martes, 23 de febrero de 2010

Marianela Puebla. Escritora de doble nacionalidad

Abramos los Cuentos de Nuestra Palabra en Canadá; Primera horneada, antología publicada en Toronto, Canadá, por Guillermo Rose y Alex Zisman, compilación de los cuentos premiados en el concurso de relato breve Nuestra Palabra que se realiza anualmente en Canadá y del que he tenido la suerte de participar como miembro del jurado. Allí, en la página 181, nos encontramos con el cuento de Marianela Puebla, A mí no me engaña. Esta narración, que ganó el segundo lugar en el concurso en su versión 2007, es un buen ejemplo de la producción de los autores castellanógrafos que viven en Canadá y que forman parte de la novísima cultura que están generando los más de tres cuartos de millón de hispanoparlantes que viven en el país.
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Yendo a lo que hizo ganador a este cuento, me interesa especialmente la manera en que en este cuento se va manteniendo la perspectiva de una narradora en primera persona sin que aparezcan elementos extemporánesos a la por así decir “epistemé” de ese discurso mental, que nos va entregando el mundo. Es decir que la coherencia por así decir interna de la conciencia cuyo discurso percibe el lector, hecho ligado a la verosimilitud y de escaso logro en el ralo matorral de la narrativa chilena, es la que va configurando paulatinamente la objetividad y el espacio urbano, el personaje, su carácter y prejuicios, y deja el meollo de los hechos referidos en una ambigüedad que es productiva para la lectura. El lector va conociendo a esa emisora en primera persona en el curso de la lectura y a la vez la va juzgando y se va distanciando de ella de manera natural. El lector puede vislumbrar, conjeturar. Pero los hechos no sobrepasan los barruntos de esa vieja detestable que por unos minutos te ha llevado de la mano. Bueno, eso como primera impresión de esta excelente narración. Ahora les toca a ustedes.
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A MÍ NO ME ENGAÑA

Yo la vi salir esta mañana, la muy hipócrita, con su carita de mosca muerta. Llevaba un chal para ocultar el rostro, pero a mí no me engaña, sé mucho de ella.

Hace unos años que vive frente a mi casa. Llegaron un día, bueno, una noche, traían pocos muebles, a esa hora casi todo el barrio dormía, menos yo. Me levanté en camisa de dormir cuando oí la llegada del camión. ¡Habráse visto, a esa hora! No me fío de la gente que se esconde en la oscuridad. Yo todo lo hago a la luz del día, todos conocen que soy un alma de Dios, voy a la iglesia y rezo mucho. Sin embargo ella, quién sabe, se lo pasa escondida haciendo qué conjuros, yo la observo a través de los visillos de la ventana, claro que se sabe ocultar muy bien, pero a mí no me engaña, nadie me va a sacar de la cabeza que ella mató a su difunto marido, pobre, que en paz descanse. Tal vez mató a otros más, quién sabe, pues dicen que ya era viuda y que ahora lo es por segunda vez. Yo después de la muerte de mi Agustín nunca más me he vuelto a casar. Lo echo de menos pero me aguanto, soy muy seria y le guardo riguroso luto, no como ella, la muy cínica, se muestra toda llorosa y pone cara angelical cuando alguien la saluda, debe de andar en busca de otro tonto para echárselo después, ¿no? Todos los días sale a barrer la vereda, y se me queda mirando con una sonrisa tan dulce, que me aterra. Me pregunto si no se sentirá culpable, yo sí estoy tranquila, sólo le di a tomar a mi marido un zumo y coincidió con su fallecimiento. Ah, pero ella no, estoy esperando que cometa un solo error para descubrirla, no le van a quedar ganas de seguir viviendo en este barrio tan decente. Todo lo hace para despistar, claro, el pobre marido de repente amaneció enfermo y de allí al poco tiempo se murió. ¿Qué extraño, no? Ni siquiera hubo una misa por el finado, lo mandó incinerar rápidamente, así lo habrá hecho con los anteriores y por supuesto, borra todas las evidencias del crimen. Ya ve que el doctor es muy ingenuo, no detecta nada, le falta ser más desconfiado, él mismo fue el que revisó a mi marido, como le decía, sólo le di a tomar un zumo de pichoa, mi comadre me lo recomendó. Claro que la mosca muerta lo habrá hecho a propósito, si el hombre era bien trabajador, en cambio mi Agustín se la pasaba pegado a la botella y del trabajo, nada. Yo sólo quería darle un sustito, pero ella lo habrá estado preparando con tiempo y así deshacerse de él, ¿no? Si parece que no rompe un huevo la muy descarada.

