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Tratando de ordenar mi biblioteca, que confieso no conseguí, me encuentro con “Heráclito en el manicomio” del poeta y compositor Francisco Carrasco. Deseo compartir con ustedes, algunas impresiones que ayudarán a comprender la savia que corre por estos versos punzantes, que confieso, me resultan cercanos.
por Ximena Troncoso
Poeta
La resurrección del asfalto: Con un poco de sabor a música
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Los libros de poesía tienen sonidos y este no carece de esa virtud porque a pesar que el ejemplar está muy lejos de una edición de lujo, sino más bien es fruto del trabajo de un artesano, las imágenes salen a borbotones y se despliegan en verdaderas escenas que nos enfrentan de lleno a la calle.
La portada es blanca, con el dibujo en grafito de un Heráclito moderno, pero escuálido que camina sorprendido, preguntándose qué sentido podría tener su llegada, todo lo cual imagino al observar el libro. Recuerdo que fue presentado hace un par de años en la Casa del Escritor, un acto bastante singular, pues la banda del autor, no pasamos agosto, intervenía con la interpretación musical de los poemas.
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Los bocinazos, que justamente en ocasiones no oímos, nos despiertan entre versos, están nuestras propias miradas y aquello que se nos ha instalado en el medio, como nuestra propia marca registrada.
La ciudad: tormento y asombro, nos desprecia y de vez en cuando nos acoge para que la sigamos, cada vez, un poco más de cerca, en su devenir de cemento, prisas, desventuras, convites entre amigos y enemigos y uno que otro abrazo.
La poesía ha encontrado, desde siempre, en ella un soporte para su mirada desvelada sobre las cosas y lo seres. En cualquier ciudad del mundo los poemas están a la vuelta de la esquina, agazapados, desnudos, con la seducción de la simpleza para que alguien los atrape y descubra ante nuestros ojos. Es esa la premisa que se devela al continuar hojeando la obra.
En la urbe, los poetas son portadores de una seducción, muy cercana al desenfado que se asume cada mañana para disimular el desencanto, cuando nuevamente, al igual que los transeúntes, deben volver a ponerse en marcha y respirar profundo, antes de entrar al ascensor.
Esa poesía urbana y coloquial pretende dar cuenta estética de paisajes humanos cargados de búsquedas, regresos y partidas.
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Francisco Carrasco nos dice que “Es necesario volver a la Montaña y comer raíces”. Nos propone, sumergirnos, tal vez, por primera vez, en ese río que fluye - como en el último verso de este poemario La muerte de Heráclito, que sobrecoge- en medio de rostros y rincones somnolientos por la nostalgia del rock and roll, por los hijos conjurados a ser inmunes a todo…menos a sí mismos, por El Oscuro de Éfeso o por la mujer de las sopaipillas a cien pesos en quien la sabiduría y el hambre se resuelven en un solo gesto de humanidad: la vida.
Estos son poemas para leer sin misericordia, ni para con el autor, ni para con nosotros mismos. Son, en definitiva, retazos del fin de temporada de una ciudad siempre ajena o, en el mejor de los casos, recibida en comodato, pero que nunca se poseerá realmente.
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Esta poesía que se nos propone en “Heráclito en el manicomio”, que a ratos, sus poemas, parecen micro crónicas, posee el encanto de la prosa ofrecida o envuelta en el ritmo singular de la poesía. Ahí en ese cruce de tempos y tropos, la imagen, sorprendente pieza musical, surge como absolutamente reconocible y habitable. Este es un libro para ser leído sin compasión, como ya se ha dicho, pero también para ser de algún modo habitado o como tal vez le gustaría más al autor: “okupado”, así con K.
Se nutren, estos textos, de la experiencia cotidiana del devenir como imposibilidad y al mismo tiempo urgencia, de intentar, por lo menos, fijar en la piel algo más que el roce vespertino de otros náufragos, en mitad de la entrañas del Transantiago o el Metro; el autor, presumo, prefiere el colectivo.
