Una propuesta de crítica supone indagar, en una especie
de búsqueda frenética hasta los límites del texto como lo expondría Giorgio
Agamben (1). Lo común sin embargo, es ingresar al laberinto donde los prejuicios
y las sentencias sesgadas se miden desde el propio ombligo. En ese escenario, se agolpan los dictámenes sobre los que
faltan o sobran, dependiendo del particular estilo de cada escritor. En este punto exacto del asedio al texto, por
ningún motivo se debe olvidar a los
eruditos de la “cotidianeidad literaria” cuyos sutiles comentarios,
acerca de las amistades o distancias que tienen los propios antologadores,
termina por instalarnos en el sitio de mayor visibilidad de los escritores
chilenos, el ninguneo.
Resulta entonces que al detenerse en la voluminosa
“Antología de poesía chilena II / La generación NN o la voz de los 80” el lector experimentado y el partisano de las
artes literarias, desde mi punto de vista debe sentirse agradecido, por el esfuerzo conjunto de La Editorial
Catalonia y de los responsables del trabajo de seleccionar, a cada uno de los autores presentes, es así
que Lila y Teresa Calderón, junto a Thomas Harris, dejan para la evaluación de
la historia, un material valioso, de
consulta para las nuevas generaciones de escritores nacionales.
El texto consta de 528 páginas, donde se
entremezclan 49 autores, si se buscara un corte de género, se diría
que existen 16 poetas mujeres, más 33 hombres y un prólogo extenso a modo de
ensayo.
Un primer aspecto particular, es encontrarse frente a una
antología, anómala, en el sentido de un cuestionamiento, todavía débil sobre el
tipo de abordaje metodológico, puesto
que la organización taxonómica, como la de generación aceptada formalmente, en
otros momentos, hoy no pareciera responder de la mejor forma. En ese sentido entonces, los autores de
manera consciente o incluso a contra pelo de ellos mismos, se han percatado que
lo existente, no solo no era apto, sino que en muchos casos, posee dificultades en su pretensión de
abordaje del “proceso histórico” que se
pretende encapsular, como generación NN o voz de los ochenta.
Esa incomodidad, ese malestar, desde mi perspectiva no
tensionado hasta sus últimas consecuencias, es epistemológico, porque de uno u
otro modo se comienza a tomar una somera consciencia de que el discurso
literario, en sí mismo, no basta, ni sirve para dar cuenta de un complejo
panorama estético que comienza a gestarse de modo retorcido e imbricado, en los
rincones del propio aparato cultural autoritario, ya sea por resistencia, por
la necesidad de decir y sobrevivir a la censura -o simplemente- porque se ocupó
ese espacio artístico específico, como un pequeño refugio, un descanso, un
opio, ante la realidad existente.
Los límites de la
palabra
Lo recién expuesto, sin embargo tiene por lo pronto un
límite, al leer los trabajos enviados
por los poetas para su selección, tiendo
a pensar que el prólogo, es bastante más generoso, en cuanto a las claves
histórico-estéticas que se pretenden acuñar, tanto así que incluso por momentos
se contrapone a los trabajos
enviados, por la mayoría de los
poetas, salvo por supuesto algunas
excepciones.
Me llama poderosamente la atención el vocablo “promoción”
al titular el prólogo, cuyo origen latino (promotio, promovere, promoví,
promotum) apuntan a un mismo sentido mover hacia adelante. El verbo ocupado por
los romanos, en especial en tiempos de guerra,
supone un gran esfuerzo. En ese
sentido ser parte de la “promoción de los 80” presume una especie de
reconocimiento, aunque pareciera que
algunos nacieron pintados con la marraqueta bajo el brazo y todavía no se han
percatado, que en la propia puerta del horno, a veces, se quema el pan.
Un paréntesis,
para no generar dudas ni confusiones, en cualquier academia que se
precie de tal, cuando se habla de poesía, se dice que es un tipo de discurso
especial, cuya materialidad principal es el lenguaje, es decir, es un fenómeno
que trabaja con la palabra, alejándose de su uso común. Porque dice las cosas
de otra manera, por medio de imágenes visuales o simbólicas. Los vocablos
tienen resonancia, un eco que nos conduce hacia otro concepto más profundo, por
medio de la metáfora, esa es la definición más clásica de lo que llamamos poesía.
Pero este tipo de
discurso, también dice algo sobre el sujeto, porque estamos en un espacio
social, hablamos de cierta manera, es decir, la poesía da cuenta del malestar
del hombre con las condiciones que lo limitan.
El sujeto está en una tirantez entre el deseo y la realidad.
Por otro lado y esta es la principal contradicción, la
poesía no alcanza, para decir lo que
necesitamos, las palabras tienen su límite y fracasan en su intento por
nombrar, y sin embargo, son capaces por momentos de conectarnos con ciertos
límites del lenguaje, logrando vínculos
humanos, muchas veces imposibles, pero
que consiguen en su contradicción, la armonía.
