miércoles, 6 de abril de 2011

En la huella del escritor Walter Garib

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Entre leer una novela tediosa
o discutir con un necio,
prefiero acariciar a mi perro.
Walter Garib






La caracola
Hace muchos años, cuando visité por primera vez Antofagasta, fui a la orilla del mar a buscar caracolas para enriquecer mi colección. Junté miles de ellas y como no las pude llevar a Santiago, las escondí entre el roquerío para volver por ellas en otra época. No sé si iré a rescatarlas mañana, aunque preferiría que se quedaran donde están, para que vuelvan algún día a ser motivo de alegría de otros coleccionistas, menos indecisos que yo.


Diluvio
A causa de la persistente lluvia, Santiago se empieza a anegar. Se han convertido en ríos las calles y el agua penetra a las viviendas. Ha llovido durante semanas y como no escampa, las autoridades deciden escribir a San Isidro pidiendo clemencia. Debido a que las vías están cortadas y no hay electricidad, el santo no recibe la carta y Santiago desaparece bajo el agua.


Historia en negro
Durante la noche y por largas cuadras, el detective siguió al hombre de negro. Deseaba saber hacia dónde se dirigía. Si el hombre de negro apuraba el paso, el detective hacía lo mismo; si disminuía su andar el detective lo imitaba. La persecución demoró horas por callejas oscuras e intrincadas donde era fácil extraviarse.
Cuando el hombre de negro desapareció al doblar una esquina, el detective lo empezó buscar con insistencia. Miró al frente, a los lados e incluso atrás y, por último, al cielo, por si se hubiera transformado en cuervo.


*
La pintora Lenka Chelén no termina de sorprenderse cuando descubre que después de pintar golondrinas en sus cuadros, no las encuentra al día siguiente, porque han volado de la tela. ‘Quizás no deberías pintar más golondrinas’ le recomiendo. Y ella me explica que de ser así, ya no tendría motivo para volverse a sorprender.


*
Fermín era perfecto. Y había razones para sostenerlo. Vestía a la moda; hablaba con la propiedad del académico; jamás disputaba con nadie; leía libros de superación personal y practicaba sus consejos. Aunque un sinfín de mujeres lo perseguían, amaba a una sola. Porque era religioso y de su religiosidad nadie dudaba, contribuía al mantenimiento de su iglesia, entregando el diezmo acostumbrado.
Era generoso hasta exagerar, pues tenía el bolsillo ancho. Por algo, los pedigüeños hacían su agosto cuando se encontraban con él. No le gustaba descuerar a nadie y calificaba a la maledicencia como uno de los hábitos más repugnantes.
Su sensatez era alabada sin reservas, y su nombre llegó a ser sinónimo de perfección. Hasta se escribieron libros para exaltar sus dotes de grandeza, y hubo quienes lo postularon para el cargo de Senador de la República, pero él se negó al ofrecimiento.
Cierta vez alguien lo acusó de informal. Desconcertado, empezó a resquebrajarse y a caer a pedazos al suelo, como si fuera un jarrón de porcelana. 


Walter Garib nace en Requínoa, pueblo agrícola situado a 120 kilómetros al sur de Santiago, Chile. Desde pequeño escuchó las prodigiosas narraciones de sus abuelos, sacadas de “Las mil y una noches” y de la rica tradición oral. Sus cuatro abuelos habían abandonado Palestina hacia 1910, debido a la dominación turca. Además, como muchos, presagiaban el inicio de una devastadora guerra.
En Santiago, tuvo como profesores a los poetas Roque Esteban Scarpa y Ángel Custodio González. Después pasó al Internado Nacional Barros Arana y conoció a distinguidos profesores-escritores (Alfonso Calderón, Fernando Cuadra, Ernesto Livacic) que lo estimularon a escribir.
A partir de 1965, Garib empezó a escribir novelas y una de éstas ganó en 1972 el Premio Nicomedes Guzmán de la Sociedad de Escritores de Chile. Estimulado por este hecho, pudo obtener nuevos premios nacionales, internacionales y publicar en México, España y Chile. Hoy, son alrededor de 15 los libros editados, en su mayoría novelas. Sus cuentos han sido traducidos al francés y al italiano.
Desde 1972 hasta el 1973 tuvo una columna de misceláneas en el diario La Nación. Regresó al periodismo en 1996, para colaborar en el diario La Época, hasta cuando éste cerró a mediados de 1998. A partir de esa fecha, escribe en la página editorial del diario La Nación, todos los jueves, una columna satírica. Además, desde 1997 colabora en la revista “Punto Final”.
Fue director de la Sociedad de Escritores en 3 períodos, a cuya organización está vinculado a partir de 1967, cuando se hizo socio.

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