por Jorge Etcheverry
www.etcheverry.info
Ottawa, Canadá.
En tiempos de la delimitación geográfica y la encarnación material de la escritura en el papel, todo era más claro. Estaban las cosas, y entre ellas los libros, revistas, etc. Aunque hubieran podido tener, como creyó Heidegger, un carácter que las diferenciaba de los otros objetos 'a la mano', como bautizó a la red de objetos naturales y materialidad práctica entre los que los occidentales nos movemos en un vasto sueño de poder y manipulación. Las obras de arte y literarias 'ante los ojos' están sujetas a las mismas categorías que el resto de la materialidad y mejor aún de la mercancía. Son producto de una actividad manufacturera, se distribuyen y venden para producir plusvalía que sufrague los costos materiales y humanos y deje ganancia. Tienen que ser atractivas para un mercado nacional o internacional, publicitadas y sancionadas mediante premios, comentarios críticos, consagración institucional, etc.. El escritor produce para complejos entramados de producción, distribución, publicidad, consagración y venta, compuestos en variedad aleatoria de empresarios-privados o estatales-, evaluadores, críticos literarios y académicos, publicistas y redes de distribución. Lo que caracteriza a estos aparatos es su inserción en el marco de la 'cultura', incluyendo sus componentes ideológicos y religiosos, lo que enmascara su condición industrial y comercial.
En tiempos de la delimitación geográfica y la encarnación material de la escritura en el papel, todo era más claro. Estaban las cosas, y entre ellas los libros, revistas, etc. Aunque hubieran podido tener, como creyó Heidegger, un carácter que las diferenciaba de los otros objetos 'a la mano', como bautizó a la red de objetos naturales y materialidad práctica entre los que los occidentales nos movemos en un vasto sueño de poder y manipulación. Las obras de arte y literarias 'ante los ojos' están sujetas a las mismas categorías que el resto de la materialidad y mejor aún de la mercancía. Son producto de una actividad manufacturera, se distribuyen y venden para producir plusvalía que sufrague los costos materiales y humanos y deje ganancia. Tienen que ser atractivas para un mercado nacional o internacional, publicitadas y sancionadas mediante premios, comentarios críticos, consagración institucional, etc.. El escritor produce para complejos entramados de producción, distribución, publicidad, consagración y venta, compuestos en variedad aleatoria de empresarios-privados o estatales-, evaluadores, críticos literarios y académicos, publicistas y redes de distribución. Lo que caracteriza a estos aparatos es su inserción en el marco de la 'cultura', incluyendo sus componentes ideológicos y religiosos, lo que enmascara su condición industrial y comercial.
Para comercializar exitosamente el producto literario, es necesario un proceso de valorización de la mercancía-en este caso el libro. Frente a esto, hay dos posibilidades. O el libro se instala confortablemente en el medio de un conjunto de valores ya aceptados por la sociedad o un segmento significativo de la misma, insertándose en el conjunto de expectativas y presuposiciones en vigor sobre gusto y calidad, o se presenta como insurgencia, como la emergencia de algo novedoso o, mejor aún, revolucionario, siempre dentro de las expectativas y parámetros sociales, sin lo cual el autor y la obra pasan de largo y se hunden en el olvido. Ese fenómeno es más claro en el caso del arte visual. Casi siempre los experimentos más osados permanecen en los márgenes o notas a pie de página de las historias del arte. Las figuras que adornan con su obra las salas principales de los museos son quienes pueden mostrar a la vez que la innovación, el vínculo con lo anterior, es decir, lo lineal de la tradición, el equilibrio de continuidad y cambio, ya que básicamente, y en el fondo, se trata de representación, pero también del mercado.
Todo esto requiere de un proceso largo, de acumulación de recursos humanos, materiales y educacionales, de superposición en un mismo lugar de redes sociales, grupos afines, instituciones, de una jerarquización social y cultural, es decir de una sociedad. La extensión de esta industria literaria está limitada por las características del objeto libro o revista, cotizable en moneda, transportable y sujeto a impuesto al cruzar una frontera. El aspecto de distribución y de precio es insoslayable.