La lírica de los ochenta, es una mezcla de intentos
discursivos, marcados por el ambiente dictatorial, en ese escenario, algunos
quisieron redescubrirse, bajo las
banderas de una neo-vanguardia, ineficiente y trasnochada, donde el
ejercicio de fregar pisos o masturbarse antes de una lectura, no alcanza para llenar el anecdotario de un
diario de vida adolescente, frente al ejercicio de instalación, expuesto en los
Hornos de Lonquen el año 1978 o la acción artístico-política del 14 de
diciembre del año 1983, cuando la oscuridad, se volvió un descanso antes de la
parrilla, un manto, un muro, contra el ojo de la muerte.
Literatura y
Estado de Excepción
Una de las situaciones más terribles que relata Primo
Levi, sobre los campos de concentración Nazi, es un partido de fútbol, entre
los integrantes del Sonderkommando (2) y unos soldados de la SS.
“Al encuentro asisten otros soldados de las SS y el resto
de la escuadra, muestran sus preferencias, apuestan, aplauden, animan a los
jugadores, como si, en lugar de a las puertas del infierno, el partido se
estuviera celebrando en el campo de un pueblo” (Levi, Primo. Trilogía de
Auschwitz. Pág.515).
Se puede hablar de normalidad en ese infierno, se puede
jugar un partido de fútbol así sin más, ahí donde la obscenidad del mal, se ha
vuelto costumbre. Pareciera ser que ese es uno de los peores pecados del
Nacionalsocialismo.
En paralelo y teniendo en cuenta las consecuencias de la
pregunta, se podía hacer literatura en Chile, de la manera más tranquila, sin
considerar la situación de excepción que se vivía a nivel nacional, cuando el
país entero era un gran campo de concentración, era posible disfrutar de una
bella normalidad, de convivencia entre víctimas y victimarios y si eso era de
ese modo, entonces la dictadura con sus autores y cómplices, civiles y
militares, tanto activos como pasivos, fueron capaces de reproducir de la
manera más espantosa uno de sus peores crímenes, el suponer que se podía vivir
y crear, bajo esta normalidad y llamar a eso además, alta literatura.
Uno de los lugares más siniestros, donde el ejercicio del terror no tenía
límites, fue Villa Grimaldi. ¿Es posible una antología poética del periodo
de los 80 que guarde silencio, frente a este espacio de tortura y exterminio?
“El día comienza
con el desayuno: té hirviendo en un pocillo de metal y medio pan. Se almuerza
al mediodía, una sopa con cáscaras de papas flotando y zanahoria. Otras veces
comemos el resto de los platos de los agentes, salpicados de cuescos de
aceitunas, trozos de pescado, espinas. Casi imposible tragar. Gritos y lamentos
en el ambiente quitan el apetito. Pero estamos obligados. Entretanto, no cesan
lo llamados a la parrilla, a interminables interrogatorios….Es un mundo de
contrastes. De guardias que tocan guitarra al son de los lamentos, mientras en
un rincón, tirado en el suelo, se muere de a poco Manuel Díaz…” (De La Guerra Oculta:
Detenidos-Desaparecidos, Capítulo 3. Recintos Secretos, por Carmen Ortúzar y
Marcela Otero, en Revista Hoy, No. 445, 27 enero – 2 febrero 1986)
Es posible
explicar el silencio desde los límites de la palabra, desde el temor o será que
la normalidad del estado de excepción, indujo a los llamados y llamadas poetas
de los 80, a suponer que el espacio
interior; el cuarto propio, el pincel deslizándose en el párpado, la cola de
una lagartija, las piedras del norte, las manzanas del sur o los espacios
líquidos de la tierra, desembocan finalmente en esa masa etérea que llamamos
belleza, tan virginal e inmaculada que no roza, ni con la punta de su vestido,
nuestra machucada geografía.
Si bien, el espacio de tortura no era el único lugar
posible, para referirse a la totalidad
de la experiencia de los años setenta y ochenta, lo que no se puede hacer bajo
ningún punto de vista es obviarlo, mantenerlo al margen, como una conexión bajo
tierra.
En el caso de la antología, es posible rescatar algunos
textos que se hacen cargo de lo central del momento histórico:
“La venda es un trozo de oscuridad
que oprime,
un rayo negro que
golpea las tinieblas,
los íntimos
gemidos de la mente,
penetra como una
aguja enloquecida,
la venda”. (Aristóteles España. La Venda. Pág.203)
La sociedad chilena, vive bajo una venda, porque vivir bajo su peso, no es propio de
los prisioneros, es parte del andamiaje cotidiano, del proceso disciplinario de
la sociedad, y por lo tanto de sus códigos culturales, porque sería de
presumidos pensar en la revolución cívico-militar de 1973, desligándose de su responsabilidad
de reproducción, tanto en lo bio-político, como en los espacios académicos o de
todo tipo de producción cultural. Aristóteles España, palpó con su lucidez, el
vendaje instalado, desde donde incluso, era posible auto-engañarse, encontrando
supuestos resquicios lingüísticos, movimientos o carambolas de todo tipo.