Mi Agustín tuvo una diarrea tan fuerte que se despachó en pocos días. Yo pienso que tal vez ya estaba para morirse, por cierto que nadie me va a quitar de la cabeza que esa mujer gozó cuando su marido se estaba muriendo; mi Agustín casi ni sufrió, a lo mejor tenía cirrosis, ahora estará descansando, porque esa es una enfermedad terrible, y viera que se sufre, yo conocí a uno que se fue consumiendo poco a poco el pobre mortal, mi Agustín se limpió por dentro de tanta porquería que tomaba, y murió sin saberlo y rapidito. El doctor lo examinó y dijo que había sido una hepatitis aguda, por eso yo no tengo remordimientos, pues su muerte no fue causada por el zumo, ya estaba para morirse, ¿no le parece? Lo enterré con todos los honores, viera qué funeral tan lindo, lleno de flores y acudió todo el pueblo, no como ella que no hubo ni un entierro decente para el finado. Para qué le cuento la misa que le hizo el curita a mi Agustín, con todas las de la ley que me puse a llorar como nunca de la emoción. Yo rezo mucho por él para que obtenga el perdón por todos sus pecados, no como esa mojigata del frente, cada vez que me asomo a la ventana, allí está dando de comer a los mendigos, puros harapientos y zánganos de la sociedad. Sé que es sólo un teatro para verse bondadosa, mas estoy segura que les está dando algún veneno y así lentamente exterminar a todos los indeseables de este pueblo, pobres cristianos, no debería nacer gente para andar de esa manera con su miseria a cuestas, dan una terrible lástima con ese aspecto limosnero. Yo no la pierdo de vista, me la paso teje y teje junto a la ventana, sin que se de cuenta la vigilo hasta de noche, pues me pasa que últimamente no puedo dormir, no sé por qué.

El otro día trató de sobornarme, seguro para que no la descubra, me ofreció unos panecitos que ella misma hizo, claro que se los recibí, olían muy apetitosos, pero luego se los di a comer a un perro vagabundo y qué raro, no ha vuelto por estos rumbos, de seguro que tenían veneno, de sólo pensarlo se me revuelven las tripas y se me pone carne de gallina todo el cuerpo, la muy pilla pensaba que con su generosidad me callaría para siempre. Se equivoca, soy más astuta que ella y no me fío de su sonrisa hipócrita, aunque esté lista para darme el zarpazo yo no le doy la espalda. No señor, uno de estos días la voy a denunciar porque la calle, tan tranquila antes, ahora parece un desfile de mendigos y atorrantes de dudosa calaña y lo peor es que se vienen a golpear mi puerta. Por supuesto que no les doy nada. No señor, qué se han creído, ¿qué este es un orfanato? Si se mueren que sea ella solita la culpable. ¡Habráse visto! Qué yo pague el pato por ella. ¡Asesina de su marido y quizás de cuántos otros más! ¿Quién puede confiar en alguien que no demuestra ni la pizca de remordimiento? ¡No, a mí, no me engaña!


Marianela Puebla. Escritora nacida en Valparaíso. Siempre en Mí, Editorial del Ateneo de Valparaíso, Chile, 1996. El Conejo Astuto, Editorial Conexión Gráfica, México, 2003. Ganadora de una beca de creación literaria, 2009, del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Antologías y selecciones que la incluyen: Zarpe de Poetas Porteños, Editorial del Ateneo de Valparaíso, Chile 1993. Sparkles in the Sand de la National Library of Poetry de USA, A White Room, 1995. Memorias de la Lectura; Taller de literatura, publica Casa de la Cultura, Jalisco, México, 2000. Poesía a Neruda; 100 años 1904-2004, edita Asociación Cultural Chilena de Canberra Inc., Australia, 2004. Valparaíso, Cerros, Mar y Poesía, edita “Poetas Itinerantes del parque Rubén Darío”, Valparaíso, 2009.
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