Por Alex Zisman
Gracias en buena parte al flujo de exilados chilenos llegados a Canadá a partir de 1973 a raíz del derrocamiento de Salvador Allende, la creciente comunidad hispanoamericana en este nórdico país llegó a disfrutar de un florecimiento institucional y cultural sin precedentes. Ya que los cuadros que llegaron utilizaron las actividades culturales como catalizador y arma de resistencia para mantenerse unidos y enfocados frente los acontecimientos en su país de origen, y también mostraron una capacidad de organización ejemplar, cualidad que fue asimismo aprovechada para hacer funcionar instituciones dentro de la comunidad.
En cuanto al aspecto literario, el repunte no se hizo esperar una vez que los escritores que llegaron con esta hornada, recalados mayoritariamente en Toronto, Montreal, Ottawa y Vancouver, comenzaron a darse a conocer en nuevas revistas y editoriales, arrastrando de paso en estos proyectos a otros autores hispanoamericanos radicados en Canadá. Jorge Etcheverry y Luciano Díaz, los actuales editores de Borealis, llegaron a figurar prominentemente desde fines de los años setenta entre los impulsores de estas actividades.
Al impulsarse las actividades comunitarias, se hizo asimismo evidente la necesidad de establecer puentes con lo que Etcheverry llama la literatura “de adentro”, literatura en cierto modo ajena a lo nuestro, si consideramos por un lado a la de más fácil acceso, conformada como la hispanoamericana dentro del panorama multicultural canadiense, y por el otro a la más exclusiva y condescendiente, generada por las culturas anglófona y francófona dominantes
Esta labor de comunión implicaba imbricarse generalmente en eventos en los que el castellano jugaba un rol menor. Hasta que Díaz, tras una lectura con la presencia de autores de diversas nacionalidades en la Biblioteca Nacional de Canadá, decidió darle vuelta a la tortilla y orientar las actividades literarias de su círculo inmediato hacia un foro en el que el castellano fuera la lengua franca. Aunque el propósito inmediato era ofrecer una plataforma a los autores hispanoamericanos radicados en Canadá, también serviría para acoger a los que visitaban este país, y hasta permitiría luego dar a conocer en nuestro idioma la obra de autores que escribían en otras lenguas.
Díaz discutió el asunto con Etcheverry, quien bautizó el evento, y así fue como se llegó a lanzar en Ottawa en junio de 1997 el ciclo de lecturas de El Dorado. En forma itinerante y a lo largo de más de catorce años este encuentro ha logrado ceder la palabra en diversos restaurantes de la capital canadiense a más de ciento sesenta invitados especiales y no menos de mil seiscientos lectores en el micrófono abierto.
Como testimonio de esta ininterrumpida labor, Borealis nos ofrece ahora una recopilación de textos, sobre todo poéticos pero también en prosa, de cuarenta y nueve autores participantes, organizada siguiendo un orden alfabético. Más que marcar hitos en cuanto a la evolución propia de El Dorado, la antología satisface dentro de la diversidad y variedad de las contribuciones ciertos claros objetivos dentro del panorama literario canadiense.
En primer lugar destaca la presencia de escritores chilenos en el desarrollo de la literatura en castellano en Canadá. La selección de más de una veintena de ellos en la antología, hace valer el rol fundamental que han llegado a cumplir sobre todo como exponentes del exilio dentro de la misma. Si bien la mayoría de estos autores sigue en Canadá, algunos como Naín Nómez, Manuel Jofré y Alfredo Lavergne, que tan buena impresión dejaron por estos lados, retornaron a Chile y residen ahora en su país natal.
Borealis también acoge a otros escritores hispanoamericanos que han dejado obra relevante en este país, bien sea el argentino Ramón de Elía, la mexicana Zaira Eliette Espinosa, el boliviano Alejandro Saravia o el salvadoreño Julio Torres-Recinos, a algunos escritores multiculturales como el italiano Antonino Mazza o el ceilandés Asoka Weerasinghe, y a canadienses como Sylvia Adams, Hugh Hazelton – que además de escritor es un traductor especializado en la obra de autores latinoamericanos residentes en Canadá –, Seymour Mayne o Patrick White.
La antología asimismo rinde homenaje a un par de asiduos colaboradores desaparecidos, ambos poetas, el cubano-canadiense Juan O’Neill y la ottawense Maureen Glaude.
Dentro de todo este armazón cabe destacar además otra labor creativa como importante factor aglutinante, la de la traducción, primordialmente por parte de los editores, pero también de Erik Martínez, María Laura Spoturno et al.
Si bien Borealis prefiere obviar detalles acerca de los lugares, las fechas y la forma en que se desenvolvieron las diversas lecturas, al menos el arranque de un texto testimonial de Felipe Quetzalcoatl Quintanilla – poeta nacido en México pero formado en Canadá – nos ofrece un atisbo del ambiente reinante durante la buena época en uno de los míticos cafés de Ottawa, el Rasputin’s:
(J)ODA A EL DORADO
La primera vez que leí en el Dorado
mi pierna derecha temblaba incontrolablemente
y mis manos sujetando mi computadora también…
sudaba mi frente y sonrojaba mi cara
leí todo lo que tenía escrito
hasta ese entonces
leí todo esa noche archivo
por archivo de mi laptop
y se me pasó la mano me aseguraste
Arturo al final
me dijiste que me había pasado
como un indígena canadiense que vino a leer alguna vez
un espiral interminable de poesía
además… la poesía se tiene que escribir a mano
sobre papel huevón.. eso sí espontáneo no
como en la computadora
esa cosa extraña y artificial…
Y otro del chileno Ramón Sepúlveda nos da una idea de las condiciones reinantes durante las situaciones climatológicas más extremas:
LA FRÍA NOCHE DE DOS VULGARES
(El Dorado, sesión de enero 2004)
La temperatura tocaba la marca de menos 27, que sumado el factor viento llegaba a 42 grados bajo cero, cuando después de caminar media cuadra entraba entumecido al restaurán Rasputín. Dos poetas, de una valentía admirable salían a la acera con cigarrillos apagados en la boca porque en esta ciudad está prohibido fumar en todo lugar. Eran las 8:30 y una vez más llegaba media hora atrasado, y claro, hoy mi razón era la temperatura, como si media hora antes hubiera hecho más frío. Miré al interior y los únicos parroquianos que tuvieron la audacia de salir de su casas esa noche eran los habitués de El Dorado Reading series Inc. Conté con la mirada: nueve más los dos poetas fumadores y yo, arrojaba un total de doce personas. Una asistencia nada despreciable, considerando que por el frío se había cancelado la mayoría de las actividades en la ciudad…
Buen ambiente, mucho cachondeo. Y una larga estela. Esperemos que Luciano Díaz y Jorge Etcheverry se las arreglen para que prosiga la jarana en El Dorado por mucho tiempo más.
* Alex Zisman reside en Calgary.
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