Xavier de la Jara
El tema del canon ha sido muy discutido y manoseado en el ámbito literario. Recojamos a modo de ejemplo, un texto de José María Merino: Perseguido por el canon, el corpus llegó a un callejón sin salida ¿Por qué me acosas? Preguntó el corpus al canon, “no me gustas”, añadió. “El gusto es mío”, replicó el canon amenazante.
Y es que la construcción de un canon tiene que ver con un proceso que incluye escoger criterios, casi siempre dudosos, de selección. No debemos olvidar que dichos criterios son los pilares indestructibles a partir de los cuales se determinará cuales obras serán incluidas y cuáles no. Claro, se intentará encontrar los textos de mayor calidad literaria, pero ¿cómo y quién determinará esa calidad? Porque no es fácil separar el juicio crítico del gusto personal y para dificultar aún más la tarea, debemos recordar que “los valores literarios son cambiantes, movedizos y fluctúan en función del período histórico en el que nos encontramos”.
En este contexto, el poeta Raúl Zurita planteó hace ya algún tiempo, el canon de los últimos años de la poesía chilena. Por supuesto, tiene todo el derecho de proponer nombres y títulos, pero los demás poetas o críticos, también tenemos la facultad y por qué no, la obligación de hacernos cargo y responder. En dicho planteamiento, surgieron unos cuantos nombres: Javier Bello, Edmundo Condon, Carlos Baier, Pablo Wirimilla, Germán Carrasco, Rafael Rubio, Andrés Anwandter, Alejandra del Río, Rodrigo Rojas, Lila Díaz, Damsi Figueroa, Rosario Concha, Marcelo Guajardo, Gustavo barrera, Julio Espinoza Guerra, Jaime Bustos, Benjamín Aguayo, Héctor Hernández y otros tantos.
Pero muchos de ellos, así como son recogidos por Zurita, podrían ser descalificados por otro. Una de las críticas negativas que saltan “a boca de jarro” es que varios practican un barroco con gusto a nada, como aquellas comidas que tienen tantos ingredientes que pierden hasta el sentido del sabor. Detrás de este tipo de poesía, suelen esconderse los que no tienen nada que decir. Pero revisemos algunos versos de Marcelo Guajardo: Anclado al espacio, cuelga de la raíz / un inmaterial sofoco, luz que escurre / desde el hueco y horada el estrépito / del silencio inmóvil del junco y del oso. Alguno dirá que los versos están bien cortados, que son rítmicos, pero a mí me parece que ocupó cuatro versos para decir nada y encima con una sofisticación digna de la corte francesa anterior a la revolución. Así mismo, Javier Bello es incuestionable en su barroco lúcido, aunque el tipo de poesía que practica, tal como la de Alejandra del Río y otros, me parece demasiado cercana a lo académico, sus poemas los leerán los iniciados, los estudiosos de la literatura. No veo a un poblador o a un estudiante de liceo municipal leyendo lo siguiente: Es que toda la noche le dicta la noche su noche / es que toda la noche le dicta la noche otra noche / proscrita entre las rosas / que se desangra herida / por el vendaval de las poleas del tren. A primera vista, esto podría parecer beneficioso para la poesía, el que no sea leída por el vulgo, pero nunca debemos olvidar que uno de los atributos fundamenta de todo gran arte debe ser y es la universalidad.
Poetas como Andrés Anwandter y Rosario Concha, según mi parecer, no debieran ir en la selección, muestran un trabajo disparejo, con poco vuelo y de temáticas cerradas en lo amoroso y erótico. Al contrario, me parecen muy pertinentes los textos de Gustavo Barrera, en la búsqueda de su “claridad trocada del mito”, atravesada por un sentido del humor extrañísimo: El artista decide guardar silencio / y dice luz / y la luz se apaga / (el artista oprime el interruptor). El poeta, con las palabras de todos los días, es capaz de descolocar al lector, hacer magia. Y por otra parte, llama la atención el trabajo de Héctor Hernández, poeta que tiene muy asumido lo que tiene que decir, casi como una postura política: Hemos desvestido a las muñecas con fuego y voz propia / Hemos desasistido por ellos nuestra lógica y nuestro pudor / Porque cuando los dioses se quedan en silencio los desiertos de atacamas del mundo florecen hacia adentro de los ojos / Ya no queremos ser más ciegos / Buscamos luchar contra la desesperación del tiempo y los demonios del poder…
Además, estoy seguro que un buen número de poetas, sobre todo de provincia, han quedado fuera de la selección. Pienso en Mario Meléndez y en el ya famoso poema La portadora: Ella sacó a pasear las palabras / y las palabras mordieran a los niños / y los niños le contaron a sus padres / y los padres cargaron sus pistolas / y abrieron fuego sobre las palabras…, Pienso también en Omar Cid y su apuesta por la poesía política. Costó un poco, agregó / sin mover un músculo / y repitiendo su letanía: / Miguel Henríquez está muerto ./ El obrero Juan Alegría Mondaca / -sin tener arte ni parte- recibió lo suyo. / Ricardo Valenzuela, cayó por la espalda. / Juan Waldemar Henríquez, murió en combate. / Y usted, que tanto vociferó con la lucha de clases, / lo tienen de gerente, asesor y lobbista. Y qué decir de Kato Ramone y su modo de hacer poesía con lo cotidiano y lo terrible dentro de lo cotidiano: Le llevaré una bolsa de caramelos a mi madre, / le explicaré piadosamente que su alzheimer es cosa temporal, / que ninguno de sus hijos ha muerto todavía, / y que el dulce de mora no se ha descompuesto, / que está en el mismo frasco en que lo dejara años atrás, / mientras los misiles disparados por aviones invisibles / destruían los barrios de la ciudad de concepción… Recuerdo a Oscar Petrel y un libro que recibí de regalo en un recital: y si esos hombre dignos / se emborrachan / y tú crees que por ello pierden su dignidad / y tú crees que no son un buen partido / y tú crees que malgastan su felicidad / y tú crees que están perdidos / jodidamente perdidos en el humo / en aquellas risas, ebrios en un bar… También tengo memoria para la poesía de Rodrigo Jara y su compromiso con el barrio en una ciudad de provincia: En los muros de cal / levantó los árboles sin gracia del barrio / las veredas con sus asientos y sus vecinos / a la espera del milagro multiplicador de los panes / dibujó borrachos adivinando esquinas borrosas / soplones que apagaron las velas del régimen / y ladrones pobres robándole a los pobres…
Seguramente hay otros grandes poetas que no hemos descubierto, que como KafKa no han publicado, que escriben en un cuartucho de hotel, en bares de mala muerte o en la calle misma. Allí radica la injusticia de plantear el canon de los mejores, los que sí valen, en detrimento de los otros, los que no aparecen, los que no se ven. Incluso podríamos aceptar el intento de un canon si este se planteara como la fotografía de un momento, una fotografía propuesta por un ojo singular, subjetivo e impreciso, un ojo cuya mirada es susceptible de ser mejorada, ampliada y complementada, un ojo muy distinto a la todo poderosa mirada del poeta Raúl zurita.
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¡Aplausos!
ResponderEliminarDe acuerdo, muy de acuerdo.