Independencia ya
asegurada, lo reabre para seguir funcionando, sin interrupción, hasta nuestros
días.
También
pensé recordar que han sido Institutanos, 18 presidentes de la República de
Chile. Entre los que destacan nombre como Pedro Aguirre Cerda, José Manuel
Balmaceda y, el poco mencionado en los discursos, Salvador Allende.
Pero no. Hoy no
vengo a repetir ni recordarles lo que ya todos sabemos. (Para más información
leer el artículo del Instituto Nacional en Wikipedia, muy interesante) Ni
tampoco vengo a hablar en representación de todos ustedes, ni siquiera
represento, como presidente de curso, la voz de mis compañeros. Cosa que no
quita, que puedan hacer suyas estas palabras. Así como en la televisión,
advierto: Las opiniones vertidas en este discurso no representan necesariamente
el sentir de mi curso, familia, amigos ni colegio. Este discurso me
represente a mí y solo a mí. Yo soy su único responsable.
Hoy, vengo
hablar de aquello que todos como Institutanos callamos. De aquello que la
historia oficial prefiere olvidar y dejarlo fuera de lo público. De aquello de lo
cual todos somos culpables: las autoridades por ocultarlo bajo el manto de la
tradición o el amor a la insignia, los Institutanos fanáticos que abalan y
defienden irracionalmente conductas que rozan en lo enfermizo y los
Institutanos que reconociendo la enfermedad, no hacemos nada al respecto: ni
irnos del colegio, ni intentar cambiar algo.
Cuando entré
en séptimo básico y me dijeron que el gran Instituto Nacional llevaba 193 años
de vida, saqué la cuenta y pensé que si no repetía ningún año saldría para el
aniversario 199. Un año antes del famoso Bicentenario. Hace 6 años me dio
tristeza e incluso, un poco en broma un poco en serio, pensé que sería una
buena opción repetir para ser parte de la “Generación Bicentenario”. Hoy,
con la perspectiva que el tiempo me ha dado, considero como un símbolo de mi paso
por este colegio el salir un año antes de la Gran Fiesta: nunca me he sentido
lo suficientemente Institutano como para soportar un año entero de chovinismo
Institutano. Incluso, fue uno de los argumentos a favor cuando decidí pasar de
curso el año pasado, el no estar aquí para el bicentenario. ¿Por qué?
Recuerdo
claramente el segundo día de clases del 2007, cuando llegó una profesora, y nos
empezó a contar la historia de este colegio, además de decir que del Instituto
Nacional han salido 18 Honorables Presidentes De La República, nos comentó que
también habían salido de esta institución importantes forjadores de la patria,
que cuando nos pasaran Historia de Chile en segundo medio sabríamos. Sin
embargo, luego de que en el preuniversitario me pasaran Historia de Chile (en
el colegio no la vi más de un mes), reconozco que la profesora obvió
el contarnos varios detalles.
Detalles
como que entre los 18 presidentes de Chile, no son pocos los que tienen las
manos manchadas con sangre de este pueblo. A modo de ejemplo, Institutano fue
Pedro Montt Montt, presidente de Chile que dio la orden de asesinar a 3.500
salitreros en el Norte Grande, conocida actualmente como la mayor matanza en la
historia de nuestro país (después de los 17 años de dictadura, claro) hablo de
La Matanza de la Escuela de Santa María de Iquique. También a mi profesora
se le olvidó mencionar que Institutano fue Germán Riesco Errázuriz, presidente
de la República en el periodo del auge de la “Cuestión Social” destacando la
matanza a raíz de la Huelga de la Carne, la cual dejó un saldo de más de 300
muertos en las calles del centro de Santiago. Previamente, destacan dos tristes
hechos en la historia de Chile en que Institutanos también han sido actores
principales. Fue un Institutano Manuel Bulnes Prieto, quien sofocó la
Revolución Liberal de la Sociedad de la Igualdad, causando decenas de bajas.
Fue Institutano también, Aníbal Pinto, presidente de Chile, quien nos condujo a
una absurda guerra contra nuestros hermanos peruanos y bolivianos por intereses
oligarcas. Esta guerra, la Guerra del Pacífico, causó 3 mil bajas en Chile y
más de 10 mil bajas en los países vecinos.
Diego
Portales también fue Institutano. Para todo el que sepa un poco de historia,
cualquier aproximación resultaría vaga en tratar de explicar las obras de él.
Prohibió, so pena de cárcel, el participar en chinganas. Instauró una nueva
forma de castigo para los “criminales peligrosos”, azotes públicos. Conocida es
su frase: "Palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son
los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por arraigadas que sean
sus malas costumbres.".
