jueves, 30 de abril de 2009

Porqué Parra, porqué ahora



por Jorge Etcheverry
www.etcheverry.info
Ottawa, Canadá
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Para nuestro grupo, la Escuela de Santiago, que comenzaba a enarbolar sus primeras armas y enseñas en la batalla de las tendencias poéticas del Chile de la segunda mitad de los sesenta, Parra era una figura ambigua, atractiva y a la vez adversaria. Carlos Zarabia (Julio Piñones) comentó que leer a Parra era como leer al Condorito, en una entrevista por televisión a la Escuela de Santiago por Antonio Skarmeta con motivo de la salida de 33 Nombres claves de la poesía actual chilena, antología de la revista Orfeo muy vilipendiada por la crítica (en realidad Alone y Valente). Con el tiempo y el exilio, primero involuntario y luego aceptado, nos hemos ido reconciliando con nuestro propio humor e ironía individuales y nacionales, a la vez que se nos desmigajaba y endurecía el pan mañanero de las metas e ideales tempranos, y Nicanor Parra ha ido asumiendo un lugar cada vez más señero en nuestro horizonte poético.

Si bien la poesía de Parra no ha alcanzado el reconocimiento universal de la Mistral, Neruda y Huidobro, que bien se lo merece, representa un polo complementario respecto a la poesía de los dos últimos, y más aún a la de Pablo de Rokha, cuya demasía, violencia y exuberancia es casi la antítesis de la antipoesía, en que “Los versos son en general breves y contenedores de ideas con valía autónoma”, cuya figura hablante es la de un poeta que “se ve mediano, ni alto ni bajo, ni tan sabio ni tan ignorante, hombre como los demás, con palabras iguales a las de los otros”, opuesto al “yo de la poesía tradicional (que) tiene un mismo carácter, grandioso y excepcional”, ya que “La antipoesía rechaza tal carácter, que le parece fatuo y desproporcionado, y proclama en su lugar un yo común y corriente”, como sostienen los estudiosos citados en itálicas.
La antipoesía es universal: se la ha visto como enraizada en lo más autóctono de la chilenidad, con su indudable elemento campesino: “Ese humor áspero, “medieval”, arcaizante, es el que hallamos justamente en la poesía popular chilena, una poesía cuyos temas, técnica y estilo Parra recreó en los poemas de La cueca larga”.Pero se ha afirmado además su origen surrealista, y también anglosajón, específicamente beatnick, aunque según Benedetti “Tanto los beatnicks como Parra asisten a la decadencia de la humanidad, pero mientras los primeros no se consideran proselitistas , sino vencidos de antemano, el chileno usa toda su agresividad para modificar la realidad que detesta”. Se ha visto en la antipoesía la influencia de la poesía española de Machado y García Lorca; se la ha supuesto inspirada en el nihilismo, el marxismo, el existencialismo, y se ha dicho sobre Parra, que “Toda su obra es una búsqueda de la autenticidad y en esa búsqueda oscila entre la filosofía del absurdo y la afirmación de un compromiso moral”. Pese al humor, la socarronería campesina, la antipoesía se ha descrito a esta variante poética como teniendo un fondo atormentado y lúgubre. En algún momento se proclamó incluso su esencia confesional. Estas aseveraciones de la lectura y la crítica muestran a la antipoesía como unificando extremos, o a lo mejor rechazándolos en su mutuo conflicto. Por ejemplo el antipoema:

“Cuba sí
Yanquis también”,

al que el lector contrapone al momento de leerlo, el consabido “Cuba sí, yanquis no”, de los sesenta y setenta.

O este otro ejemplo:

“La izquierda y la derecha unidas
Jamás serán vencidas”,

en que el cliché político chileno de comienzos de los setenta:

“La izquierda unida
Jamás será vencida”

se ve sustituido por el antipoema que lo utiliza para existir, pero que lo niega. Así vemos que la antipoesía existe y se nutre del contexto social, político y cultural, que está hecha para los coetáneos, que pueden efectuar inmediatamente las conexiones que su lectura exige. El antipoema es un espacio que permite una cierta visión de la realidad contemporánea a través de sus fragmentos y escombros. No olvidemos el dicho heideggeriano de que "el mundo aparece tras el horizonte de los útiles rotos". Los valores y expresiones de los diversos sectores de la sociedad contemporánea y su abanico de ideologías se entrecruzan en el espacio que les brinda la antipoesía y se anulan mutuamente. Paradójicamente, el lector que escribe esto percibe a esa voz poética como análoga a las grandes voces narrativas del modernismo occidental: Kafka, a quien Parra admiró y por quien fue influenciado, Samuel Beckett, Witold Gombrowicz, José Donoso, Musil, Coetze, Sábato, Onetti y Manuel Rojas (lista muy personal), en su representación negativa de la realidad social contemporánea, que otorga al hombre una universalidad que va más allá de las limitaciones de color, nivel económico y género, hacia una conciencia unificadora con sus imperativos categóricos morales y representativos. O al menos trata. Esto es algo que creemos entrever como el armazón básico de los antipoemas. Es como un llamado a no dejarse encandilar por las apariencias ni las pequeñas anécdotas sociales, los signos de estatus, las granjerías en que se debaten los seres apresurados de las urbes contemporáneas, envueltos en la charla sin cesar de las ‘habladurías’ y yendo de una pantalla a otra impulsados por un ciego ‘afán de novedades’. Las presuposiciones y la percepción del lector identifican a Nicanor Parra como responsable de este subgénero poético de la antipoesía, que relativiza las militancias y afiliaciones a fardo cerrado y nos hace sospechar de toda declaración absoluta y seria. Después de todo--y a título personal--estamos en una época medieval de guerras religiosas, orweliana, en que se desatan guerras por la paz, los presidentes se venden como la coca cola, la noósfera de Teillard de Chardin cubre el planeta de basura, los programas televisivos le muestran al telespectador arrellanado en su sillón las especies naturales y los pueblos autóctonos al mismo tiempo que se aproxima su extinción, un poco a la manera en que los sacerdotes españoles documentaron en América las culturas autóctonas que el imperio aniquilaba.

A medida que las circunstancias históricas se hacen por así decir menos y menos ‘humorísticas’, y como contrapeso natural, la envergadura de Nicanor Parra se ha ido extendiendo. Esperamos que las iniciativas para convertirlo en Premio Nobel puedan prosperar en un ambiente en que la seriedad y gravedad parecieran acompañar a la fragilidad identitaria de los grupos y naciones que bregan por rescatar o validar su historia/modo de vida en el marco de una globalización alienante. Este premio Nobel para Nicanor Parra sería una pequeña válvula de escape para expresar, a través del humor, la parodia y la ironía, las contradicciones y diferencias en el mundo del fin de la historia, en apariencia multifacético y vistoso, pero en realidad más y más homogéneo, frente al que no pareciera haber alternativas.

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