La existencia del espacio virtual viene a cambiar, no a abolir, todo eso. En primer lugar, desaparece en gran medida el soporte material del libro, y su valor comercial disminuye cada día al pasar al formato virtual. El público potencial aumenta exponencialmente, ya que teóricamente un libro se puede leer cientos o miles de veces en todo el mundo, para qué decir de otros textos más breves y fáciles de manejar, como artículos, poemas, cuentos, etc. La industria editorial, como la musical, se acerca a la bancarrota con cada mejora, expansión y disminución de precio de esta tecnología. La engorrosa cadena de la presentación del manuscrito, la evaluación, las conexiones que hay que establecer, la espera, el meterse en la máquina, el estar 'in', se pueden obviar mediante una página web y suficientes direcciones, o simplemente poniendo un texto en un mensaje o adjunto y mandarlo a los cuatro vientos, como un genio en una botella virtual echada por la borda a la mar océano. Lo más probable es que no mucha gente se moleste en leer el envío, pero siempre cabe la posibilidad. En teoría, el texto puede ser reproducido infinitamente y llegar a un vasto público, salvando los escollos y arrecifes de la institución mercantil literaria que comprende a la crítica en medios impresos, a la radio y la televisión, y a las universidades, ya que definitiva, la historia de la literatura y la crítica académica forman un continuo con la industria en lo relativo a la comercialización de las obras literarias.
A la vez que soslaya la institucionalidad literaria establecida, la publicación virtual se salta las fronteras nacionales y por tanto impositivas y legales que aquejan al libro- mercancía. Este proceso es paralelo a la globalización, estado superior-hasta ahora-de la homogeneización y universalización del sistema. (Hasta ahora, ya que antes, cada cierto tiempo, ciertos vates proclamaban la llegada de la 'fase' superior y última del capitalismo, así como los del otro lado proclamaban a su vez el 'fin de la historia'). Esta tecnología ofrece la posibilidad de una conexión global entre los seres humanos, y viene a culminar una época en que la inmigración y el exilio, económicos y políticos-quizás haya que agregar para el futuro, ambientales-se han extendido y multiplicado. Ahora existen decenas o quizás centenas de exilios y diásporas, que sin embargo y potencialmente han cambiado de carácter. No para todos, ya que estos recursos no tienen la misma presencia o precio en todas partes. Con televisión vía satélite, tarjeta de llamadas telefónicas y el Internet, las formas de alejamiento forzado o elegido del terruño han cambiado de carácter. La comunicación de los miembros de un exilio entre sí y con sus connacionales 'del interior' se hace cotidiana y casi inmediata. Las repercusiones políticas y culturales son evidentes.
Los gobiernos sagaces han reconocido el potencial de esta situación y buscan establecer maneras de llegar a la 'diáspora', antes fuente de divisas para el país de origen y ahora cuna de un electorado potencial, dimensionado por el interés que despiertan los eventos de 'la patria' cuando la información es fácilmente accesible, relativamente barata y casi instantánea, y reviste gran importancia para el sujeto 'foráneo' inmerso en una cultura y modo de vida percibidos como extraños o alienantes, acicateado por la nostalgia y dotado a veces de una visión del país esencializada por la distancia, la nostalgia, y la falta de implicación directa en el teje y maneje cotidiano de relaciones y necesidades.
