Eduardo Embry
en el primer homenaje a Pablo Neruda en la calle
de Londres
que lleva su nombre, organizado por la Casa
Chilena
La denominación de Chile
La
denominación de Chile
americano,
antártico y oceánico,
viene del
sonido de un pájaro
y el
territorio donde se halla
corresponde
a los tres
continentes:
América,
Oceanía y Antártica.
Saltando
montes, valles y precipicios
los voy
definiendo, poco a poco,
hasta llegar a
la costa;
toda la
población del país
se asoma a los
abismos,
cae al mar y
del mar asciende
hasta las más
altas montañas
donde se halla
de verdad
todo su
territorio americano,
siendo su
punto extremo
a unos 10 km
de Visviri;
y su punto
meridional,
las islas de
Diego Ramírez;
el territorio
antártico de Chile
es el más
extenso, pero está casi despoblado,
sólo allí se
hallan los guardianes
territoriales:
soldados y marineros,
lo demás son
pingüinos y ballenas
blancas,
azules y grises;
su territorio
oceánico
son las islas
de Pascua, y Sala y Gómez,
- Motu Motiro Hiva – que en rapanui significa
«islote del ave en camino a Hiva»
todo aquí es
pequeño, más pequeño
que la cabeza
negra de un alfiler,
pero el Océano
Pacífico
es inmenso
como la luna y el sol,
donde viven
jefes
y terribles
dioses,
lejos de aquel
cosmos donde casi
nadie respira,
lejos de la
bóveda azul,
en una piedra
iluminada
vive toda mi
familia,
padre y madre,
mis tres
hermanas y mi hermano Enrique,
abajo, muy
abajo, escondidos,
para que nadie
nos vea,
para que los
muchachos ignoren
los pasteles y
los helados,
para que nadie
pida nada.
Por cambiar un bombillo quemado
Para JO
Por cambiar un
bombillo
que se había
quemado en la cocina,
la mujer que
yo tenía
desapareció;
visité muchos
lugares
preguntando:
“¿han visto ustedes a mi mujer?”
“No la hemos
visto” – y así, mil, veces más,
nadie la había
visto, pero yo
la veía en
todas partes;
no hacía más
que extender la mano
con la
intención de tocarla,
pero de
inmediato desaparecía;
recorrí ciudades, países,
atravesé ríos
y montañas,
ya visitaba
cuarteles
donde llega la
gente que mueren en la calle,
hospicios,
iglesias, cementerios,
recorrí todo
el litoral revisado,
puerto por
puerto, en los precipicios;
cerca del mar,
me senté en una piedra,
puse los codos
sobre mis rodillas
y me puse a
pensar:
¿cómo es
posible que desparezca
una mujer que
se sube a una silla
para cambiar
el bombillo
que se había
quemado?
en eso estaba
cuando se
acercó a mí
un mosco de
cabeza azul,
vino para
consolarme, “no te aflijas, hombre,
con la tierra
blanda
que hay en
este lugar
puedes hacer
otra mujer”;
eso mismo
pensaba yo; cogí
un poco de
tierra blanca y rubia
y comencé a
darle y darle
la forma de
una mujer
sana y bella
como era
la mujer que
había perdido
y volví a
cantar, volví a fumar
y otra vez
soplé el tabaco
y soñé y soñé
con un país
sin muertos ni
desaparecidos;
pero aquella
mujer
hecha de
tierra blanca y rubia,
en cuanto tocó
el agua
para lavar los
platos
se deshizo;
entonces grité
para el mosco
de cabeza azul
me escuchara
de una vez:
“esta mujer no
sirve”
Y otra vez el
mosquito comenzó
a zumbar en el
oído,
“ esta la
tierra blanca y rubia
no es apta
para hacer mujeres buenas,
mejor es la
resina que hay en los árboles,
no se derrite
fácilmente con el agua” ;
así, pues,
manos a la obra,
y otra vez me
puse a cantar,
a soplar
tabaco, a soñar y a soñar
que tenía otra
mujer, resistente
al calor y al
agua;
al amanecer
salió en busca
de leña para
hacer fuego,
y como no
volvía, salí a buscarla,
lo mismo que
antes:
“¿han visto
ustedes a mi mujer?”
