Por Eduardo Robledo
Libro de cuentos
breves del autor Gregorio Angelcos, por
el asertivo hallazgo de la editorial Arttegrama, que tuvo a bien reeditar esta
obra, sacándola de la omisión, mantenida
por varios años en los anaqueles de la biblioteca de su mismo autor, y de esta
manera reposicionarla para un público lector más amplio.
La sugestión
ferviente de la ficción conforma la
palanca esencial de las ochenta páginas de este libro, graficado a
partir del primer título: “Breve historia del poder”, desde ya el tópico del “Poder”, fuerza, exige y determina
que la concisión literaria en cualquier género que se le sitúe, deberá escindir
de cualquier levedad ideológica, para que el corpus contenga un tratamiento
creativo, sano e imparcial de su gestualidad. En este caso Gregorio Angelcos
cumple con la norma, resumiendo esta historia desde el génesis del hombre y su
intrínseca condición ambiciosa y desalmada de ser. El episodio se resuelve a
través de una simbólica “bola de fuego” como la representación de la invención
divina de la codicia, y quien se la apropie tendrá a sus anchas la fuerza y la
dominación total. Esta esfera es guardada celosamente en una caja traída por un
desconocido –Dos- a la tranquila, apacible y descontaminada vida de -Uno- quien
se siente rápidamente atraído hacia ella, al punto de abalanzarse y recibir la
descomunal carga energética del codiciado cuerpo; según -Dos- “quien no sepa
manejar su relación con la pelota, terminará irremediablemente calcinado”.
Desde ahí vendrán las ansias maquiavélicas por detentar el poder a como dé
lugar, luego vendrán los –Tres- por sobre el sometimiento de los -Cuatro- de
los –Cinco- y así sucesivamente. La diestra construcción narrativa y su voltaje
creativo hacen que esta quimérica historia del poder, concite rápidamente el
interés por uno de los cuentos sobresalientes de la obra.
Las ficciones de
Gregorio muchas veces están cruzadas por tramas fabulescas como la tratada en
“Instinto de Sombra”, relato crudo que sentencia el castigo y destino de los gatos en su eterno maullar por los
tejados del mundo, por haberse comido a
unos extraños hijos, inmediatamente después del parto. En algunos casos,
encontramos la oferente humorada política
para distender los puntos de tensión de los argumentos más cáusticos de
estos relatos. Esto sin depreciar el fondo troncal de una realidad, como
en “La decisión”, texto circunscrito en
la dictadura militar chilena: ministros, generales, servicios de seguridad,
obispos y Pinochet componen la patraña imaginable que remacha develando el
culto a la personalidad del dictador, de la manera más sarcástica posible. La
muerte es otro tópico recurrente, dado
como resultante del egoísmo, la ambición
y de todo el abanico de una servidumbre humana
creada desde los albores de la sociedad. De alguna manera, el mesianismo
implícito del autor se encuentra distante de la dogmatización, ya que los
respectivos cuentos operan con sus límites pertinentemente acotados.
Desde la visión
reductiva de los valores humanos y su creciente anulación a través del
desmembramiento del esquema social, también aflora en la obra una necesidad
onírica que abriga la posibilidad de la existencia de otro tipo de ser, más
desalojado y apartado de las taras sociales, anteriormente señaladas. En tal
contexto, se acusa en el cuento “Biografía de un ser Imaginario”. Leamos de
Angelcos: “Se comió el cerebro en un sueño y despertó un poco más inteligente.
Destruyó su imagen en un segundo de silencio y desapareció de las miradas de
sus enemigos. Vivió muchos siglos sin tener conciencia de su existencia. Y
escribió sus sentimientos sobre la piel de una mujer eterna…”
El cuestionamiento
existencial permanente encuentra un eco refrendado en el texto “Dios necesita
un siquiatra”, donde encontramos un diálogo de dos personajes míticos de la
historia universal, “Dios y Freud”, uno según occidente, el creador del cielo y
la tierra; el otro, pirquinero del duro cerebro humano. El punto distintivo de
este diálogo se da cuando, al encontrarse Dios con un fuerte cuadro depresivo
debido a la omisión humana sobre su deidad, decide recurrir sumisamente a
recibir los debidos consejos de Freud, que son asimilados cabalmente para
obtener un cambio de giro más concupiscente, y así palpar un poco la
“normalidad” material de la vida, partiendo por la nueva asignación de un nuevo
nombre (Vicente) y la encarnación de un
cantante de Rock. Estos cambios rindieron los frutos esperados por Dios, que
como perpetuo destino caducaron con la
subversión de los ángeles del cielo y, por ende, la expulsión de su histórico
líder, y así la elíptica antropología del ser. Posteriormente, la mecánica
friccional de la estrategia narrativa de Angelcos, y la omnipresencia del
sarcasmo como aderezo, consiguen
solventar ágilmente las distintas historias logradas, como en: “El espacio
infinito”, “La señorita del calzón rosado”, “Los escritores se suicidan con
instinto cinematográfico”, “Dios necesita un siquiatra”, “El Cielo es asunto de pájaros y pajarones”,
entre otros cuentos de alta factura, que también disputan el comportamiento de
la sociedad contemporánea.
Sin caer en la
odiosidad comparativa, podemos relacionar búsquedas que nos conectan fácilmente
con estadios filosóficos que empalman con la profundidad del libanés Jalil
Gibran Jalil, cuya visión de la vida trascendiera hasta Occidente. Claro está
que Gregorio, en cierto modo, subvierte el rictus clásico de la contemplación
mística, es más, la sacude, la repasa críticamente, objetando el andamiaje
religioso, social, cultural y político, con una parábola moderna de este lado
del mundo. En esa contrariedad, en ese meandro, está la rica conexión de dos
voces en tiempos desiguales. Por otro lado, aparece Borges sin descartar la
posibilidad de haber compartido brebajes con el autor de esta obra, vasos
comunicantes que se caracterizan por el egregio diligente, sorpresivo y
oxigenante de las ficciones genéricas e individuales que se bifurcan,
suponiendo a Gregorio como un narrador más táctico, por lo breve de sus cuentos
y, en especial, su especificidad que le exige como microcuentista.
Ahora, Gregorio nos
conmina a enfrentar paradójicamente la realidad y la ficción, coordenadas
preferenciales de su desarrollo literario, que invita con urgencia a
interpelarlo que, con toda seguridad, la indiferencia no será el caso.
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