Pero, para
terminar con este breve, recorrido histórico por la “Historia no contada” de
los ilustres Institutanos, quisiera concluir con un deseo: El próximo año hay
elecciones presidenciales. Ojalá el número de presidentes Institutanos no
crezca hasta los 19. Me daría vergüenza que Laurence Golborne, un Institutano
que hasta hace 3 años era Gerente General de Cencosud, (a saber: Jumbo, Paris,
Santa Isabel, Costanera Center, entre otros) consorcio que paga $4.072 de
patente al año, fuera presidente de Chile.
Más allá de
la falsa historia que nos han intentado vender del Instituto, el principal
problema que reconozco además funciona como parte básica, casi como un pilar
que sostiene todo este aparataje institucional: los mitos y tradiciones.
Recuerdo
cuando mi curso de séptimo básico conoció por boca de un profesor,
una famosa frase que terminó dando vueltas por la cabeza de todos mis
compañeros: “Errar es humano pero no Institutano” sin tener estudios algunos de
pedagogía, ni pretender hacer un análisis psicológico de la educación, me
parece que la pregunta cae de cajón: ¿A qué clase de profesor se le puede pasar
por la cabeza decirle eso a niños de 12 años? ¿Por qué intentar separar al
Instituano del humano común y corriente? ¿Tan inteligentes somos? Luego de vivir
6 años con esa frase, ¿Cómo se le explica a alguien que obtuvo 500 puntos
ponderados en la PSU? Y que salió con un NEM y un Ranking por debajo de la
media nacional.
Desde el
primer día que pisé este colegio, sentí como todos los dardos y las acciones
van dirigidas a un solo objetivo: el éxito. El éxito no como un instrumento
para un fin mayor y más noble (la felicidad, por ejemplo). Sino como la meta
final de la vida. Un éxito aparente eso sí, un éxito centrado sólo en lo
económico: ser puntaje nacional, estudiar una carrera tradicional, casarse,
escalar lo más alto posible en la empresa, comprarse una camioneta para pegarle
la insignia del instituto en el parabrisas. Como dirían los Fabulosos
Cadillacs: “En la escuela nos enseñan a memorizar: fecha de batallas pero que
poco nos enseñan de amor”. Amor a lo que hacemos, amor al prójimo, amor a la
clase o incluso a la humanidad. No, nada de eso. Sólo buenos puntajes para el
día de mañana comprarse la camioneta 4x4.
Frases como
esas son las que forman el carácter del general del alumno Institutano:
petulante, soberbio, chovinista y exitista. Personalmente, no es ningún orgullo
ser el colegio más odiado de los “emblemáticos” (y no me trago el cuento que
nos decían los profesores que es porque somos los más inteligentes o los con
mejores pololas) es porque de una u otra manera de verdad creemos que nosotros
no nos equivocamos: porque somos Institutanos.
En este
colegio desde que entramos, se nos ha inculcado el valor de la competencia y la
discriminación. Las evaluaciones tienen que ser individuales. Para que así, la
satisfacción del que se sacó un siete, sea personal. De él solo. Sin embargo en
la vida: ¿Qué actividad se puede desempeñar solo? Ninguna. Nos educan en una
burbuja idílica.
Cuando miro
hacia atrás, pienso: ¿Qué valores aprendí en este colegio? Si todos hemos sido
testigos de horrorosas frases estilo: “corran como hombres, no como maricones”
“asuman sus consecuencias como machitos” “al colegio se viene solamente a
estudiar” o “dejen la población en la casa” ¿Son acaso estas frases las que
corresponden a un colegio que se jacta de estar forjado sobre los valores de la
ilustración? No lo creo. Apropósito de los mismo, yo personalmente no he sido
testigo, y tengo la impresión que es una conducta que va en retirada, pero
hasta hace sólo un par de años, era común ver a un respetado y sacralizado
profesor de este colegio, echando alumnos de la sala por negro. O suspendiendo
aleatoriamente (Hacía formarse a un curso y decía: un, dos, tres: suspendido.
Un, dos, tres: suspendido) sólo para demostrar su hipotético poder en este
colegio. Ahora bien, de lo que sí he sido testigo, es de tratos abiertamente
homofóbicos por parte de profesores hacia compañeros homosexuales: “Este
colegio por gente como ustedes está como está, váyanse” y, en la misma línea he
sido testigo de de profesores pegándole a compañeros (no combos ni patadas,
pero sí empujones)
Estas son
algunas de las cosas que hacen que yo no pueda sentirme orgulloso, como me han
dicho que tengo que estarlo, de portar esta insignia. No podría sentirme
orgulloso de ir en un colegio que la sola idea implica discriminación. Si la
educación en Chile fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿Qué
motivo habría para la existencia del Instituto Nacional? Ninguna.
Si mi antiguo
colegio me hubiese ofrecido la misma calidad de enseñanza que el nacional, yo
no me hubiera cambiado. Pero me cambié porque no la ofrecía. Entonces, ¿Cómo
sentirme orgulloso de haber dejado a 40 ex compañeros pateando piedras en mi ex
colegio, para yo venir y “salvarme” de no patear –tantas- piedras? La sola idea
suena aberrante.