Pero esta nueva 'democracia' virtual' está muy lejos de cambiar esencialmente la institución literaria. Según algunos, la proliferación de textos virtuales habría reinstaurado el valor jerárquico del libro, que contraponen con el Internet, ese fárrago sin criterios estimativos donde todo vale. Pero la industria del libro impreso ya se había 'desliteraturizado' un poco, entre otros factores por la presencia cotidiana de medios con predominio de imágenes y sonido, la aceleración de los modos de vida, la irrupción postmoderna al canon literario de discursos antes marginales o populares, sectoriales, genéricos, culturales y sociales. Por otro lado, surgen verdaderas revistas virtuales especializadas, gestionadas por comités expertos, bajo la sombra poderosa del webmaster, pequeño Dios de la nueva tecnología. Algunos portales literarios incluyen antologías bellamente producidas y que presentan un panorama real del estado de los géneros en un ámbito determinado. Aunque esto último tiene sus limitaciones. No se alienta poner o presentar textos muy largos o difíciles, ya que la presuposición del lector virtual pareciera pedir textos cortos y relativamente sencillos. En términos de crítica o periodismo, se ha tendido a propender al artículo ágil, de difusión e información somera, más bien la viñeta, con el riesgo de la simplificación excesiva y el cliché. Pero por otro lado el Internet es un vehículo nunca visto de difusión de eventos e intercambio de ideas. Como nunca antes ha estado a disposición del lector una tal cantidad de campañas, declaraciones, manifiestos, informes, incluso ensayos, que hacen imposible mantener en la sombra hechos que suceden en cualquier parte del mundo, lo que hace que los escritores también se vean instados a 'comprometerse', produciendo a veces para el nuevo medio algunas de sus mejores piezas de principios y argumentación.
En este ambiente es donde se plantean y resuelven día a día los problemas de la literatura, su ser y su propósito, su papel social, su calidad de industria de bienes de consumo y su carácter de representación de la realidad; su proposición, implícita o manifiesta, intencional o no, de ideas, proyectos, programas, sociedades, etc. Si bien es seguro que los intereses en juego lograrán adaptarse a este nuevo fenómeno, por ejemplo mediante control de contenido, gravámenes impositivos o precios, nunca el mundo va a ser el mismo para los escritores, el público y los centros de decisión. Incluso para las fronteras. Ya se acabaron los países geográficos, por lo menos a nivel de la así llamada 'superstructura', o 'noósfera', o 'mundos alternativos'. Las listas virtuales de escritores nacionales se enriquecen con nombres ausentes de los recuentos impresos y críticamente sancionados de personeros e instituciones literarios atrincherados detrás de las fronteras.
Diversas iniciativas de reencuentro y reunión con la así llamada 'diáspora' surgen en el interior y el exterior de los países, en parte como respuesta al hecho de la imparable difusión virtual, en un intento de transacción y compromiso con este nuevo vehículo. No con los brazos abiertos, sino por necesidad, ya que la institución literaria, como cualquiera otra, se alimenta de la continuidad social, de la cohabitación territorial, de la comunidad de intereses y de discurso, de la segregación de estructuras de poder y el establecimiento de vínculos entre sus personeros, etc.
Hay otros elementos importantes para escritores y lectores en este fenómeno. Hace unas décadas se profetizaba el fin de la escritura y la lectura, el imperio de la imagen. Hoy en día, además de una liberalización, democratización y abaratamiento considerables de las posibilidades de expresión literaria y discursiva en general, producto del Internet, hay muchísima gente que ha pasado a 'chatear' y a comunicarse en general y con mayor frecuencia a través de palabras, con el nivel lingüístico o la temática que sea. Por otro lado, respecto al formato libro, sus elementos tradicionales-- portabilidad, la página-- son perfectamente reproductibles en esta tecnología: un computador tamaño libro, con una memoria compuesta de quizás cientos de obras bajadas directa y económicamente vía Internet, para su posterior escaneo o lectura, en una micro, esperando a la polola en un café, en el consultorio médico, etc. Por ahora, es la pantalla de la computadora (en femenino), la que nos mantiene hipnotizados, dado su carácter 'espectacular', vestigialmente teatral, que míticamente, y quizás por imperativos de la percepción misma, opone al espectador esa representación teatral en que se juegan los avatares de su destino, mediación originaria y estructural que posibilita todo conocimiento.
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