jueves, 27 de junio de 2013

Atrapados por la realidad

 
 

Por Gregorio Angelcos

 

El Shopping es un ejercicio de miniturismo recorriendo bienes de consumo, comercios que son puestos en escena. El Shopping es el turismo de los pobres, con muchos productos que vienen de todo el mundo y que, a veces, tienen una pequeña referencia del lugar de origen.
 
Para los pobres la economía de mercado es un cáncer que corroe su presupuesto, hace sangrar sus bolsillos y convierte sus relaciones en transacciones mercantiles que anulan su creatividad, castra su lado sensible, y los inhabilita con sus estímulos publicitarios para reconocer su verdadera identidad, cuya exigencia central es la lucha por reivindicarse como clase, articularse en una sólida organización, y proyectar sus vidas en un proceso donde la recuperación de lo humano es vital para salir del subdesarrollo mental en la que se encuentran atrapados.  
 
Los no lugares son lugares de no identidad, son espacios donde no hay identidad y relaciones, ni historia, como por ejemplo, los espacios de comunicación, tales como, los aeropuertos, las rutas o los medios de transporte, o los espacios de intercambio, como las grandes superficies comerciales, los shopping centers, y también las redes de comunicación invisibles, como los cables y los cajeros automáticos.
 
 La circulación es la característica común. Todo lo contrario de la noción de arraigo, y también lo efímero porque es la mirada de lo que pasa. Es en estos espacios donde el pobre se anula a sí mismo, insertándose en una realidad relativamente opulenta que contrasta con sus lugares de origen tradicional.
 
El salto de la población al Centro Comercial produce un choque estético que funciona por los grados de socialización, en unas horas de regocijo y placer artificiales, numerosas vitrinas y una óptima iluminación que deslumbra a las familias que lo recorren como si una salida limitada de compras fuese más relevante que una convivencia social entre pares. Se trata de un espacio donde transitan millares de personas cuya identidad es desconocida, y cuya principal atracción es la negación de la existencia del otro, invalidando la relación social entre humanos, para dar paso a un vínculo determinante entre el sujeto y el objeto, que se exhibe para ser comercializado en un corto plazo, de esta transición cotidiana donde la comunicación es el elemento clave del negocio.
 
Así, los grupos familiares convergen en un presunto entorno social donde gozan del privilegio del consumo restringido, un templo con elementos simbólicos que forman parte del trueque contemporáneo, poco dinero en efectivo proveniente de sueldos raquíticos, y potencial dinero garantizado por tarjetas de crédito con montos autorizados para comprar, que quintuplican la capacidad económica real de quienes se sumarán a este reino del lucro, asumiendo su futuro endeudamiento, adquiriendo un número significativo de enseres superfluos, que van desde una decoración pequeña para una mesa de centro hasta un plasma gigante que estrecha los escasos espacios que posee una vivienda social, donde cohabitan hasta diez y doce integrantes por núcleo familiar.
 
El ejercicio se repite una vez al mes ya que los recursos no alcanzan para más, se recibe el ingreso familiar, se programa una salida al Shopping donde se cancelan las cuentas de servicios básicos, luego al supermercado del sector para la compra de alimentos no perecibles, y como corolario unas golosinas para los más pequeños, y algo de vestuario de la temporada que se encuentra en liquidación.
 
De regreso a casa, el presupuesto ha quedado reducido a cero o casi cero, y por tanto deberán trabajar intensamente para proveerse de este paseo tradicional cuando se inicie el próximo mes. Se trata de una efímera felicidad que condiciona el subconsciente colectivo, para luego caer en la frustración que dada la falta de dinero, los dejará en un estado de precariedad que será necesario disfrazar con alguna entretención subsidiaria, que provenga de una posibilidad azarosa, que emerja como por arte de magia de algún factor endógeno desconocido. Y así transcurre la vida de los pobres que a estas alturas suman una cifra cada vez más numerosa, porque a pesar de que los índices de pobreza aparecen como reducidos con relación a otros períodos, lo cierto es, que los factores que se incorporan para el análisis del tema como indicadores, forman parte de un lenguaje que permite un manejo de las cifras, pero que no da cuenta de la verdadera realidad en la que se encuentran los pobres y la alicaída clase media chilena.
 
Por esta razón, el salto de la no identidad a un reconocimiento consciente de la identidad corporativa de las clases sociales en Chile, pasa por la necesidad de redescubrir los valores que son constitutivos de los grupos afectados, y estos tienen su punto de partida, en las relaciones de cooperación y en el verdadero sentido del desarrollo, tales como: crecimiento material aparejado con un crecimiento cultural, reflexivo, y de conciencia política para definir el rol a través del cual deben insertarse, los que creyendo que forman parte del sistema, están marginados por su nivel de enajenación y comprensión objetiva de su propia realidad.
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