jueves, 28 de febrero de 2013

Eduardo Embry. Poeta

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UNA VACA INFINITAMENTE BLANCA
 
Una vaca blanca frente a mí,
una vaca infinitamente blanca
como el dedo más pequeño
que asoma su cabeza
por los huecos que tengo en mis zapatos;
esto es, un monstruo blanco
parado ante mis ojos,
una vaca
que no deja pasar a nadie,
viéndola que tranca el camino,
me acuerdo de aquel
que nace en Florencia y es desterrado
por vida en Rávena,
y me digo:
si paso me llevo esta
bestia por delante,
pegada me la llevo en mi anzuelo,
la vaca por cierto es un pez
infinitamente grande,
de penacho alto lleno de nieve,
la vaca es una montaña;
me lleno de estupor
pensando,
que de tanto mirar sus ojos
este pescado grande, maldición,
me convierta
en un pobre gato de agua dulce,
que al derretir la nieve en primavera
haga temblar el cielo de ramas verdes,
verdes ramas, verde
que ya no te quiero.
 
 
Homenaje a un anti poeta famoso  
 
Un caballo entra
en un bar, trepa la pared del fondo
y pisando todo el cielo raso
baja por la pared del frente,
se dirige al mesón,
sin decir una palabra
el mesonero le pone una cerveza,
el caballo la bebe en silencio
hasta dejarla muerta;
así como había llegado,
el caballo se marcha;
un gallo que estaba en las mesas
que lo que había visto todo
pregunta al mesonero,
eh ¿qué es lo que está pasando?
"no lo tome usted como una ofensa,
un caballo puede ser
un caballo blanco,
un caballo gris,
un caballo negro,
o puede ser que donde había un caballo
ya no hay ningún caballo;
ero un caballo siempre es un caballo
que nunca habla ni saluda a nadie”
 
 
Vaqueros del oeste 
 
He adoptado la ley
de los vaqueros del oeste
para aplicarla a los casos
de perdón y olvido,
el más veloz
con las pistolas
dispara, mata y olvida; 
mis muertos
son muertos muy porfiados,
a martillazos les digo que mueran
pero no mueren.
 
 
En medio de gritos espantosos 
 
Para que yo naciera,
para que yo tuviera en mi cuerpo
carne y huesitos frescos
como lechuga,
mi madre se puso a dar gritos espantosos,
pero yo no sentía nada más que
un placer profundo, era
como si embetunado en vaselina
me estuviera haciendo el amor
o yo mismo me estuviese naciendo
en el año treinta y ocho,
en medio de mis gozos
que subían como humitos al cielo,
pasaban cosas horribles en el mundo;
qué infortunio lo mío, podía oír clarito
la entrada y salida de aviones
de entusiastas brigadistas
de Múnich
que venían para España
a reventar caminos y puentes;
yo no sé el por qué mi padre
escuchando la radio
daba golpes con los puños en la mesa,
las cosas que había encima
se levantaban de miedo,
pero yo, tranquilo, tranquilo,
en medio de los gritos espantosos de mi madre,
seguía concentrado en lo mío:
haciéndome infinitamente;
un día antes de que yo naciera,
siguiendo la usanza de la Edad Media,
mi tía abuela comió
una gran porción de callos
que la hicieron escapar el fundamento,
por eso y nada más que por ese accidente,
cuando nací
mi madre me alzaba en sus brazos,
tenía la falsa premonición
que yo iba a ser un hombre
inmensamente rico.
 
 
¿Es usted una silla?   
 
Cuando estamos gozando
de la lectura de un poema
de corte tradicional
donde no hay nada
anormal en su lenguaje,
y que las afirmaciones
o negaciones en él contenidas
no me calientan:
parece que entrara una silla
por uno de mis ojos,
como una silla el poema se instala
en el cerebro ¿es usted una silla?
sí, señor, soy una silla;
es como decir, pan por pan, vino por vino;
como si leyéramos la vida en la vida;
si esto realmente sucediera,
más vale dar un salto, “detente, canalla”,
o romper en mil pedazos el cuaderno,
o dar de patadas en las teclas
del procesador de palabras,
hasta destriparlo, pieza por pieza,
o recomenzar todo de una vez
para que su lectura
se haga de atrás para adelante.
 
 
La posada del Tabardo 
 
Yo también he estado
en la posada del Tabardo,
una especie de bar de pajaritos,
con cortinas ridículas de abolengo
donde se bebe cerveza muy mala,
amarga o con algunos grumos
al precio del ojo de un buey;
esto son mis peregrinos:
caballero delicado y jovencito,
un escudero y su asistente,
una priora,
una monja de oratorio
tres sacerdotes sin pecado alguno,
un monje benedictino,
un fraile mendicante,
un mercader de géneros
un clérigo mayor, todavía
estudiante de Oxford,
un agente de la ley, un hacendado rural,
un vendedor de alfileres,
un carpintero, un tejedor,
un tapicero, un tintorero, un cocinero,
un marinero de agua dulce,
un doctor, una matrona de Bath,
un cura, un gañán, un molinero,
un inspector escolar,
y un administrador de bienes.
 