No puedo
dejar de mencionar lo sorprendente que fue para mí ver en la página del
preuniversitario Pedro de Valdivia (de los mismos dueños de la Universidad
Pedro de Valdivia, la cual tiene preso a su ex rector por el escándalo de las
acreditaciones) un aviso que decía que habían firmado un convenio con el
Instituto Nacional. El símbolo del lucro en la educación firmando un convenio
con el símbolo de la educación pública. Es así como el CEPAIN lleva a la
práctica sus comunicados “¿a favor de la educación pública? ¿Quién los autorizó
para usar el nombre del colegio, a quién le preguntaron?” Patético.
Para
concluir esta catarsis contenida por 6 años, me gustaría compartir con ustedes
dos anécdotas que me ocurrieron este año en el colegio.
Corrían los
primeros meses del año, cuando equis profesor preguntó en voz alta a todo mi curso:
¿Quién de aquí sabe qué es la comisión Valech o el informe Rettig? Ninguna mano
se levantó. Nadie de un cuarto medio humanista del “Mejor colegio de Chile” lo
sabía.
Y la
segunda, casi en la misma línea: El 11 de Septiembre del año que se
va, cayó martes. Día en el cual me tocaba por asignatura Historia electivo e
Historia Común. En mi interior, cuando me dirigía al colegio pensé
que por lo particular de la fecha, y por ser un curso Humanista usaríamos esas
3 horas para discutir respecto al tema. Craso error. Parece que era más
importante las Batallas Napoleónicas en historia común y la Ley de oferta y
demanda en historia electivo que las bombas de ruido que se escuchaban explotar
en el colegio a esas horas de la mañana. Comentando con unos compañeros en
el recreo la situación, recordamos que nunca, en los 6 años que llevamos en el
colegio nos pasaron el Golpe de Estado (donde, paradójicamente, murió un
Presidente Instituano). Es decir, haciendo el experimento que yo sólo sepa lo
que me han pasado en el colegio y nada más, no sabría quién fue Augusto
Pinochet en la historia de Chile. Repito: Cuarto medio humanista en el mejor
colegio de Chile.
Ahora bien
(aquí viene la parte emotiva) no podría ser tan hipócrita de sólo quedarme en
la crítica. Digo hipócrita porque yo postulé al nacional porque quise y me
quedé aquí también porque quise. Y es porque dentro de todo lo yermo aun
existen pequeños oasis fértiles. Profesores en los que se puede confiar una
palabra más allá de la materia oficial, profesores que entienden la educación
más que como un “motor de asenso social” y que conciben al colegio más que como
un preuniversitario de 6 años. Profesores de materias “no-psu” que luchan día a
día contra el sistema para darle dignidad a su ramo. Y creo que lo logran, sus
ramos son los más dignos de todos. Pedro Lemebel, un escritor chileno en una
crónica rememorando sus años en el Liceo Manuel Barros Borgoño lo describe
mejor que yo, cito: “Pero rescato de ese liceo, las clases progresistas que me
enseñaron política, filosofía, literatura, poesía y otras lecturas más allá del
horroroso Quijote en papel de biblia que después me lo fumé entero”. No daré
nombres, pues sé cómo funcionan las cosas en este colegio y no quiero que
vinculen a ningún profesor con este discurso, pero estoy seguro que ellos saben
quiénes son.
Paradocentes
que muchas veces te alegran el día con sus saludos y su disponibilidad
desinteresada y casi religiosa para ayudarte. Los tíos auxiliares que a las
7.30 de la mañana cuando llegas a la sala y están sólo ellos
barriéndola son tu primer “Buenos Días”, tías del Kiosko que nos prestaban
microondas cuando a mitad de año dejaron de funcionar los del casino, y en
general toda la gente que te conoce por tu nombre y no por tu apellido o número
de lista, a todos ellos: gracias, infinitas gracias y espero no se dejen
avasallar, porque sepan que tienen todo en contra.
Sin más que
palabras de agradecimiento para, como dije anteriormente, lo fértil dentro de
lo yermo, palabras de disculpas a los que me dieron la oportunidad de leer un
discurso, palabras de desprecio para quienes hacen de este colegio un
preuniversitario de 6 años deshumanizador, les digo a ustedes, compañeros de
generación: éxito, pero éxito de verdad, del que incluye felicidad y
crecimiento personal.
Y espero que
con estas palabras no haya herido su orgullo Institutano, si fuera así, cumpliría mi
deseo: “Sólo espero que el día de mi licenciatura, me reciban con
gritos de odio”.
Compañeros, hoy,
se acabaron los 12 juegos. Muchas gracias
.