y se robó desde los
cuadros hasta los calcetines.
Isabel Allende
Pasan los días y un mes más que un año después de ese miedo termina de
ordenar los libros en la renovada biblioteca hasta que por fin sacude su último
siempre admirado de Joyce y metódicamente lo pone en la sección de autores
extranjeros más a mano que otras publicaciones y decide retomar su ritmo de
lectura con el Tomo II de las Crónicas de Joaquín Edwards Bello que supone algo
dejarán porque cree saber que cada libro entrega una o dos líneas de
experiencia cultural y más de eso evita para no caer en influencias o
intertextualidades le comentó alguien entre capítulos y que a una poeta le
titilan las pupilas cuando recita sus versos en que regala su casa de la playa
a un sindicato abandonado y mudo como hoja antes del cuento y silencioso como
los segundos que siguieron las 3.37 horas del 27 de febrero del 2010 que lo
atrapara a su gusto más de lo cotidiano desnudo e indefenso durante los tres
minutos que duró el zamarrón de cordillera a costa y las ondinas terrestres que
levantaban y achicaban las valentías cívicas que lo dejaron en mano de la
naturaleza que golpea porque Él castiga y nos expone dice a los rotos que
saquearon como ese día diferente que había conjunción de Neptuno con la Luna y
máximo de declinación norte del satélite natural en el Valparaíso de 1906
cuando los marinos que estaban para restaurar el orden debieron fusilar unos
cuantos salteadores in situ escribía el primer El Mercurio de Chile
porque vaciaban el muelle de sacos de harina que esperaban para ser bien
distribuidos y esa gente que ahora nos avergonzaba en directo por la CNN dejando claro que para ellos el drama de los damnificados con las
cifras de muertos y heridos muchas veces corregidas no valían una lavadora o la
Teletón que recaudó más que nunca y ocurrió lo mismo en el de
adobes-ladrillos-vigas de 1939 por esos villanos telúricos que no aparecen en
la Historia pero que hicieron historia también en el gran terremoto de Valdivia
en los del norte y un poco menos en el maremoto de la soledad de Puerto
Saavedra como el del sacudón de 1971 en que ese presidente nombró jefe de plaza
a mi general que para el terremotazo del año 1985 frenó a los indeseables antes
que pudieran satisfacer la vesania que genera el caos porque mi general desde
siempre tenía uniformados en las calles durante su gobierno que comenzó con el
saqueo a lo lindo de la casa presidencial de Tomás Moro por esos familiares que
se perdieron el champañazo.
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