sábado, 7 de abril de 2012

Entrevista a Gabriela Mistral. Por Alfonso Calderón

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7 de abril. Natalicio de Gabriela Mistral
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En esta entrevista puede ver parte de la verdadera vida y dolores y alegrías de Gabriela Mistral. Harto mal que la trataron en La Serena... ¿Será que mi tierra natal es ingrata e injusta? LÉALA
Publicada en Antología poética de Gabriela Mistral, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, segunda edición, 1977.
Si quieren leerla completa, tienen que comprar el libro… Reúne, además, una selección extraordinaria de los grandes poemas de Gabriela Mistral. Quiero también con esta nota en el día del “cumpleaños de la Mistral” reivindicar el trabajo de mi padre, porque fue él, junto a Roque Esteban Scarpa, los primeros en redescubrir y preocuparse de la obra de nuestra gran poetisa, gloria de la humanidad. Mi papá nos contó alguna vez, que él había sido comisionado para acompañarla desde el aeropuerto a participar de todos los homenajes que se le rendirían, como consecuencia del Premio Nobel. Ella, al ver el gentío de niñitas con delantales blancos y flores por toda la calle, reviviría tanto dolor y humillaciones recibidas en su infancia y adolescencia en ese lugar que se angustió y le tomó la mano a mi papá diciéndole: “Niño, dígale al chofer que siga de largo hasta el hotel”. El resto del trayecto lo hizo en absoluto silencio y mirándose hacia adentro como era ella…
Comienza la entrevista que no he trascrito completa. Pero allí habla también sobre el amor y suicidio de Romelio Ureta, sobre Yin Yin, sus libros favoritos, cuándo y cómo empezó a escribir y por supuesto ya tenía muy clara la dificultad de las mujeres escritoras en la sociedad… No se lo pierdan. Es una joya verdaderamente de algo que muy pocos conocen

¿Cómo era usted cuando niña?
-Yo era una niña triste… una niña huraña como son los grillos oscuros cuando es de día, como es el lagarto verde, bebedor de sol.

¿Dónde, verdaderamente, nació usted?
-Yo nací en Vicuña, por accidente. Mi madre tuvo miedo de dar a luz en el pueblecito de La Unión, donde mi padre era profesor de escuela, y donde solo había una “meica”. A caballo fue trasladada a Vicuña, y allí nací, el 7 de abril de 1889.
A los diez días, mis padres me llevaron al pueblo de La Unión. Mi infancia la pasé casi toda en la aldea llamada Monte Grande. Me conozco sus cerros uno por uno. Fui dichosa hasta que salí de Monte Grande; y ya no lo fui nunca más.

¿Cuáles fueron las razones de esa infelicidad?
-Quedé en Vicuña por mis estudios. Fui matriculada en una escuela pequeñísima. La directora de la Escuela, que había sido maestra de mi hermana Emelina, era mi madrina y tenía una reputación de santa. Estaba casi ciega y por eso me hacía que yo la acompañara al colegio, para no tropezar en la calle. Yo tenía ocho años. Mi hermana me había encargado también al visitador de la escuela, don Bernardo Araya, a quien le gustaba conversar con los niños y me hacía ir todos los domingos a su casa. Cada vez me regalaba papel, pluma y lápices. Estos detalles parecen tontos, pero no lo son en relación con lo que voy a contarle. Mi madrina me había puesto para que yo repartiera el papel a las demás alumnas. Yo era tímida y las otras muchachas audaces y con un manotón me quitaban siempre más cuadernillos. Resultado, el papel se acabó antes de la mitad del año. Cuando esto ocurrió, me acusaron de a mí de habérmelo robado. La Directora sabía que mi hermana era profesora y me daba todo el papel que yo quería, y otro tanto hacía con Bernardo Araya. ¿Para qué iba yo, entonces,a robarme el papel? Sin embargo, fui acusada de ladrona, y la Directora, aquella mujer considerada como una santa, dio una lección contra el robo mirándome a mí. Yo, que era una niña puro oídos y sin conversación, no dije nada. A este propósito, sus amigas le decían siempre a mi madre: “Vos tan conversadora, y a esta niña no se le oye nunca la voz”; pues bien, aquel día cuando oí a la Directora, yo me quedé trabada, sin poder enunciar palabra. Después, afuera, me esperaban las otras muchachas con los delantales llenos de piedras que lanzaban contra mí. Llegué a la casa de mi tía, donde me alojaba, con la cabeza llena de sangre, y mi hermana tuvo que venir a buscarme y llevarme con ella a Diaguita…

