Por Gregorio
Angelcos
El Shopping es
un ejercicio de miniturismo recorriendo bienes de consumo, comercios que son
puestos en escena. El Shopping es el turismo de los pobres, con muchos
productos que vienen de todo el mundo y que, a veces, tienen una pequeña
referencia del lugar de origen.
Para los
pobres la economía de mercado es un cáncer que corroe su presupuesto, hace sangrar
sus bolsillos y convierte sus relaciones en transacciones mercantiles que
anulan su creatividad, castra su lado sensible, y los inhabilita con sus
estímulos publicitarios para reconocer su verdadera identidad, cuya exigencia
central es la lucha por reivindicarse como clase, articularse en una sólida
organización, y proyectar sus vidas en un proceso donde la recuperación de lo
humano es vital para salir del subdesarrollo mental en la que se encuentran
atrapados.
Los no lugares
son lugares de no identidad, son espacios donde no hay identidad y relaciones,
ni historia, como por ejemplo, los espacios de comunicación, tales como, los
aeropuertos, las rutas o los medios de transporte, o los espacios de
intercambio, como las grandes superficies comerciales, los shopping centers, y
también las redes de comunicación invisibles, como los cables y los cajeros
automáticos.
La circulación es la característica común.
Todo lo contrario de la noción de arraigo, y también lo efímero porque es la
mirada de lo que pasa. Es en estos espacios donde el pobre se anula a sí mismo,
insertándose en una realidad relativamente opulenta que contrasta con sus
lugares de origen tradicional.
El salto de la
población al Centro Comercial produce un choque estético que funciona por los
grados de socialización, en unas horas de regocijo y placer artificiales,
numerosas vitrinas y una óptima iluminación que deslumbra a las familias que lo
recorren como si una salida limitada de compras fuese más relevante que una
convivencia social entre pares. Se trata de un espacio donde transitan millares
de personas cuya identidad es desconocida, y cuya principal atracción es la
negación de la existencia del otro, invalidando la relación social entre
humanos, para dar paso a un vínculo determinante entre el sujeto y el objeto,
que se exhibe para ser comercializado en un corto plazo, de esta transición
cotidiana donde la comunicación es el elemento clave del negocio.
Así, los
grupos familiares convergen en un presunto entorno social donde gozan del privilegio
del consumo restringido, un templo con elementos simbólicos que forman parte
del trueque contemporáneo, poco dinero en efectivo proveniente de sueldos
raquíticos, y potencial dinero garantizado por tarjetas de crédito con montos
autorizados para comprar, que quintuplican la capacidad económica real de
quienes se sumarán a este reino del lucro, asumiendo su futuro endeudamiento,
adquiriendo un número significativo de enseres superfluos, que van desde una
decoración pequeña para una mesa de centro hasta un plasma gigante que estrecha
los escasos espacios que posee una vivienda social, donde cohabitan hasta diez
y doce integrantes por núcleo familiar.
El ejercicio
se repite una vez al mes ya que los recursos no alcanzan para más, se recibe el
ingreso familiar, se programa una salida al Shopping donde se cancelan las
cuentas de servicios básicos, luego al supermercado del sector para la compra
de alimentos no perecibles, y como corolario unas golosinas para los más
pequeños, y algo de vestuario de la temporada que se encuentra en liquidación.
De regreso a
casa, el presupuesto ha quedado reducido a cero o casi cero, y por tanto
deberán trabajar intensamente para proveerse de este paseo tradicional cuando
se inicie el próximo mes. Se trata de una efímera felicidad que condiciona el
subconsciente colectivo, para luego caer en la frustración que dada la falta de
dinero, los dejará en un estado de precariedad que será necesario disfrazar con
alguna entretención subsidiaria, que provenga de una posibilidad azarosa, que
emerja como por arte de magia de algún factor endógeno desconocido. Y así
transcurre la vida de los pobres que a estas alturas suman una cifra cada vez
más numerosa, porque a pesar de que los índices de pobreza aparecen como
reducidos con relación a otros períodos, lo cierto es, que los factores que se
incorporan para el análisis del tema como indicadores, forman parte de un
lenguaje que permite un manejo de las cifras, pero que no da cuenta de la
verdadera realidad en la que se encuentran los pobres y la alicaída clase media
chilena.
Por esta
razón, el salto de la no identidad a un reconocimiento consciente de la
identidad corporativa de las clases sociales en Chile, pasa por la necesidad de
redescubrir los valores que son constitutivos de los grupos afectados, y estos
tienen su punto de partida, en las relaciones de cooperación y en el verdadero
sentido del desarrollo, tales como: crecimiento material aparejado con un
crecimiento cultural, reflexivo, y de conciencia política para definir el rol a
través del cual deben insertarse, los que creyendo que forman parte del
sistema, están marginados por su nivel de enajenación y comprensión objetiva de
su propia realidad.
..
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La editorial tomará en cuenta tu aporte
El comentario debe ser firmado
Saludamos al lector activo.
Si tienes alguna consulta, escríbenos a:
sociedaddeescritoresdechile@gmail.com