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Compilador: Eduardo Embry
Todos
estos poemas pertenecen al libro
PUEDE QUE SEAN LAS MUSAS
No te calles, viejo infante.
Tiéntale al futurolas riberas perdidas,
el silencioso pedregullo
de los cauces inertes.
Hurga en ellos
los golpes en falso,
Horeb
y la gota ingrata de las treguas.
No te calles lo que miras
ni aun cuando te miras.
No te diluyas en ayes.
Nada de cuentos.
Léenos la cuenta.
PASCUA LAMA
Debajo del glaciar,
el oro es la abundancia;
la plata, el cobre,
las yapas dadivosas.
Y, en las comparsas del oro,
fundida al centelleo,
la Muerte encabeza un pasacalle.
Fíjate bien cómo luce el rebozo,
fíjate bien cómo relumbran, allí,
arteras lentejuelas de esperanza.
Debajo del oro,
nada más que el abismo
y, alrededor del abismo,
un pueblo entero
irá a revolcarse en los despojos.
Debajo del glaciar aguarda el oro
como un alacrán oculto en un ladrillo.
¿Quién amnistió
a Prometeo?
Ese ladrón del fuego.
Ese ladrón del agua.
Ese ladrón del aire.
Ese ladrón del suelo.
El mismo ladrón.
Cada vez que roba
deja en el Planeta
una bosta humeante,
al estilo de los antiguos
monreros, supersticiosos
saqueadores de casas,
que antes de escapar
botín en mano,
hacían su pastel
en medio del salón.
LAS AGUAS BAJAN Y SUBEN
Sin arca este diluvio universal.
Edificios hincados ante el agua.
Estallidos del rezo, la azotea;
nada sabrían captar sus parabólicas.
La parábola allí la dice el viento,
la explica un aguacero inexorable,
la comprenden los brazos elevados
hacia la cerrazón de una deidad
hostil a toda queja. Su voz, el trueno.
En la cumbre del techo está un niño
y el gato, que es el miedo y que es un gato,
a la espera y a la prisa de una lancha;
la luz de un helicóptero, de un ángel
nunca. No quiere el gato lo del ángel.
El ángel que se tarde, que se tarde.
Zurcidores los hilos de la lluvia,
caen sobre la mano, desdibujan
un arañón. Se aferran los esfuerzos
todavía más al gato que al tejado.
Y el mirar es un guiño a lo posible.
Y lo posible viene si hay respiro,
por mucho que se mojen los maullidos.
Invasores los hijos de la lluvia,
rebalsan en faldones y quebradas,
bajan hacia las calles, las conquistan;
en la crecida buscan el regazo:
arrasan, remolinan, se congregan,
suben hacia las nubes estas aguas.
Codiciosos los dedos de la lluvia.
El torrente se lleva camas, sillas
muebles de escribanía, mostradores,
cojines con la grana trajinada.
Una puerta sin jamba inicia un viaje,
dormida cruza puentes sumergidos.
Despierta a la deriva con un niño.
Herrumbrosos los clavos de la lluvia.
Bajo las turbulentas, van errantes
autobuses, furgones, motos, coches.
Y dentro de los coches, cinturones
de seguridad cumplen con la ley,
rigurosos sujetan en su sitio
cadáveres hinchados por la riada.
El niño no los ve; los huele el gato.
ACIBARA LA LLUVIA POR NOSOTROS
Este planeta suda por nosotros.
Por nosotros, su gota gorda. Larga
vapores pertinaces, por nosotros.
Por nosotros, la fiebre: aquel delirio
de grandeza fraguado por nosotros.
Por nosotros, los años, sus añicos.
El tiempo y sus estragos por nosotros.
Por nosotros, tizones son las nubes,
las costillas del cielo. Por nosotros.
Por nosotros, los polos y el sofoco
que carcome los hielos por nosotros.
Por nosotros, el ímpetu del agua
en la plaza y en el cerro por nosotros.
Por nosotros, los sueños, ¡guardabajo!,
de gozo, de progreso por nosotros.
Por nosotros, se caen. Son el ojo
del ciclón desatado por nosotros.
Por nosotros, diluvio y pesadilla.
Acibara la lluvia por nosotros
KILIMANJARO
Altas nieves que fueron la Película,
que iluminan afiches y engalanan
un parque nacional. Pira volcánica
dormida en un regazo de blancuras,
el punto orientador y las leyendas
de toda una comarca. La morada
de Dios, dice el masai. Otros desmienten,
y el demonio del frío vive en las cumbres.
A la montaña se unen los sinuosos
senderos del pasado. Caravanas
con esclavos acampan cada noche,
después siguen al mar y a la subasta.
La memoria retuvo el pie forzado.
La memoria de aldeas aledañas
hoy se desvela y anota cada síntoma,
un viento sopla desde el mismo infierno
y quema eternidades en la nieve.
La memoria retiene esos deshielos,
verifica un diagnóstico de enfermo
terminal: en diez años, estupor
lo que aún está en lugar de la ceniza:
altas nieves que fueron la Película.
Y los diez años, gotas en las peñas,
la pulsación del plazo, disolverse,
hasta hallar, entre olvidos, la elegía.
SEGUNDA MUERTE DE NARCISO
Me acerco a la superficie de un remanso,
me devuelve la cara inesperada del Gran Rasca.
No salgo de mi estupor mientras las aguas
menguan sin dejar de mostrarme en esa cara.
Se evaporan, pierden volumen hasta ser
pedregullo y lamilla, yesca en breve.