¿No viene lo de la Serena en seguida?
Después de aquello me quedé un tiempo de vaga en la casa. Me pasaba las horas en el huerto con los árboles que eran mis amigos, hasta que mi hermana decidió que yo no podía seguir así. Por aquel entonces, ella se casó con un hombre con dinero. Pero a su marido no le gustaba tener a su suegra y su cuñada en la casa. Inventaron entonces ponerme en la Normal de la Serena. Di los exámenes con buena nota. Yo no sé de dónde consiguió mi mamá, que era una viejecita con estatura de niño, los tres mil pesos de fianza que exigían, y que para aquel tiempo eran una suma enorme. Es el hecho que llegó el día de mi ingreso a la Normal. La directora era una yanqui que apenas hablaba español, de modo que salió a recibirnos la subdirectora, Teresa Figueroa de Guerra, para decirle a mi mamá que yo no estaba admitida. Mi mamá que era porfiada, insistía en que yo había salido bien y tenía la fianza. Fue inútil. Entretanto, yo permanecía muda y sin comprender nada. Sólo años más tarde supe por qué yo había sido recibida primero y luego echada de la Normal, por boca de la propia Teresa Figueroa. Resulta que por aquel tiempo yo leía libros que me prestaba un curioso hombre que yo conocía, don Bernardo Ossandón, un astrónomo que me había hecho leer a Flammarion, y yo había escrito un artículo que decía que la “naturaleza era Dios”. A causa de aquella frase, pagana, el capellán de la Normal dijo, en consejo de profesores: “Esta niña es naturalista”, y pidió que yo no fuera admitida. Yo ni siquiera conocía el significado de esa palabra.
El secreto de la felicidad está en la oportunidad con que nos llegan las cosas. Y la infancia la marca a una para siempre. La mía fue desdichada y nadie podrá devolverme jamás la alegría que me robaron…

[…]
Dado este conjunto de situaciones desdichadas, ¿dónde le hubiese gustado vivir para ser feliz?
-Hubiera querido vivir entre el pueblo hebreo y ser la Mujer Fuerte de la Biblia.


A propósito de la Biblia, ¿Cuándo aparece en su vida para llegar a marcar tan notoriamente su poesía?
-La Biblia es para mí EL LIBRO. No comprendo cómo alguien pueda vivir sin ella, sin que se empobrezca, ni cómo uno pueda ser fuerte sin esa substancia, ni dulce sin esa miel.
Cuando yo era niña, conservaba viva aún a mi abuela paterna. Era una mujer ancha, vigorosa, físicamente parecida a mí. Decía mi padre que su madre era capaz de leer el futuro en las estrellas. Yo sólo sé que era una mujer enigmática, muy silenciosa. Se mantenía casi constantemente recluida en su dormitorio, y mi madre me ordenaba todos los crepúsculos que fuera a hacerle compañía.
Recuerdo aquellos atardeceres en mi pueblo de Monte Grande, con una nitidez muy tibia. Mi abuela estaba sentada en un sillón rígido, y yo me sentaba en una banqueta de mimbre. Ella me alargaba su Biblia, muy vieja y muy ajada, y me pedía que le leyera. Siempre me la entregaba abierta en el mismo sitio, en los Salmos de David. […] Entonces, bebiendo la sabiduría milenaria del libro sagrado, hice de la Biblia mi libro predilecto. Y desde entonces, como no encuentro en las oraciones corrientes la belleza y armonía de aquellos salmos, rezo con los versos de “Nuestro Padre David”, como decía mi abuela. Y también a eso se debe, quizás, que mis propios versos tengan sabor bíblico.

