viernes, 17 de mayo de 2013

Ulises Varsovia: Vástagos de Babel (Selección)

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Clandestino
 

Clandestino con mis secuaces
de irreprochable transparencia,
anónimo bajo los disfraces
de un hábil prestidigitador
camuflando su identidad
en la interminable proscripción,
señores agentes del orden:
mis intachables credenciales
de buen vecino de los suburbios,
mis títulos académicos
de prestigiosos antros burgueses,
mi cátedra en el burladero,
mi pasaporte de transeúnte
entre el acato y la transgresión,
¿hasta cuándo vuestros sabuesos
olisqueando entre mis papeles
de tinta iracunda y blasfema,
hasta cuándo vuestras orejas
de artilugios inalámbricos
secuestrando mis pobres palabras,
hasta cuándo la difamación,
hasta cuándo el cerco de tinieblas?
 
Abrumado en la clandestinidad
con mis papeles acrediticios
y mis maneras de buen burgués,
mudando disfraces gastados
en el roce con la legalidad,
fiel a mis íntegros secuaces
desdoblándose de mis personas,
permitidme, agentes del orden,
subir sólo una vez al púlpito,
y gritar desde allí, aullar,
hasta que sollocen los feligreses,
y el Espíritu Santo me bendiga.
 
 
Demiurgo
 
Distinto a la caligrafía
de las escrituras de la tierra,
distinto al habla de los bípedos,
y distinto a los ideogramas
de Sumeria, Caldea y Egipto,
¿quién eres, extraño demiurgo,
principio virtual y absoluto
de la escenografía gnóstica,
ánima prístina de las cosas?
 
Entre lo dicho y lo impronunciable,
entre la iconografía
de mi alfabeto de lágrimas,
posado como un pneuma alcohólico
sobre el pentagrama de las uvas,
de tu materia incombustible
arde la grafía de los cíngulos,
y en la vertebración del decir,
borracho de estupefacientes
poniendo en trance la lengua animal,
lleno seas, demiurgo, de gracia
en la somnolienta concepción
de las criaturas gnósticas,
lleno tu vientre de sémina
pneumática multiplicándose.
 
Y grávidos de tu valencia,
fructifique la lengua original
de chamanes, augures y brujos,
y la letra desnuda cuaje
en el pentagrama de las uvas.
 
 
Efluvio
 
Alguno encarnación del ónfalo,
al girar por los equinoccios
con nosotros, y reencontrarnos,
grises ya las muescas parietales
de tanto no despertar ni dormir,
ni entender en la luz ofuscada.
 
Efluvio todavía el síntoma
de la leche diluyéndose
por entre cuerpos sucedáneos,
y si bien reguero límpido,
inequívoco y palpitante
de la única que matriz,
alguno de nosotros ónfalo
en la espesura genética.
 
O encarnación de los vínculos
apagándose hacia el ocaso,
cuando ya grises las parietales,
y de cuerpo en cuerpo el novicio
sacudiéndose aquel efluvio.
 
Inencontrarnos todos, en fin,
en el sitio de la diáspora,
y aquél que más cerca, o que aún
cautivo en la matriz radiante,
ése llorar y oler el efluvio,
ése encarnación del ónfalo.
 
 
El otro
 
El otro llamar y llamarnos
desde su extraviada identidad
en los meandros de las calendas,
llamar y llamar agitando
una señal reconocible
entre las señales obnubiladas.
 
Él sus pasos de renegado,
o de nebuloso cándido
por el pubis de las vírgenes,
idéntico sólo a sí mismo
en la interminable travesía
con su pesada carga de niebla,
imbáculo por las espinas.
 
Hijo mío desenredado
de mis entrañas lóbregas,
tú, mi unigénito nonato
ni fruto de mi amargo vientre,
sólo por mí reconocible
empero entre los desheredados,
donde tuyos, amor, los gemidos
que en mi vientre de parturienta
negándose a abrirse a la luz,
donde tuya, amor, la cicatriz
que en la última despedida
antes de volver a las tinieblas…
 
(Pero por el pubis de las vírgenes
con su candor de nonato,
irreconociéndose a sí
con su identidad de niebla,
otro y el mismo y ninguno
perdiéndose entre las señales).
 