“No, no la
hemos visto” –
Nadie sabía
dónde se hallaba; pero yo
la veía en
todas partes;
desesperado
visité los cuarteles,
los
hospitales, los lugares
donde llegan
los que mueren en la calle,
hospicios,
iglesias; pero nada;
esa mujer que
había sido hecha de resina
sólo dejó una
mancha negra en el suelo,
con el intenso
sol del verano
se derritió;
fumando y
fumando tabaco
pensaba y
pensaba
“no ha habido
en este mundo
otra mujer más
bella”-
entonces, salí
a la calle,
a plena luz
del sol
la buscaba con
una vela encendida,
“ahí está”,
decía la gente;
en cuanto la
veía
se
transformaba en una rana,
y vino otra
vez el mosco de cabeza azul,
y otra y otra
vez le rogaba:
Mosquito de
cabeza azul,
tú que revoloteas
por todas parte,
que lo ves,
que lo estás
viendo y lo sabes todo, dime:
¿dónde está la
mujer que yo más quería?”
.
.
Edicto del Rey
Canuto
Cuando llegué a
esta ciudad
traía unas ínfulas tremendas
de llegar a ser un poeta famoso;
como preparación para esta
empresa gigante,
no anduve con chiquitas,
de un edificio
a otro edificio, hice saber
a todo el mundo mi gran aventura;
traía unas ínfulas tremendas
de llegar a ser un poeta famoso;
como preparación para esta
empresa gigante,
no anduve con chiquitas,
de un edificio
a otro edificio, hice saber
a todo el mundo mi gran aventura;
leía casi todas
las instrucciones
que habían dejado los más ilustres hombres
de letras universales;
desde los más soñadores y locos
hasta los más prácticos y matemáticos
que hacían experimentos
al estilo de Paracelso
que durante la Edad Media
se rascaba la cabeza para convertir plomo
en barras de oro;
que habían dejado los más ilustres hombres
de letras universales;
desde los más soñadores y locos
hasta los más prácticos y matemáticos
que hacían experimentos
al estilo de Paracelso
que durante la Edad Media
se rascaba la cabeza para convertir plomo
en barras de oro;
el manejo de
dichos y refranes,
y sobre todo, de cómo armar y desarmar un poema
fueron mis lecturas favoritas;
con Dante y Beatriz aprendí a perderme
en los bosques;
navegando y navegando con Neruda
supe cómo utilizar bien los gerundios;
con todo aquel poder que me daba
la épica de mis grandes ínfulas
trasladé entonces mi corte real
a la orilla de la playa;
sentado en mi trono
comencé a dar órdenes al mar,
“detén tus aguas maldito”,
fue el primer verso, el más célebre,
el más glorioso
mis verso dirigidos al mar;
“detente” la forma verbal perfecta
para convertir las olas en cenizas;
pero las aguas pasaron con ímpetu
por debajo de mi silla,
de tanto tumbos que me daban
se me cayó la corona al agua,
mi cabeza se fue contra las rocas,
perdí mis dientes,
me quebré una pierna, me rompí la nariz;
demasiado tarde me vine a dar cuenta
que mis versos
no eran tan poderosos como yo pensaba
y sobre todo, de cómo armar y desarmar un poema
fueron mis lecturas favoritas;
con Dante y Beatriz aprendí a perderme
en los bosques;
navegando y navegando con Neruda
supe cómo utilizar bien los gerundios;
con todo aquel poder que me daba
la épica de mis grandes ínfulas
trasladé entonces mi corte real
a la orilla de la playa;
sentado en mi trono
comencé a dar órdenes al mar,
“detén tus aguas maldito”,
fue el primer verso, el más célebre,
el más glorioso
mis verso dirigidos al mar;
“detente” la forma verbal perfecta
para convertir las olas en cenizas;
pero las aguas pasaron con ímpetu
por debajo de mi silla,
de tanto tumbos que me daban
se me cayó la corona al agua,
mi cabeza se fue contra las rocas,
perdí mis dientes,
me quebré una pierna, me rompí la nariz;
demasiado tarde me vine a dar cuenta
que mis versos
no eran tan poderosos como yo pensaba
.
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