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Francisco le da un sitial a Santiago en este poemario, que se mueve a un ritmo rápido, tal cual como estos poemas, que recorren la calle, pero lo hace de la mano de Heráclito que se transporta gracias a “su cinturón espacio – temporal” y que llega -como aterrizando- a la calle Recoleta, directo al panteón, “parque de los muertos”, dice, imagen que de entrada nos viene a situar de lleno en la reflexión que será motivo permanente de este libro.
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Cito: “…y ayudada por sus tres hijos, lanzó su cadáver en un basurero habitado sólo por el Cabeza de Chancho que no la denunció a cambio de una frazada y dos cigarrillos Life”
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Poesía de la conciencia, social, como en algún momento esbozaron los ilustres literatos en el Encuentro Latinoamericano de Escritores, realizado por la SECH, en el año 1969, con Luis Sánchez Latorre (Filebo) a la cabeza; eran otros tiempos y el autor lo sabe.
Hace un llamamiento urgente que nos sacude el rostro, ya tieso, en cada página. Versos en los que develamos una intensa crítica al estado actual de la cosas, herencia impuesta en la que esta generación viviente no ha participado, y que sin embargo, en parte adormecida, enfrenta, llegado a sucumbir en las más kitsch de las expresiones, porque así está dado, pero no deja de ser de mal gusto. Porque somos toda copia, pero de fácil comercialización, somos todo pantomima, aún así, nos propone Carrasco, tenemos la posibilidad de “barrer la mugre de la calle”, si tenemos actitud y la voz de Heráclito en nuestro tiempo.
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Así, cierto aire de súplica recorre estos versos. Es aquella que brota cuando, por fin, nos hemos dado cuenta de que “para nosotros la muerte es para siempre”, citando al poeta en el poema La Balada de los Ateos.
Cada momento en nuestras vidas es único, por más breve que ese instante sea. La sucesión de acontecimientos que ejecutamos, a veces absurda y cotidiana, sin darnos cuenta, o con resignación, es la que Francisco, a través de Heráclito – pasmado en esta polis (que es Santiago)-, nos restriega en este poemario, con una bofetada rápida, sin sutilezas, pero con fina ironía socrática, recurso que se despliega con maestría, para llegar, a través del dialogo de estos versos, a estructurar una especie de mayéutica, porque nos despierta aquello que sabemos, pero no nos damos cuenta, en definitiva, el poeta Francisco Carrasco, nos acerca a las puertas de ese conocimiento, no cualquiera, y que será rol del lector descubrir.
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Es necesario también reírnos de nosotros mismos, ejercicio que practiqué con recurrencia en la lectura de “Heráclito en el Manicomio”. Nosotros somos cada uno de los personajes que viven en este poemario; el cura que fumaba mariguana, los patos malos, la vecina copuchenta, los atletas, la tía de provincia, los poetas y será también, delicia para el lector descubrirse en ellos.
Esa es la esencia de estos versos que se van tejiendo en cada página, nuestra vida que se conforma, con cierta demencia – “donde sólo las pastillas existen” - a la que nos enfrentamos, con audacia, desde la mañana hasta la noche, cada día, sin reparos.
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Cito: “Cuando termine este tiempo
me reiré del mundo subterráneo
que me cobijaba”
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Esa súplica, entonces, no es más que por un poco de humanidad al alcance de la mano y los ojos. Humanidad que nos permita volver a reconocernos y, de ese modo, volver a respirar no en contra del otro, sino con el otro.
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Los invito a recorrer este libro, a la venta en la SECH, escrito con novedosa y audaz pluma. Una puntuda poesía, porque quiéralo el autor o no – punzan, hurga en la oscuridad de nuestra conciencia. Les advierto que sabrán al final de él un poco más de ustedes mismos.
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Gracias Ximena Troncoso, poeta, por tan bella nota sobre el escritor Francisco Carrasco, aparte de recrearme con lo expuesto, acepto gustoso la invitación a leer a Francisco Carrasco, que, con los botones de muestra, me hizo recordar a Luis Rivano.
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