jueves, 5 de noviembre de 2009

Canarias: Palabras para un encuentro

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Si partimos de una premisa tan simple como aquella de la escuela estructuralista lingüística que preconizaba que nada tiene valor por sí mismo sino en función con los demás elementos de su entorno, estaríamos definiendo la Literatura de un lugar determinado, como, en este caso, la de Canarias.
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No se trata ahora de discutir recetas más o menos a seguir como aquéllas que establecen que la literatura de Canarias se caracteriza por el sentimiento del mar, el aislamiento o el universalismo. Estos principios son los que esgrimen las literaturas no sólo hispánicas sino de otros ámbitos lingüísticos, incluso de todos los tiempos. ¿Qué sería de La Odisea sin estos motores, y de Omeros de Derek Walcott, para poner dos ejemplos aparentemente tan lejanos en el tiempo y en la memoria de los pueblos? Por otra parte, el tan cacareado aislamiento, aparte de las circunstancias sociopolíticas que lo rodearon, puede convertirse en una suerte de victimismo que no conduce a ninguna parte. A veces los pueblos se aíslan en sus ámbitos geográficos, y a veces esto hace que reflexionen sobre sus raíces y su identidad. Pero un aislamiento total es pura ficción. Parece que las ideas viajan como las esporas de un lugar a otro del Planeta sin que nadie pueda pararlas: ni los regímenes políticos ni los status quo literarios. He podido comprobar cómo un hecho literario se produce a un lado u otro del ámbito hispano sin que medie la crítica o las ediciones (por ejemplo, coincidencias entre el chileno Jorge Teiller y nuestro Luis Feria). El aislamiento, pues, no puede ser ya una característica de nuestra literatura. Quizá fuera un espejismo o un espejo que pusieron ante nuestros ojos. Sería mortal para la misma, porque realmente la literatura de Canarias siempre estuvo en diálogo constante con África, América y Europa.
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Alguien podría argüir que no es eso, que se trata del sentimiento que se produce de vivir en una isla. Mi amigo Leo Lobos, poeta y pintor chileno residente en Santiago, me dice que él también se considera insular. Por un lado la cordillera de Los Andes (ese mar vertical que no admite navegación), por el otro el desierto de Atacama tan lleno de sed como de leyendas y, por el otro, el océano Pacífico. En medio la comuna de Macul. Es verdad, esto produce un sentimiento de vacío ante el abismo; pero también todo lo contrario, como ocurre con Canarias: abrirse al mundo social y culturalmente y dialogar de forma constante con la eficacia que produce la verdadera amistad y el entendimiento.
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Con esto no quiero decir que demos el salto a Madrid a seguir a rajatabla las modas literarias, olvidándonos de nuestro acervo y nuestra historia literaria. Esto sería un suicidio, que de hecho se está produciendo en algunos escritores que entran ciegamente en la producción literaria de consumo que las editoriales metropolitanas les imponen. Por otra parte, en gran medida, opino que las literaturas peninsulares están cayendo en el anquilosamiento lingüístico (no sólo yo), y esto no quiere decir que no sigan recibiendo las influencias de escritores europeos, americanos, etc. Está claro, ya no se trata de influencias sino de consecuencias; es decir, cuando no ha habido diálogo cultural con otros idiomas, la literatura se queda en una lista de citas y de moldes que contradicen los logros originales. Esto ocurrió con muchos de los llamados novísimos y aún llegan las secuelas a los jóvenes poetas actuales tanto peninsulares como canarios. Se puede rastrear, por ejemplo, a Ezra Pound en muchos casos, pero nadie ha superado en castellano al mismo en su expresión. Cosa que si han logrado muchos autores hispanoamericanos, incluso canarios.
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Además, la poesía ha de estar siempre al margen de la crítica, me refiero a esa crítica que crea moldes para que la producción subsiguiente los siga y los adore como si de objetos de culto se tratara. La poesía es un hecho cambiante como el habla de donde procede, toda poesía que no parta del coloquialismo de la lengua en que fue escrita está sometida al caos. La poesía es un animal vivo, pero no un animal doméstico. No un burrito de carga esperando el látigo del amo.
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Por eso sus palabras se asfixian cuando las ponemos en la jaula de los significados comunes y no la dejamos avanzar. De ahí el hecho singular de que una poética se produzca en un punto geográfico o en otro. Y nuestra singularidad, al igual que la hispanoamericana, es el mestizaje. Cuando seamos conscientes de la tremenda fuerza que trae este concepto entraremos en la gran habitación no sólo de la poesía sino del entendimiento, esa empatía especial tan necesaria en nuestra evolución.
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Somos argonautas modernos buscando un vellocino. Queremos arrebatárselo a los dioses del Olimpo y no nos damos cuenta que éstos ven ese vellocino en nuestra piel y son ellos los que verdaderamente quieren arrebatárnoslo. Lo envidian. Nuestras flaquezas, nuestro continuo navegar por los mares interiores hacia un huracán que no arrollará sino que nos hará más sabios y, sobre todo, más humanos. Ahí está el oro que no pueden atesorar.
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Pero esto, por desgracia, no es así. Aquí nos hemos hecho unos comodones pequeño burgueses y funcionamos en torno a pequeñas sociedades casi secretas. Obediencia ciega, nos piden los popes regentes de tales feudos, si queremos salir para adelante. La sangre que se asienta y obedece no es sangre, tiene que fluir para que muerda en la palabra. La sangre de la poesía no es sangre de capillas ni cenáculos. Es volver a ese viejo aislamiento, el que afirma a los unos y niega a los otros, el que crea rencillas, celos y recelos. Mal asunto. Al final pierde la poesía, eso que tanto se defiende con tanta euforia como ceguera. Y, desde luego, también pierde la humanidad que tanto necesita de ella.
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Cuando nuestro poeta José María Millares falleció, éste que habla dio noticia de ellos a la Sociedad de Escritores de Chile. Fue más o menos por la época en que ellos estaban recordando la barbarie de Pinochet y lloraban a sus muertos. También fue en un momento en que se solidarizaban con el pueblo mapuche por los crímenes que estaba cometiendo en esos momentos un gobierno pretendidamente democrático y algunos estaban siendo fichados por la policía. El presidente de la SECh Reynaldo Lacámara personalmente, me envió un correo pidiéndome que le mandara poemas de este autor tan grandioso. No tardé ni un día en pasarlos y enviárselos, y ellos no tardaron media hora en publicarlos en su revista. Algo parecido ocurrió cuando murió Rafael Arozarena. Pero el caso fue que no sólo se hizo eco la SECh sino también la revista Isla Negra y por ende todas las redes a donde estos ámbitos llegan. Y eso que no quiero hablar de mi poesía personal, estaríamos horas y horas contándolo. El caso es el siguiente: ¿por qué tanta facilidad de comunicación hacia tan lejos y por qué tanto obstáculo para tan cerca? Y es más, ¿por qué tanto recelo por hablar con ellos? ¿Es que esto que dije antes no es una prueba fehaciente?
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Para concluir, una información: en mayo del año que entra se celebrará El Día Mundial de la Poesía, lo organiza Isla Negra y todas sus redes. No se trata de congresos, ni cenáculos. No se trata de disquisiciones sobre si la poesía debe ser así o asá. Se trata simplemente de celebrar la poesía como algo que une a los seres humanos. Lo único que pide Isla Negra es que se sumen en un momento determinado a dicha celebración, que de forma espontánea haya alguien recitando sus poemas en las plazas, centros educativos, en la oficina, en las facultades o donde les plazca. El año pasado se sumaron más de 200 ciudades de todo el mundo. En gran medida formamos parte de esta iniciativa, seamos más.

