Comentario de la poeta Malú Urriola
“Antes de partir hubo un sueño
ante mis ojos se desmoronaba una ciudad”
Así comienza Conjuro para detener el Temblor de Valeria Zurano. Un libro de poemas escrito desde la idea de la ruina de Walter Benjamin, una catástrofe amorosa que se parece en un punto al angelus Novus de Klee y el análisis que hace de éste, Walter Benjamin, con énfasis en los ojos vueltos al pasado: “El tiempo tintineando en las llaves”, versaría Zurano. Las llaves de una ciudad en ruinas: La del amor. Y la vuelta de giro al discurso amoroso tradicional: “El rescate de la mano que escribe de la mano del amor”.
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Pero, a cuál amor se refiere la poeta. En cuál amor ancla su poética. Si bien es cierto que hay un objeto de deseo ausente a quien la hablante se dirige e interpela con imágenes de rocas, sopas y fideos que esperan por alguien, un otro, que ha levantado o tirado sus murallas, para desandar su existencia.
Aquella altas murallas de las que hablaba Benjamin, en la poesía de Zurano, han completado su ciclo de obstáculos, de fortalezas, de límites y se han convertido residuos, rocas, piedras apiladas, metáforas del derrumbamiento, donde el corazón mismo, más que el órgano principal del sistema circulatorio, y tal como lo haya evidenciado antes Baudelaire es de piedra, está hecho con los materiales petrificados una historia de un proceso geológico, un ciclo litológico. La mano derecha, la que escribe, es la que posee los secretos de la noche y la libertad de transitar en medio de la ruina.
El amor perdido, perdido en tanto fracaso, no extravío, apunta tanto al objeto del deseo, como al propio amor sostenido entre la hablante y la poeta como materia individual. El abrazo que se recupera en las catástrofes de un sismo que tiene su epicentro en la mano que escribe. Cito:
Mi mano quedó encerrada en el pánico
en el círculo inexplicable del temblor
en la distancia que pronuncia la catástrofe.
La littera, la letra escrita en piedra es la que se va enconando en la imagen de la ruina. El perdón y la culpa por no inventar las palabras que muestren la vastedad de lo eriazo en el centro de una pulsión de re-escribir el amor, amor que como escribió Walter Benjamin “puede ser un sentimiento generoso, ósea, el gusto por la prostitución pero que pronto se corrompe por el gusto de la propiedad.”
El poeta es para Benjamin un alma errante en busca de un cuerpo que entra cuando quiera en la persona de otro. Y sale cuando quiere. A través de su artificio: la palabra. Cito:
En un segundo la vida cambia
las palabras, los viajes, la corbata azul, el mal de amor
pierden sentido
caen junto a nosotros
y somos el punto final
de un poema que tiembla atrapado bajo las ruinas.
Pero, a cuál amor se refiere la poeta. En cuál amor ancla su poética. Si bien es cierto que hay un objeto de deseo ausente a quien la hablante se dirige e interpela con imágenes de rocas, sopas y fideos que esperan por alguien, un otro, que ha levantado o tirado sus murallas, para desandar su existencia.
Aquella altas murallas de las que hablaba Benjamin, en la poesía de Zurano, han completado su ciclo de obstáculos, de fortalezas, de límites y se han convertido residuos, rocas, piedras apiladas, metáforas del derrumbamiento, donde el corazón mismo, más que el órgano principal del sistema circulatorio, y tal como lo haya evidenciado antes Baudelaire es de piedra, está hecho con los materiales petrificados una historia de un proceso geológico, un ciclo litológico. La mano derecha, la que escribe, es la que posee los secretos de la noche y la libertad de transitar en medio de la ruina.
El amor perdido, perdido en tanto fracaso, no extravío, apunta tanto al objeto del deseo, como al propio amor sostenido entre la hablante y la poeta como materia individual. El abrazo que se recupera en las catástrofes de un sismo que tiene su epicentro en la mano que escribe. Cito:
Mi mano quedó encerrada en el pánico
en el círculo inexplicable del temblor
en la distancia que pronuncia la catástrofe.
La littera, la letra escrita en piedra es la que se va enconando en la imagen de la ruina. El perdón y la culpa por no inventar las palabras que muestren la vastedad de lo eriazo en el centro de una pulsión de re-escribir el amor, amor que como escribió Walter Benjamin “puede ser un sentimiento generoso, ósea, el gusto por la prostitución pero que pronto se corrompe por el gusto de la propiedad.”
