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El lunes
recibí el Premio Academia 2012 por mi libro Colonos. Es el premio que da
la Academia Chilena de la Lengua al autor de la mejor obra literaria publicada
durante el año anterior. Tenía que decir unas pocas palabras de recepción.
Después de los saludos, esto fue lo que dije:
Tengo
varias razones para agradecer este premio.
La más
banal es sin duda el gusto que da recibir premios, ese placer efímero y
engañoso que tan bien retrató el peruano Antonio Cisneros en un poema suyo muy
famoso, ese en que el poeta está condenado a ser un chancho que toma aire bajo
un gran limonero antes de meter la nariz en la realidad repugnante de su
porqueriza y finalmente eructar y ganar un premio y sonreír, aunque enseguida
haya que volver a ser un chancho que toma aire bajo un gran limonero, y así
sucesivamente, en una rueda sin fin que intenta suavizar con chispazos de
vanidad el sentido crudo y duro de la literatura.
Más
importante que eso es quizás el hecho de que los premios a veces representan
una lectura, una recepción: algo ha ocurrido al otro lado de la página, alguien
ha puesto en marcha la maquinaria del libro. En el caso actual, me halaga que
esos lectores sean personas que admiro y estimo, no sólo por su valor como
académicos e intelectuales, sino porque algunos de ellos han sido fundamentales
en mi formación literaria.
Otra
razón para agradecer este premio es que mi libro Colonos es un híbrido
literario, un invunche genérico en que intentan fundirse la poesía y la prosa,
la ficción y la realidad, la historia y la imaginación.
Siempre
he creído que la literatura y especialmente la poesía deben estar en movimiento
continuo y que la búsqueda de las formas debe contener el máximo riesgo.
Sin
embargo, suele ocurrir que esa búsqueda acaba en un zapato chino
autocomplaciente, con el autor pasmado ante sus descubrimientos, sin que la
literatura alcance su propósito de ser, como decía Rosamel del Valle, una
visión comunicable.
Con este
libro quise romper el marasmo del yo que aún domina nuestra literatura. Pero
romperlo, no evadirlo. Llegué a la historia de la Araucanía por eso, por el
impulso de llegar al fondo de mí mismo, trepando sin recaudos hasta la
buhardilla de mi memoria y la memoria de mi familia y la memoria de mi barrio y
así, sucesivamente, hasta llegar a la memoria colectiva, donde no hay un yo ni
un nosotros sino un coro de voces que la historia general apenas oye como un
zumbido.
Y eso me
lleva a una última razón para agradecer este premio, pues Colonos es un
libro por el cual guardo un afecto especial, ya que en él, borrándome del todo,
llegué a encontrarme con una parte de mí que yo creía perdida y que es el
verdadero país al que pertenezco, que es el país de mi abuelo y del abuelo de
mi abuelo, es decir, la memoria y la invención de un país.
Varios
lectores de Colonos me han preguntado si las historias que allí cuento
son verídicas. Si están basadas, como suele decirse, en la vida real.
Desde
luego, les respondo. Todo lo que escribí ocurrió alguna vez. Está en los
archivos judiciales, en la prensa de la época, en mil papeles esparcidos. Pero,
también, toda esa violencia, toda esa muerte roja y descarnada, toda esa
agresión desmesurada estaba y sigue estando dentro de mí, desde hace más de
cien años. O sea, está dentro de mí desde mucho antes de que yo naciera.
Colonos lo escribí yo, pero antes lo
escribió mi abuelo, que era casi analfabeto, y lo escribió el loco del pueblo,
y el bandolero, y el colono sin futuro, el perdedor, el que nunca supo por qué
ni para qué estaba llamado a poblar un territorio maldito.
En mi
casa se respiraba el aire raro de los años setenta y ochenta, pero había
rincones que todavía estaban en el siglo diecinueve, cuando en la Frontera aún
no había Estado ni ley; eran rincones en que el habla familiar y las historias
de la sobremesa trataban de tocar el fondo sin fondo de nosotros mismos;
palabras e historias que intentaban llegar a los orígenes de todo,
completamente desnudas, desolladas, sangrando bajo la intemperie de una región
en que el bien y el mal, la vida y la muerte, eran indistinguibles.
Eso es
este libro mío: el más mío y el más ajeno. Muchas
gracias.
Leonardo Sanhueza
(1974) es poeta, columnista de prensa, geólogo y tiene estudios en lenguas y
cultura clásicas. Ha publicado los libros de poesía Cortejo a la llovizna
(Stratis, 1999), Tres bóvedas (Visor, 2003), La ley de Snell (Tácitas, 2010) y
Colonos (Cuneta, 2011); sus versiones de todos los poemas breves de Catulo,
Leseras (Tácitas, 2010), y una antología de sus crónicas, Agua perra (J. C.
Sáez Editor, 2007). Además es autor de la antología El Bacalao. Diatribas
antinerudianas y otros textos (Ediciones B, 2004) y de la compilación de la
Obra poética de Rosamel del Valle (J. C. Sáez Editor, 2000). Su trabajo poético
se encuentra además en varias antologías y revistas nacionales y extranjeras.
Su labor ha sido reconocida con diversos premios y becas: Premio de la Crítica (2011, por La ley de Snell), Premio Lagar de Poesía (2009, por una selección de Colonos), Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti (Cádiz, 2001, por Tres Bóvedas), Premio “Pablo Neruda” del Concurso Nacional de Arte y Poesía Joven de la Universidad de Valparaíso (versiones 2001 y 2002; y mención en el 2003), Juegos Florales de Vicuña (2000), Concurso Nacional Eusebio Lillo de Poesía (1994), menciones en el Concurso Nacional Ciudad de San Felipe (2000) y en el Premio Municipal de Literatura (2004), y las becas de la Fundación Neruda, del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y de la Fundación Andes.
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Su labor ha sido reconocida con diversos premios y becas: Premio de la Crítica (2011, por La ley de Snell), Premio Lagar de Poesía (2009, por una selección de Colonos), Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti (Cádiz, 2001, por Tres Bóvedas), Premio “Pablo Neruda” del Concurso Nacional de Arte y Poesía Joven de la Universidad de Valparaíso (versiones 2001 y 2002; y mención en el 2003), Juegos Florales de Vicuña (2000), Concurso Nacional Eusebio Lillo de Poesía (1994), menciones en el Concurso Nacional Ciudad de San Felipe (2000) y en el Premio Municipal de Literatura (2004), y las becas de la Fundación Neruda, del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y de la Fundación Andes.
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