La instalación del
modelo
“cae un Rocket
pasa un Mirage
los ventanales
quedaron temblando
Estamos en el
siglo de las neuras y las siglas
y las siglas
son los nervios,
son los nervios
El vigor verdadero
reside en el bolsillo
es la chequera
El músculo se
vende en paquetes por Correos”. (Rodrigo
Lira. Arte poética. Pág. 281)
La modernidad neoliberal instalada a sangra y fuego, el
cambio de rumbo de un Estado presente, a la impotencia del mismo frente a las
decisiones globales, la constatación de la derrota colectiva y la fundación, de
una especie de sentido individual, donde la capacidad de emprendimiento, es la
cualidad más valorada, donde el núcleo fundante del nuevo paradigma, es la idea
que todas las actividades humanas, están sometidas a la ley de la oferta y la
demanda, por tanto los restos de educación pública, la cultura como búsqueda de
identidad, pasarán a un plano inferior
de influencia. El discurso de la
modernidad extrañamente, viene a sustentar, los cambios impulsados por la
dictadura, Brunner, lo precisa del siguiente modo.
“Quisiera
argumentar que las sociedades latinoamericanas han llegado a ser modernas
porque, al igual que el resto de Occidente y de parte importante de la
humanidad no occidental, viven en la época de la escuela, los mercados y las
hegemonías como modo de configurar el poder y el control”
(Cartografías.Pág.125)
Esta lectura asumida por la mayoría de los intelectuales
de finales de los ochenta y principios de los noventa, explica en parte, el
dispositivo creativo de los poetas de la época, porque una de las cosas que se
pretendía impedir, era el re-surgir de una discursividad conflictiva, centrada
en temas de identidad o atrapada en fragmentos de testimonios, francamente
molestos, cuando lo relevante del momento, es el abanico de posibilidades,
producto de la diversidad.
De ahí que un texto como “Bello Barrio” de Mauricio
Redolés, golpee todavía, los rincones de las consciencias:
“Descubrí un bello barrio en Santiago de Chile.
Es un barrio en
que los camaradas no han desaparecido aún
y los bares son
color anilina que puede leerse al revés igual.
Descubrí un bello
barrio de luces antiguas y gente amable,
las mujeres son
bellas ánimas aún más que una madre
y atraviesan las
calles en aeroplanos”. (Ibíd. Pág.423)
La sensación de extravío, la cancelación de la
memoria, el despojo como herida abierta,
son las secuelas del giro discursivo,
donde el silencio, pesado, acomodaticio y cómplice queda al desnudo.
El año 2013 fecha de la publicación de esta antología, se
cumplían cuarenta años del golpe de Estado, fue un momento de constricción y
liberación, un momento de exposición cruda y veraz de los crímenes y vejaciones
más atroces de nuestra historia, los medios de comunicación cumplieron con su
tarea, la justicia hizo su mea culpa,
los civiles de la dictadura activos y pasivos fueron encarados, por un presidente de derecha, pero la poesía parece seguir guardando
silencio, amparada en la excusa de lo literario y trascendente, de ahí entonces
que me permita rescatar a autores de esta compilación como: Jorge Montealegre, Mauricio Redolés, Elvira
Hernández, Teresa Calderón, Rodrigo
Lira, Aristóteles España, Eduardo Llanos y Bruno Vidal. Seguro existen más, no
los NN de Jorge, esos tienen nombre y apellido, otros, los versos perdidos en la fosa común, en los
allanamientos de la Villa Portales o la San Gregorio. Esos que el terror y la auto-censura todavía
no son capaces de desclasificar.
Santiago de Chile
07 de Enero 2013
(1) “Crítica
significa más bien indagación sobre los límites de la conciencia, es decir
sobre aquello que no es posible ni asentar ni asir”. (Estancias. Las palabras y el fantasma de la cultura
occidental. Editorial Pre-textos. Pág. 9. 2006).
(2) “Eran los
que tenían que conducir a los prisioneros desnudos a la muerte en las cámaras
de gas y mantener el orden entre ellos; sacar después los cadáveres con sus
manchas rosas y verdes por efecto del ácido cianhídrico, y lavarlos con chorros
de agua; comprobar que no hubiera objetos preciosos escondidos en los orificios
corporales; arrancar los dientes de oro de las mandíbulas; cortar el pelo de
las mujeres y lavarlo con cloruro de amoníaco; transportar los cadáveres a los
crematorios y asegurarse de su combustión y, por último, limpiar los hornos de
los restos de ceniza. (Agamben Giorgio.
“Lo que queda de Auschwitz”. PRETEXTOS. 2000)
Más de la Antología
chilena de poesía de Catalonia
.
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