¿Es usted cristiana?
-Si usted quiere, llámeme beata. Sólo soy creyente. Lo que no quiere decir que sea derechista. Soy una especie de izquierdista tradicional. ¿Me entiende? Creo que la propiedad, por ejemplo, debe ser subdividida. Pero una revolución social debe inspirarse, entre nosotros, en ideales indoamericanistas. ¿Qué quiere usted? Tengo este misticismo pagano, mitad quechua y mitad maya, y no olvido mi sangre india…

¿Pero en qué cree?
Creo en las catacumbas, creo en la rehúsa del alma delante del éxito físico, carnal y material, Creo en la santa testarudez de los primeros cristianos.

Me parece recordar que alguna vez usted indicó que se hallaba muy cerca del socialismo…
-Soy socialista, un socialismo particular, es cierto, que consiste exclusivamente en ganar lo que se come y en sentirse prójimo de los explotados.

¿Y los cristianos explotadores?
-El cristiano posedente puede mantener vistas muy claras sobre sí mismo. ¿Teme por sus bienes materiales o teme realmente por la civilización cristiana?

¿Cuál es su virtud principal?
La energía para la formación solitaria del carácter y de la cultura. He vivido tremendamente sola, de infancia a madurez, en una soledad que ha solido darme vértigo. A eso se reduce mi caso: el de la energía, y esta virtud se la devuelvo gustosamente a mi raza: es pasta chilena lo de mi carácter: andan en mi sangre disueltos los metales de mis cerros de Coquimbo.

A propósito de Coquimbo ¿qué parte del mundo elquino la toca violentamente?
-Cuando yo me acuerdo del valle, con ese recordar fuerte, en el cual se ve, se toca y se aspira, todo ello de un golpe, son dos cosas las que me dan en el pecho el mazazo de la emoción brusca: los cerros tutelares que se me vienen encima como un padre que me reencuentra y me abraza, y la bocanada de perfume de esas hierbas infinitas de los cerros.
He andado mucha tierra y estimado como pocos los pueblos extraños. Pero escribiendo, o viviendo, las imágenes nuevas me nacen siempre sobre el subsuelo de la infancia; la comparación, sin la cual no hay pensamiento, sigue usando sonidos, visiones y hasta olores de infancia, y soy rematadamente una criatura regional.
[…]

En su  momento, usted rompe con las convenciones del género poético, o mejor lírico.
-Yo no creo en los géneros según la retórica, divididos por paredes de cemento, Hay fugas de un género a otro.
[…]

¿Cómo ve la crítica literaria actual?
-La crítica literaria moderna está empeñada en deslindar la obra del individuo y en reducirse al estudio de su escritura. Yo no soy de esas dualistas y el dualismo en muchos casos me parece herejía pura…
[…]
Usted tiene una preocupación, en varios de sus poemas, por los antepasados. ¿Cree en una suerte de relevo ritual o en una cultura de los viejos?
Los abuelos que enterramos (dizque los enterramos) van y vienen interviniendo, insuflándose en el aliento y las potencias nuestras, hasta el punto en que no vivimos una sola hora sin ellos. Los nietos eufóricos hacen nada más que un relevo parcial de los viejos; andan en tertulias literarias y en los cafés disfrazados de locos, pero son los cuerdos de mañana y los doctores de la ley de pasado mañana.

¿Qué piensa de la muerte?
-Tal vez moriré haciéndome dormir, vuelta madre de mí misma. Bendije siempre el sueño y lo doy por la más ancha gracias divina –tal vez a causa de que mi vida fue dura. En el sueño he tenido mi casa más holgada, ligera, mi patria verdadera, mi planeta dulcísimo. No hay praderas tan preciosas, tan deslizables y tan delicadas como las suyas.
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2 comentarios:

  1. Gracias por publicar la nota de Teresa Calderón. Saludos.

    Cada día se agiganta la figura de Gabriela Mistral, incluso en Chile, y eso quiere decir que hay esperanzas...

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  2. Gracias también por publicar la nota. Creo que es de gran interés especialmente para los escritores y más especial aún de los escritores de la SECH.
    Teresa

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