Antonio Arroyo Silva. Secretario General de ACAE.
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3 comentarios:

  1. Muy interesante tu disertación Antonio. Las ínsulas, muchas veces las creamos nosotros, pero también nos son impuestas. Sin embargo, debemos luchar por sacar a la poesía de los recintos sagrados. Llevarla a las plazas, a las calles, a donde está la gente sensible que no ha leído teorías literarias pero siente y se emociona. Lo mejor que pudo sucederme en Sevilla es ver cómo la gente al pasar caminando por la plaza Santa Isabel detenía su paso al escuchar la poesía y se quedaba ahí sentada en el suelo hipnotizada por la magia de la palabra. No es cierto que la gente no entiende la poesía. Hay algunos a quienes les conviene que así se crea.
    "La sangre tiene que fluir para que muerda en la palabra"... Muy bello.

    Besos desde México,

    Angélica Santa Olaya.

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  2. Que sí, querida Angélica, que tienes razón. Hace poco hice la prueba con un poema de Lope sobre el amor (ése que tiene tantos infinitivos), se lo leí a unos alumnos y alumnas que dicen no gustarles la poesía ni la literatura en general. Se quedaron asombrados. No sabían muchos significados, pero sabían lo que el poeta quería decir y, además, les emocionaba. Ellos no saben expresarse con el lenguaje de los sentidos; pero éste les bulle en la sangre. Y la sangre sí que explica muy bien.
    Besos desde el ático de los mares, Antonio.

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  3. Por fortuna seguirá habiendo vida, conciencia y gente que exprese y escriba de acuerdo a su sentir y su forma genuina de ser. Y las editoriales metropolitanas, aun a pesar de su tendencia a vampirizar, tendrán que ir viendo cómo las catacumbas a las que han querido reducir a la poesía viva, a quienes escriben con sangre, toman el tamaño de un extensísimo vergel a lo largo y ancho del mundo. SIGAMOS SINTIENDO Y HACIENDO SENTIR, no nos privemos a nosotros mismos ni a los demás de ese don.

    ¡¡¡Un abrazo enorme, Angélica y Antonio!!!

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