Y mi cara, la del Rasca,
unas lajas y un cangrejo
podrido por el sol,
por el mismo sol
que atraviesa el tamiz roto del ozono,
y me cae en la nuca como una guillotina
encariñada; muy pulcra, les diría.
SE PREGUNTABA MANRIQUE (HACIA 2476)
¿Qué se hizo el peje y la mar?
Las tortugas, los corales,
¿qué se hicieron?
¿Qué fue del oso polar?
¿Qué fue de los marsupiales?
¿Cuántos vieron?
¿Fueron mitos los manglares?
¿Qué fueron tundras y llanos
de estos mundos?
¿Las neviscas, los glaciares?
¿Lagos, arroyos, veranos
muy jocundos?
¿Qué se hicieron esas selvas,
sus tucanes, sus orquídeas,
sus colores?
¿Qué se hicieron madreselvas
y llamaradas irídeas
de las flores?
¿Qué se hizo tanto cruzar
de bandurrias enfiladas
que tañían?
¿Qué se hizo tanto volar,
aquellas plumas chapadas
que traían?
Hijos, hubo en este paraje un lago,
pescadores, bañistas de hace mucho.
Después un humedal, pronto sin grullas;
el ocre definitivo en el junco;
el croar, ni por recuerdo.
Quedó la perenne raspadura en la garganta,
estas polvaredas.
Un día, de esos que por inercia
seguimos llamando de primavera,
aquí tallé una rosa
en el rosa de una roca.
Me acusaron de perder el tiempo.
Me exigieron que, como todos,
me limitara a golpear en las peñas
para ver si de alguna,
por fin, saltaba el chorro.
Un hombre había logrado ese prodigio
y un pueblo entero pudo saciar la sed,
estaba escrito.
Me lo tatuaron en el tímpano:
Bien puede volver a ocurrir
lo acontecido en épocas remotas.
Déjate de rarezas y de rosas
y golpea con furia, como todos.
EL ÚLTIMO ZAHORÍ
De loco, de bufón, de mal parido,
en sequedad florecen los escarnios.
No me importan, resisto con lo mío,
con la bifurcación sagaz vibrando
entre mis manos, sola, sabedora.
Traza senderos, busca las albricias
impensables del agua, muy abajo.
A mí todos me llaman Horcajita.
Mi vida es una i griega de avellano,
ingeniera de cálculos rotundos,
que me une a manantiales escondidos,
pulsar de yugulares cristalinas,
esquivas en los años de praderas
cuarteadas que tanto padecemos.
Por eso el desvelarme zahorí. Por eso
a mí todos me llaman Horcajita.
Mi andar es un vestigio que relumbra
en el errante flujo de un misterio,
mi andar es ministerio consagrado
al vínculo del agua con la rama,
mi andar cruza la burla y la esperanza,
discreta, me custodia ante esas risas.
Mi andar va a la vertiente imprevisible.
A mí todos me llaman Horcajita.
Ausculto la cisterna por nacer.
Me atrevo incluso allí donde fracasan
detectores, varillas cibernéticas.
Tecnología de punta, como dicen,
con los labios fruncidos y el desdén
en la ojeriza, juzgando estos puños
cuando aviva un imán, la napa oculta.
A mí todos me llaman Horcajita.
Unos pocos entienden que es oficio
y se vuelven mi sombra corajuda.
En quebradas, en páramos y pampas,
en baldíos ya sin pájaros ni espinos,
ahuyentan al espía, del escorpión
me guardan. Con azadones mellados
ahondarán, en lo yermo, la fe y el pozo.
A mí todos me llaman Horcajita.
Sergio_Infante, Santiago de Chile, 1947, escritor y
profesor universitario, ha publicado los siguientes libros de poemas: Abismos
Grises (Santiago de Chile, 1967), Sobre Exilios/Om Exilen (Edición
en español y sueco, Estocolmo, 1979), Retrato de época (Estocolmo,
1982), Distancias (Concepción, 1987),
El amor de los parias (Santiago de Chile, 1990), La del alba sería
(Santiago de Chile, 2002). y Las aguas
bisiestas (Santiago, 2012).
Su obra
lírica, además, puede encontrarse en antologías, como la de Soledad Bianchi, Viajes de ida y Vuelta. Poetas chilenos en
Europa (Santiago, 1992) y la reciente de Teresa Calderón, Lila Calderón y
Thomas Harris, Antología de poesía
chilena I La generación de los 60 o
de la dolorosa diáspora (Santiago de Chile, 2012) y tanto en revistas y
periódicos de Europa e Hispanoamérica como traducida a otras lenguas. En 2008
apareció en Santiago su novela Los
rebaños del cíclope que hace parte de una trilogía. Ha participado en
eventos internacionales, como el Poesidagarna,
Malmö, Suecia, 1999, el Salón
Iberoamericano del Libro en Gijón, en 2004, el Chile-Poesía, en 2005, el Festival
Mundial de Poesía de La Habana, en 2007, Primer Corredor Poéticas del
Sur, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, en 2008.
Infante, reside
en Suecia desde 1975 donde llegó como refugiado político, es doctor en
Filosofía y Letras y se acaba de jubilar de su cargo de profesor titular en el
Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos de la
Universidad de Estocolmo, y es autor de la tesis doctoral El estigma de la falsedad. Un estudio sobre Yo el Supremo de Augusto
Roa Bastos (Estocolmo, 1991) y de varios artículos de crítica literaria.
Dentro de su trabajo académico ha dirigido un buen número de tesis doctorales.
En 2002 recibió el Premio Cóndor, en mención Literatura, como reconocimiento a
su obra poética.
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