En la terraza del
Bogaz Hatti, se junta con colegas a trabajar, cambiar periódicos, intercambiar
informaciones locales, comentar internacionales y beber un áspero café turco.
Todas las mañanas en la vereda del frente al abrigo de una
de las pocas sombras del lugar, se instala un mendigo con un harapo alrededor
de su cabeza a pedir algunos dinares de lata y dormitar. El limosnero de vez en
cuando segrega del paladar a la tierra, el hilo de la libertad primaria
despreciada por los transeúntes.
Hace tres días no lo observa, porque se ha dedicado a captar
aquellos que no ven al pordiosero, a los que les dicen loco, gritan tonto,
saludan como retardado, violentamente empujan, asustados lanzan pequeñas
monedas y a los corresponsales que lo comparan con los diálogos políticos del
país.
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