jueves, 19 de noviembre de 2009

La poesía de Ramón Sepúlveda

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perros intelectuales
en mi aldea adoptiva
hay un parquecito
al final de la calle Frank
al lado de Jack Purcell

este es lugar de encuentro
para los vecinos del barrio
en su mayoría solteros y solteras
que sacan a pasear sus perros

no nos equivoquemos
estos son perros de aire acondicionado y televisión
no les interesa la naturaleza
ni menos el parquecito

los amos tiran frisbies
pelotas y risotadas
hacen muecas y ruidos bucales
que en mi país se confundirían
con piropos vulgares y groseros

como el calor estival es duro
los perros indiferentes
fingen pensar en Heiddeger o Foucault
y se tienden a la sombra de los árboles
para que con sus frisbies y sus pelotas
sus amos los dejen tranquilos y no los güeveen.



fui famoso
piensa usted en su profesora primaria
cada vez que hace una multiplicación, una resta
cada vez que mira la caligrafía de la ese mayúscula

A mi me pasa algo raro
cuando hago esto
y pienso en la señorita Gardenia
mi profe de primero a sexto preparatoria

me acuerdo de sus piernas
sus pechos erguidos
sus calzones blancos
los que descubrí
una mañana

el gordo Montoya
y yo
compartíamos el segundo banco

la señorita Gardenia
se sentó en la cubierta del primero
dejando sus rodillas a medio metro
de mis ojos impúberes

La profe leía un cuento
o un poema
cuando mis ojos se aventuraron
en el camino sinuoso de sus muslos
que inexorablemente
me llevarían
a su albísima braga
estilo bombacha

“guatón, mírale las piernas”
dije para alertar al gordo
del placer que me estaba dando

pero mis palabras
no solo alcanzaron
los oídos de él

la profe
paró de leer
y soltó el libro
sobre la cubierta de mi banco

me miró
a los ojos colorada:
¡sapo! me dijo

y continuó leyendo de pie

en el patio
de la escuela
durante el receso
todos los chicos
reían de mi descaro

y repentinamente
me hice famoso
en aquel patio.



al único poeta que no le han pegado (todavía).
anduve cerca
tan cerca que vi los puños del Madariaga
encima de mis solapas

había sido una lectura
igual que muchas
y el Quique Madariaga que también escribe
me dijo güevón; cinco minutos y no más

yo me hice el loco
y leí ocho páginas
mis crónicas de amor y aventura
de una gata con botas
que era striptisera

el Quique es el hombre
que corta el queso
el que da el micrófono
a su antojo

yo lo güevié y lo güevié
para que me dejara subir
pero como el Quique no me pasa
apenas a medianoche me llamó al podio

quedaban solo poetas borrachos en la sala
en el momento que anunció:
“con nosotros, Paredes,
que se dice poeta
pero que solo es un prosista,
un amateur de las estrofas...
oigamos lo que hable”

con tal presentación cinco poetas
aplaudieron de malagana
un narrador rió
y una colorina bastante rica
me socorrió con los ojos.

agarré papas con mi texto
lo dramaticé y lo recité
le hice voces y lo canté

twenty seconds dijo el Quique
porque él habla el inglés
y para decirme que no hinchara más
con esa lata de media hora

mas yo entusiasmado
con la colorina
leía cositas del corazón
disfrazadas de Eros y calenturas
que hablan de mi alma sensiblera,
alma creativa, de mi vida sola

“te quedan diez segundos, güeón”
insistió el Madariaga
y yo molesto solté mi manuscrito
y le clavé la mirada

“qué te pasa conchetumadre
se me escapó de los labios
pero me arrepentí enseguida
porque allí, salvo la colorina
no había nadie que me defendiera

en esa noche aciaga y despoblada
el Quique tenía amigos
y los poetas ebrios
suelen pegar como futbolistas

“¡bájate altiro no más!”
ordenó el Madariaga
mientras los ojos de la audiencia
aprobaban su falta de arte

no contento con su abrupta escindida
Madariaga me amenazó:
salgamos al parking, güeón,
salgamos al ring
y se me echó encima con lo puños.

salgamos dije y miré afuera
para hallar mi bicicleta cerca de la ventana
sin cuidado ni cortesía
monté en ella esa noche solo

no era yo
el primer vate reprendido o increpado
o puesto en la acera a empujones
pero la suerte mía me ampara
y la cresta todavía no me la han sacado



Ramón Sepúlveda San Martín, Chile/Canadá. Estudió en la Universidad de Chile y reside en Canadá desde 1974. Miembro fundador de Ediciones Cordillera y talleres literarios en Canadá. Colaborador de las revistas culturales canadienses Alter Vox (Ottawa, de Jorge Etcheverry, Luciano Díaz) y Apostles Review (Montreal, de Ramón de Elia, Diego Creimer). Antologado en República Dominicana, México, Estados Unidos, Chile y Canadá. Sus cuentos han formado parte de las antologías: Literatura Chilena en Canadá de Naín Nómez, Ottawa, Canadá, 1982. Antología de autores canadienses Shoes and Shit (Geoff Hancock, Toronto, Canadá, 1984). Cruzando La Cordillera de Juan Armando Epple, México, 1986. Simbiosis, de Luciano Díaz, Ottawa, Canadá, 1995. Retrato de una Nube, Luis E. Molina y Julio Torres-Recinos, Ottawa, Canadá, 2008. Las Imposturas de Eros, Luis E. Molina y Julio Torres-Recinos, Ottawa, Canadá, 2009.
Publicó en inglés con "Split/Quotation" el libro de cuentos Red Rock en Ottawa, 1990 y versión en castellano en Chile, 1991. Su relato The Reception figura en el texto de enseñanza del inglés: Pens of Many Colours, publicado por Seneca College, Toronto, Canadá, 1997.
Publicaciones en otras revistas literarias: Literatura Chilena en el Exilio (David Valjalo, 1979, California). Literatura Chilena Creación y Crítica (David Valjalo, 1980, California). Canadian Fiction Magazine (1981 y 1987, Toronto).
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