lunes, 6 de mayo de 2013

DIOS NECESITA UN SIQUIATRA: de Gregorio Angelcos

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 Por Eduardo Robledo

 
Libro de cuentos breves del autor  Gregorio Angelcos, por el asertivo hallazgo de la editorial Arttegrama, que tuvo a bien reeditar esta obra, sacándola de la omisión,  mantenida por varios años en los anaqueles de la biblioteca de su mismo autor, y de esta manera  reposicionarla  para un público lector más amplio. 
 
La sugestión ferviente de la ficción conforma la  palanca esencial de las ochenta páginas de este libro, graficado a partir del primer título: “Breve historia del poder”, desde ya el  tópico del “Poder”, fuerza, exige y determina que la concisión literaria en cualquier género que se le sitúe, deberá escindir de cualquier levedad ideológica, para que el corpus contenga un tratamiento creativo, sano e imparcial de su gestualidad. En este caso Gregorio Angelcos cumple con la norma, resumiendo esta historia desde el génesis del hombre y su intrínseca condición ambiciosa y desalmada de ser. El episodio se resuelve a través de una simbólica “bola de fuego” como la representación de la invención divina de la codicia, y quien se la apropie tendrá a sus anchas la fuerza y la dominación total. Esta esfera es guardada celosamente en una caja traída por un desconocido –Dos- a la tranquila, apacible y descontaminada vida de -Uno- quien se siente rápidamente atraído hacia ella, al punto de abalanzarse y recibir la descomunal carga energética del codiciado cuerpo; según -Dos- “quien no sepa manejar su relación con la pelota, terminará irremediablemente calcinado”. Desde ahí vendrán las ansias maquiavélicas por detentar el poder a como dé lugar, luego vendrán los –Tres- por sobre el sometimiento de los -Cuatro- de los –Cinco- y así sucesivamente. La diestra construcción narrativa y su voltaje creativo hacen que esta quimérica historia del poder, concite rápidamente el interés por uno de los cuentos sobresalientes de la obra. 
 
Las ficciones de Gregorio muchas veces están cruzadas por tramas fabulescas como la tratada en “Instinto de Sombra”, relato crudo que sentencia el castigo y destino  de los gatos en su eterno maullar por los tejados del mundo, por  haberse comido a unos extraños hijos, inmediatamente después del parto. En algunos casos, encontramos la oferente humorada política  para distender los puntos de tensión de los argumentos más cáusticos de estos relatos. Esto sin depreciar el fondo troncal de una realidad, como en  “La decisión”, texto circunscrito en la dictadura militar chilena: ministros, generales, servicios de seguridad, obispos y Pinochet componen la patraña imaginable que remacha develando el culto a la personalidad del dictador, de la manera más sarcástica posible. La muerte es otro tópico recurrente,  dado como  resultante del egoísmo, la ambición y de todo el abanico de una servidumbre humana  creada desde los albores de la sociedad. De alguna manera, el mesianismo implícito del autor se encuentra distante de la dogmatización, ya que los respectivos cuentos operan con sus límites pertinentemente acotados.  
 
Desde la visión reductiva de los valores humanos y su creciente anulación a través del desmembramiento del esquema social, también aflora en la obra una necesidad onírica que abriga la posibilidad de la existencia de otro tipo de ser, más desalojado y apartado de las taras sociales, anteriormente señaladas. En tal contexto, se acusa en el cuento “Biografía de un ser Imaginario”. Leamos de Angelcos: “Se comió el cerebro en un sueño y despertó un poco más inteligente. Destruyó su imagen en un segundo de silencio y desapareció de las miradas de sus enemigos. Vivió muchos siglos sin tener conciencia de su existencia. Y escribió sus sentimientos sobre la piel de una mujer eterna…”  
 
El cuestionamiento existencial permanente encuentra un eco refrendado en el texto “Dios necesita un siquiatra”, donde encontramos un diálogo de dos personajes míticos de la historia universal, “Dios y Freud”, uno según occidente, el creador del cielo y la tierra; el otro, pirquinero del duro cerebro humano. El punto distintivo de este diálogo se da cuando, al encontrarse Dios con un fuerte cuadro depresivo debido a la omisión humana sobre su deidad, decide recurrir sumisamente a recibir los debidos consejos de Freud, que son asimilados cabalmente para obtener un cambio de giro más concupiscente, y así palpar un poco la “normalidad” material de la vida, partiendo por la nueva asignación de un nuevo nombre (Vicente) y la encarnación  de un cantante de Rock. Estos cambios rindieron los frutos esperados por Dios, que como perpetuo destino  caducaron con la subversión de los ángeles del cielo y, por ende, la expulsión de su histórico líder, y así la elíptica antropología del ser. Posteriormente, la mecánica friccional de la estrategia narrativa de Angelcos, y la omnipresencia del sarcasmo  como aderezo, consiguen solventar ágilmente las distintas historias logradas, como en: “El espacio infinito”, “La señorita del calzón rosado”, “Los escritores se suicidan con instinto cinematográfico”, “Dios necesita un siquiatra”,  “El Cielo es asunto de pájaros y pajarones”, entre otros cuentos de alta factura, que también disputan el comportamiento de la sociedad contemporánea.
 
Sin caer en la odiosidad comparativa, podemos relacionar búsquedas que nos conectan fácilmente con estadios filosóficos que empalman con la profundidad del libanés Jalil Gibran Jalil, cuya visión de la vida trascendiera hasta Occidente. Claro está que Gregorio, en cierto modo, subvierte el rictus clásico de la contemplación mística, es más, la sacude, la repasa críticamente, objetando el andamiaje religioso, social, cultural y político, con una parábola moderna de este lado del mundo. En esa contrariedad, en ese meandro, está la rica conexión de dos voces en tiempos desiguales. Por otro lado, aparece Borges sin descartar la posibilidad de haber compartido brebajes con el autor de esta obra, vasos comunicantes que se caracterizan por el egregio diligente, sorpresivo y oxigenante de las ficciones genéricas e individuales que se bifurcan, suponiendo a Gregorio como un narrador más táctico, por lo breve de sus cuentos y, en especial, su especificidad que le exige como microcuentista.
 
Ahora, Gregorio nos conmina a enfrentar paradójicamente la realidad y la ficción, coordenadas preferenciales de su desarrollo literario, que invita con urgencia a interpelarlo que, con toda seguridad, la indiferencia no será el caso.
 

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