El poeta es para Benjamin un alma errante en busca de un cuerpo que entra cuando quiera en la persona de otro. Y sale cuando quiere. A través de su artificio: la palabra. Cito:
En un segundo la vida cambia
las palabras, los viajes, la corbata azul, el mal de amor
pierden sentido
caen junto a nosotros
y somos el punto final
de un poema que tiembla atrapado bajo las ruinas.
Así mismo, la sombra platónica o la sombra borgiana (el elogio de la sombra) son sutilmente retejidas por Zurano en un Conjuro para detener el temblor de la pulsión de escribir un mundo en ruinas. No puedo dejar de pensar en el poema Te veo como un temblor de Gioconda Belli. El temblor, lo telúrico, la estética de la ofrenda de un amor insalvable. Cito:
Pensábamos que el tiempo podía reducirse a un grito
y era cierto
tu sombra entrando por el costado
la lágrima absolutista de la soledad
esa gota donde se refleja el mundo que cae.
Pero no es por efecto de un amor insalvable que el mundo cae, es el cuerpo desde la modernidad y la disciplina burguesa sobre él, el que ha sido sometido. Bataille como antes los románticos se niega "activamente a cualquier intento de homogeneizar la vida, de aburguesarla, de reducirla a una rutina dominada por el trabajo y por el deber".
Y Zurano escribe conjurando a su mano escriba, ese órgano del cuerpo que no se disciplina:
mano escriba no me dejes
bajo el fuego del cielo de la premonición.
Piedra, palabra, fuego, videncia, mano escriba y pérdida, son elementos con los que Zurano ensambla un discurso amoroso en la alegoría de la ruina, el procedimiento retórico del ser y el sueño. En que “ese tiempo que es la soledad/de estar dormido sobre uno mismo”.
La que escribe este libro, la hablante, no la poeta. Establece el discurso de una pulsión mayor al amor, la pulsión de escribir, de amar las palabras que aún sobreviven a la ruina como quien busca asirse al ala de una mariposa.
Comentario del escritor y periodista Gregorio Angelcos
Ella percibe que tiembla, pero como se trata de una percepción, abre sus alas y se desplaza en dirección a una estrella donde morirá el mito que imaginó en su inconsciente creativo. Sólo eso.
Estos conjuros para detener el temblor de Valeria Zurano son un ruego o invocación de carácter mágico que se recita con el fin de lograr alguna cosa: Una especie de exorcismo, imprecación a los espíritus malignos que no son atribuibles a factores exógenos, a fuerzas invisibles de la naturaleza que afectaban a nuestros antecesores en viejas civilizaciones invadidas por raciocinios subjetivos ante la incapacidad y los miedos que provocaban los fenómenos externos ante los cuales no se tenían respuestas racionales, que estimularan el análisis para sortearlos, mediatizarlos o controlarlos para devolverle la paz interior a una persona.
En este caso se trata de un conjuro a una presunción amorosa de la autora, en un proceso de sanación para despedir a un marido difunto. Un fantasma que penetra más allá de su lado consciente y activo en su estructura sicosomática el origen de un mito cuyo sustento contextual es el amor. Los seres humanos en el siglo veintiuno transitamos en un viaje saturado de vértigos estimulados por un materialismo mecánico que nos seduce irracionalmente. Entonces la felicidad como una búsqueda humana, tiende a extinguirse o a desaparecer por componentes otorgados por la modernidad científica o tecnológica que se convierten en sustitutos de la belleza, los sentimientos o el amor en sus diferentes acepciones, sean estas Freudianas o las que describe el psicólogo social Erick Fromm en su libro El Arte de Amar.
Por esta razón, el retorno de Valeria a una condición esencial humana en este libro como es el amor de pareja, lo constituye textualmente en una literatura apocalíptica, y en todo proceso de esta naturaleza, el hombre requiere de un principio básico que es el lado creador, una mixtura entre una especial dimensión de su funcionamiento neuronal, con las reacciones químicas del cuerpo frente a su eventual adversario.