 
Antes  
 
Antes de seguir avanzando,
entre copas, cigarrillos y manos
que van y manos que vienen,
tal vez sea útil bajar de las nubes,
pisar tierra dura, preguntar
por el origen
de algunos gritos de guerra: 
nada es  nuevo bajo el sol,
o algo más modernamente hablando,
el sol no es bueno para la piel,
o tal vez, un refrán  más antiguo:
las hojas no dejan ver el bosque,
en esta tarde clara y serena,
expongo mi doctrina de fraile descalzo
contra petulantes que lo saben todo:
me tiendo en el césped,
por ver si veo en el cielo
los famosos hoyos negros
que distraigan los planetas,
hileras de casas que dan al río,
como una amada displicente,
el cielo me dice con la cabeza que sí
y luego, que no;
que no, que no, el ojo inmenso
del firmamento
vuelve sus ojos sobre mí
y parece que yo mismo fuera para ti,
loca desordenada y gigante,
agua que corre y que no he de beber;
un agujero negro
en medio del corazón,
se traga
el mundo que yo no quiero.  
 
 
 
Los pájaros   
 
Los pájaros humanizan
las veloces autopistas del mundo,
por aquellos caminos que antiguamente
extendieron los romanos,
inician sus períodos migratorios;
del sur de Inglaterra pasan
a las costas de Francia,
cada cuatro minutos, a veces
echan menos,
sin perder de vista las rutas
de centuriones y esclavos
apuran sus vuelos;
poco tiempo se detienen
encima de los álamos;
cuando sobrevuelan
los últimos modelos de delfines,
se hacen los sordo mudos, y continúan;
los pájaros más débiles
que les acompañan, para luchar
contra el viento maligno que los tumba,
se cargan el vientre con arena,
hacen largos viajes, dejan atrás
la nieve y los temporales,
sin novedad al frente arriban
a las cálidas tierras del África;
nunca se ha visto un pájaro
que pierda el control de sus mandos.
 
 
Mi madre hace ejercicios para rebajar su barriga 
 
Mi madre se sienta en mi cama,
deja por un momento el quehacer
de las habitaciones, lejos
de donde estoy, con el cepillo
de limpieza
para rebajar la barriga, luego
que por las noches escribo,
ella quisiera reclamar, retiene
con la respiración su enfado,
su nombre, que es más dulce
que el nombre de María,
no está estampado
en los versos que descubre,
menos mal
que yo no estaba en la habitación,
no habría sabido cómo disculpar
esa gran omisión.
 
 
Las piedras cantan   
 
Hay dos pájaros sentados
en las piedras, uno mira hacia el sur,
el otro, hacia el norte,
uno se ha echado a volar,
el otro se ha quedado atrás sobre las piedras,
éste, que mira hacia el sur, canta una canción
que pocos pájaros pueden entender;
el pájaro que quedaba
se ha echado a volar;
pobres piedras del camino
los pájaros volando
las han dejado solas,
de tanta soledad que dejan atrás los pájaros,
también las piedras cantan y vuelan.
 
 
Es aquí y no en otro mundo
 
Podría decir: mujer,
aquí estoy, feliz de tocar
con mis dedos las aguas del mar,
de subir y bajar altas montañas,
de pasar y ver
distancia las ruinas
de cinco siglos irresistibles
de viento y perros
dando y dando contra las rocas,
ahí están los tranquilos peces
y gordos temidos pescadores,
olores bajo mares azules,
ahí abajo, el sentimiento
que me une a este planeta
que de día y de noche,
con sus montañas
y perfumerías brujas 
no deja de girar
y girando como un bailarín loco
me voy con esta puta tierra
a casa de las Tres Marías
para celebrar
el nacimiento de Copérnico.
 
 
Bonnacón 
 
Esta es la bestia más peligrosa
que he conocido,
si te encuentras alguna vez con ella,
ten mucho cuidado,
tiene la cabeza de toro,
cuernos enroscados
que son como si no los tuviera,
no le sirven
para defenderse;
pero esta bestia
tiene un arma secreta,
que sólo usa
cuando se ve acorralada:
lanza excremento
a sus enemigos
que al dar en el blanco,
las cosas que toca
se envuelven en llama;
quizá sea por eso, por desconfianza,
por desconocer tus armas secretas
y no por otra razón
que yo no me cerco a ti,
desde lejos observo tus movimientos.
 
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