 
Hogar de sal
 
Andarás por el mundo, hijo,
con tu séquito de espíritus
domésticos acompañándote,
cruzarás las urbes espléndidas
de pueblos cuyas catedrales
enraizadas en la fe de Cristo,
jubilosas de alegres campanas,
escucharás rumorear los ríos
milenarios recitándote
en su dialecto las epopeyas
de estirpes guerreras sumergidas,
dormirás a la ruda intemperie
de bosques profusos poblados
por una fauna de garras y fauces,
bajo la constelación de Orión,
velado por sus luminarias,
treparán tus pies incansables
los altos riscos, las escarpadas
faldas de altivas montañas
donde el águila su bastión,
donde la nieve su morada,
y hablarás una lengua ajena,
en un país de abrupto relieve
rodeado por gentes extrañas,
lejos del mar y de su idioma,
en tanto que aquí la Cruz del Sur,
el Puelche, los Valles Transversales,
el Aconcagua irrigatorio,
los sarmientos grávidos del Maipo,
las aceitunas de Azapa,
y el océano inmensurable,
el océano patriarcal, hijo,
tu hogar de sal y roqueríos.
 
 
Pasarela
 
Temprano por las despedidas
la mano diciéndoles adiós
desde promontorios y páginas,
desde esquinas, lágrimas, retratos,
muriéndonos a cada paso.
Ella la rancia longevidad
contraída hacia pozos y sótanos,
más allá de lenguas e idiomas
su pasarela de símbolos
sobre islas y precipicios.
 
No la olvides ni la recuerdes
sentado frente a su lápida
en cualquier lugar y momento,
tú mismo existiendo y no siendo
entre las claves genéticas,
no le digas para siempre adiós,
ni regreses, ni reconozcas,
ni desciendas hasta sus huesos,
ni toques el polvo gentilicio.
 
Lo que hayamos sido pálpito
de largas sombras y espíritus
persiguiéndonos por los genes,
despertándonos a medianoche,
mirándonos conmovedoramente
desde retratos, fechas y espejos,
lo que hayamos sido rémora
de un niño azul acogiéndola,
llamándola desde nosotros.
 
 
Plagas
 
Al final de los espantapájaros,
los cuervos sobre las gramíneas
desgranando su botín lechoso,
las cornejas en los sembrados,
las urracas dicharacheras,
los mirlos y los estorninos.
 
Por mucho que tu propia sombra,
y que tus espíritus filiales
celando tu amenazada heredad,
emboscados entre los retratos,
por mucho que tus centinelas
incansables en su vigilancia
en las márgenes de la noche,
ellos llegan a ti y te sacuden,
ellos perturban tu único respiro
en la inconciencia de tus sentidos,
y desgarran la sutil membrana
de tu último, último refugio.
 
Al final de los espantapájaros,
tus gramíneas aniquiladas
por una invasión de langostas,
sólo una de tus siete plagas.
 
 
Sonata matinal
 
En la telaraña
las notas del rocío
sonando su sonata
de humedad matinal.
 
Trémulo pentagrama
cimbrando en el aire
su fina hilandería
y archivo musical.
 
Ármanos, araña,
con tus seis palillos,
la trama en que el rocío
sus notas de cristal,
y suene la sonata
del agua cantora,
meciéndose en las cuerdas
de un laúd matinal.
 
 
Testigo capital
 
De cualquier modo, Claire,
que lleguen nuevamente
y me interroguen
sellando mis labios,
de cualquier modo
que me reconozcan
en la muchedumbre
de los fugitivos,
de cualquier modo, amor,
que desciendan conmigo
a mis fechorías,
negándome el agua,
negándome la sal,
y testifiquen,
y acusen, y juzguen,
y dicten sentencia
desde la bruma
de su anonimidad…
 
De cualquier modo, Claire,
que me identifiquen
en la desbandada
de los años prófugos,
tú mi cómplice a ciegas,
tú mi secuaz irrestricta,
tú mi fiel encubridora,
tú mi testigo capital.
 

Ulises Varsovia. Comencé a escribir a los 16, pero mi primer libro publicado es Jinetes Nocturnos, de 1974/5: pensaba que por fin había encontrado mi propio estilo. Luego seguirían Aguas Tumultuosas, Alianza, Cólera de Amar, que corresponden a mis años de estudiante, y después Capitanía del Viento, Tus Náufragos, Chile, Abasalena, Aguas y Naufragios, Cuando las blancas alas de la muerte, Libro de amor en invierno, Domicilios, Máscaras y Rostros, El Transeúnte de Barcelona, Centinela, Cítara, Madre Oceánica, Lumbre, Atribularia, Nocturnal, Megalítica y Ebriedad, que fui publicando en mi « editorial » Capitanía ; y después Hermanía (Apostrophes, Santiago 2004), Anunciación (Myrtos, Sevilla 2005), y mi Antología Esencial, por Myrtos en 2006. Después comencé a publicar únicamente en Internet y en otras revistas de soporte papel. Tengo varios títulos inéditos.

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