jueves, 23 de abril de 2009

Acerca del compromiso del escritor




por Rodrigo Alejandro Jara Reyes

A veces, desde el sueño, me viene la imagen de Melville, solitario, lo veo tomar nota en el barco ballenero que sirvió de inspiración a Mobi Dick. En otras ocasiones, pienso en la experiencia de Jorge Teillier y de Teófilo Cid, en lo radical de sus opciones poéticas y existenciales. También suelo recordar a Baudelaire y a Rimbaud, que apostaron la bolsa, la vida y lo que quedaba de sus almas en descomposición, de esa apuesta nos quedó el siglo XX literario.

A partir de estos ejemplos y de otros tantos que nos ofrece la historia de la literatura, me pregunté y todavía me pregunto por las formas de ejercer el oficio de escritor. Pienso por ejemplo en los profesionales, en aquellos que se pasan la vida promoviendo sus obras de feria en feria o en esos que luchan con la tarea imposible de sacar un libro de calidad al año y, voy a decirlo con todas sus letras, me provocan indigestión. Al parecer, el monstruo del mercado termina engulléndolo todo, incluso a aquellos que debieran ser sus más enconados detractores. No obstante, hay algo que no se les puede negar, se ganan el pan honradamente (venden nada más, pero nada menos que la conciencia de la tribu).

En otros momentos, me he dado a la tarea de observar con detención el panorama de los escritores que comparten conmigo esta época y descubro en todas partes las luchas entre grupos e individuos. Se pueden oír los codazos, las cuchilladas, los disparos a mansalva. Los veo apropiarse de algún espacio, de una tarima, de algo de lo que ofrece el Estado o cualquier otra entidad financista, haciendo gala del más puro darwinismo artístico. Yo mismo me he visto en más de alguno de estos quehaceres y cuando me sorprendo, la indigestión se vuelve virulenta y vomitiva.

El panorama que acabo de describir es desolador, pero que quede claro, no todos los barcos navegan con los vientos Alisios. Existen de aquellos creadores que todavía escriben porque sí, porque no pueden hacer otra cosa, porque si no lo hacen una parte importante de ellos se muere, porque quieren hacer su aporte a la justicia universal y a la libertad.

El escritor no es, o mejor dicho no debiera ser un entretenedor de masas ni un encantador de serpientes, tampoco un malabarista de la palabra ni un masturbador de géneros literarios. Un escritor, un poeta de verdad, es un explorador de las profundidades existenciales de lo humano, un hombre que lucha por encontrar la verdad y porque se haga justicia en la tierra. No hablo de la verdad material e histórica, porque esa corresponde a los historiadores, hablo de una verdad más radical, la que intenta responder a las preguntas de siempre: ¿quiénes somos o qué somos?, ¿porqué nos toca este destino y no otro?, ¿quién nos envió aquí si es que alguien o algo nos envió?, ¿cómo se entiende la muerte en medio del barullo del mundo? etc . No se equivoca Sábato cuando dice en Abaddón, el exterminador que“...un gran escritor no es un artífice de la palabra sino un gran hombre que escribe...”(1)
En este mismo sentido, quizá los escritores debiéramos oír y, más que oír, aprender de memoria las palabras de Jorge Teillier “Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre. De que le vale escribir versos a tanto personaje resentido y sin puerta de escape que vemos deambular por el mundo literario” (2).
Quisiera recoger también a uno de los más lúcidos poetas de Chile, Enrique Lihn, quien, refiriéndose a Kafka, señala respecto de la relación del creador genuino con la búsqueda de la verdad: “... se mantiene fiel a un modelo muy antiguo del hombre, como en una infancia milenariamente prolongada, pariente cercano del primer lingüista, del mago remoto, del creador de mitos y religiones... este individuo que no ha dejado de abordar la realidad desde los ángulos más inesperados, dejándose sorprender indefinida, ilimitadamente por ella, parece menos resistente que las otras piezas del mecanismo social, pero es, más bien, el órgano... cuya perturbación podría delatar, a pesar de una apariencia saludable, una enfermedad de todo el cuerpo”(3)

Un escritor que no reconozca la búsqueda de la verdad, la justicia y la dignidad del ser humano como las directrices de su vida y de su trabajo, se queda desnudo, se transforma en un creador de artificios, un cultor del ingenio y no del genio. Un fariseo capaz de armar castillos de cristal en medio del hambre y la miseria, en fin, un proto-artista ocupado en vender su conciencia al mejor postor.

Entonces, ¿de qué compromiso estamos hablando?, no es un compromiso político por cierto, aunque podría serlo, porque el escritor es siempre oposición inteligente e inclaudicable. Se trata más bien de un compromiso con lo humano, con la verdad a secas, verdad que incluye lo psicológico, lo espiritual, lo político, lo económico y social como un todo que se entremezcla en la conciencia. De este caos que es la vida, surge la obra como un astro que otorga luz y sentido.

(1) “Abaddón el exterminador” Biblioteca de bolsillo Seix Barral, 1983.
(2) “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética” de Jorge Teillier. Extraido de la “Antología de la poesía chilena contemporánea”, Alfonso Calderón, 1970.
(3) “Definición de un poeta” Enrique Lihn. Extraído de “El circo en llamas”, recopilación de artículos, ensayos y prólogos de E. Lihn, recopilados por Germán Marín. LOM ediciones, 1996.

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