Aquí aparecen los estados amorosos transitorios, las sensaciones y los deseos controlados en su situación emocional anterior, y penetra sin proponérselo en un laberinto por el que inicia una transición ciega hacia un destino desconocido. Se trata de un contexto temporal en estado de abstracción fuera del tiempo real, en el lenguaje de Octavio Paz, estamos frente a un tiempo que define como un tiempo de conciencia, un no tiempo inmedible desde una perspectiva cronológica, que puede ser un siglo o un segundo, donde los sujetos amorosos entran en un estado de trance, una hipnosis interactiva, que está ajena a cualquier intento de identidad compartida o felicidad eterna, aunque en su problemática enajenada esa sea una expectativa posible.
De ahí que en situaciones reiteradas el hablante lírico, provoque una escritura poética que tiene una tendencia inconsciente hacia lo apocalíptico, aunque no lo desee, sabe que esta experiencia tiene un rumbo definitivo y único, que es la destrucción del mito, el fin de un mundo, donde el derrumbe no solo hará temblar la relación, porque los grados del movimiento irán en ascenso y la destrucción será definitiva.
Luego, sobreviene la crisis, la decepción, la ausencia del mito de la felicidad, la soledad que provoca el término de la convivencia, donde las costumbres integradas habían castigado o perdonado un estilo de vida casi inseparable, con olores y sudores compartidos, una mimesis indisoluble que potenciaba ambas individuales y les daba un sentido subjetivo frente al mundo.
El amparo, la protección, la aceptación de las diferencias, a veces a regañadientes, pero la voluntad de comprenderse neutralizaba las posibles distracciones personales, había en este escenario una superación de los miedos y una renuncia consciente a la libertad y a las necesidades individuales, para enfrentarse a las inseguras variables de la modernidad, en un contexto de entendimiento y protección mutua. Pero al final, en la objetivación del uno hacia el otro, la idolatría cae hacia un abismo donde el final es inminente, la muerte se ha encargado de cumplir con su cometido, y a aparecen los errores, la verdadera identidad de los protagonistas, las mentiras que fueron mediatizadas para sostener la vida en el olimpo de los privilegiados, por este competo ambiguo e irracional que vivimos como la plenitud en el amor.
Así, muere Dios, se desarticula el poder, la solidaridad es una expresión del contexto articulado durante la transición hacia el inevitable final del tiempo, las conciencias van alcanzando plena autonomía, y el olvido deja secuelas sicológicas donde los hombres castigan o perdonan, dependiendo del impacto o las huellas que legaron de esa particular experiencia amorosa. Cito la dedicatoria de Valeria Zurano que antecede a su poemario: “A mi confinado adversario / cuyo nombre estará latente en estas elegías / para combatir el olvido de la tierra / que se lo ha llevado.
Pero, no se llevó la tierra, su desidia lo hizo invisible para su mirada atenta, se confino a un exilio, donde esta muerte tiene un valor de mayor significación que el presunto amor que pudo sentir por esta poeta, quien de alguna manera lo inmortalizó en estos versos, aunque toda la escritura de este siglo, no tendrá existencia para las generaciones venideras. Por tanto afirmo que esta anécdota escrita en verso, se constituye en una experiencia y un legado de un sueño que desapareció abruptamente para que todo retornase a la normalidad.
Zurano nos amenaza con su próximo libro “ La Belleza del resentimiento”, brinda por su libertad con cervezas heladas y con hielo, y su escritura dará un salto cualitativo hacia otras problemáticas, aunque esta en particular me hizo comprender que la vida en el amor, emulando el título de un libro de Ernesto Cardenal, sea posible, una y otra vez, con la intensidad y la pasión que se requiere con urgencia en un mundo cada vez más deshumanizado, y esto último, lo afirmo por mi propia experiencia actual.
Aunque al mismo tiempo debo ser honesto y confesar que coincido plenamente con el filósofo francés Jean Paul Sartre cuando sostiene que “el infierno son los otros”, a lo que agrega “Nadie es como otro. Ni mejor ni peor. Es otro. Y si dos están de acuerdo es por un malentendido”.
Valeria Zurano nos conmueve en este libro por su honestidad, por su sólido manejo del lenguaje poético, por la estética de sus versos y por el inmenso amor con el que concibió este poemario. Aprecio a tres poetas argentinas que son mis predilectas: Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, y Valeria Zurano, que con el paso de los años integrará a trilogía bonaerense para beneficio de la poesía latinoamericana.
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