Por
Alfredo
Lavergne
Fernand
Verhesen, profesor, editor, escritor belga y Éditions SAINT GERMAIN DES PRES*, Paris, primer trimestre 1974, en su colección POESIE SANS
FRONTIERES, presentaron ese mismo año su libro en un homenaje a Vicente
Huidobro (1893-1948), en Bélgica. Una selección o antología de nuestro Poeta,
que titularon “Le Citoyen de l´oubli” (El ciudadano del olvido 1924-1934.
Santiago, 1941). El compilador Fernand Verhesen en su introducción recuerda la
importancia de la poesía de Vicente, su participación en la creación de la
revista Nord-Sud y no evita la disputa entre Huidobro y Reverdy por el estilo
que uno denominaba Creacionismo y su colega Cubismo.
Verhesen
inicia la labor con el poema Art poétique, de El espejo de agua, 1916. Muchos
de los poemas de este libro fueron traducidos al francés por el autor en
Horizon carré, Éditions Paul Birault, Paris, 1917, con ilustraciones de Juan
Gris.
Destacamos
en este libro el prólogo “Vicente Huidobro por Pablo Neruda”. Que intentaré por
su interés, readaptar al chileno.
*
Éditions Saint-Germain-des-Prés fue una editorial fundada por Jean Breton en
1966 y activa hasta 1997.
HUIDOBRO
Ver
a Vicente Huidobro desde Bruselas, en la Grand-Place o Plaza central de
Bruselas, con la Catedral Santa Gadula, entre el herbario de la poesía francesa
y flamenca, es otra cosa que verlo desde Chile, su patria antártica aislada de
todos los mundos por la cordillera y el océano.
Para
ustedes Huidobro es parte del follaje del crecimiento. Para nosotros chilenos,
Huidobro es acercamiento, relación y viaje.
Huidobro,
como antes Rubén Darío, es un importador de tendencias, de construcciones, de
fragancias compuestas en el fuego central de la Europa de la Primera Guerra
Mundial. Apollinaire, Juan Gris y el cubismo, el Ballet Ruso. Desatan una nueva
rosa de los vientos y nuestro Huidobro es el primer americano que mira donde va
la flecha, siente crecer la rosa en sus propias manos. No digo en su corazón:
Huidobro es un artesano, arquitecto del castillo en el aire y orfebre empeñado
en la alquimia.
Su
mundo mágico tiene la insistencia y el movimiento de una repetición manual: su
destreza es la del maravilloso malabarista: sus relámpagos son producidos por
un ejercicio voltaico jamás interrumpido. Rubén Darío, sin dejar de ser un
americano fundamental, un indio melancólico, nos abrió las puertas del gran
modernismo: trajo a América la suave ceniza de Verlaine y alcanzó a
enfrentarnos al coloquio de Laforgue y al aullido de Lautréamont. Vicente se
saturó de la elegancia cubista y alcanzó a divisar, dentro de su humanismo
interplanetario, la cabellera surrealista que iba a flotar hasta ahora sobre el
océano Atlántico, como las algas flotadoras.
La
poesía chilena fue fundada el siglo XVI por un conquistador español, paje de
Carlos V, llamado Alonso de Ercilla. El joven soldado perdido en la selva
sangrienta de la guerra, reveló al mundo la proeza araucana. Mucha sangre
perdió el Imperio español en esa guerra que duró tres siglos.
Ercilla
celebró más a los invadidos que a los invasores. La poesía de Chile emergió
como una flor roja del combate de una raza que quedó diezmada sin rendirse ante
el formidable enemigo. Desde entonces este pequeño país ha tenido voz propia. Y
esta voz se oye entre la nieve andina y las ilimitadas espumas del gran océano.
Parte
considerable de esta voz, de este luminoso castillo levantado en nuestras
soledades, es el canto creador, inventivo, juguetón y fantástico de Vicente
Huidobro.
Este
juego sostenido, que como un surtidor al parecer inagotable levanta en su torre
de cristal un círculo de esplendor y de alegría, en la obra del poeta chileno
que hoy es honrado por la antigua y nueva cultura de Bélgica en esta edición.
Con
placer y con mucho honor he escrito estas palabras para festejar este
acontecimiento, agradecerlo a los poetas belgas, y saludar la memoria de mi
compañero desaparecido cuando se levanta esta vez muy lejos de Chile, el
resplandor de su poesía.
Pablo
Neruda. Chile, 1973
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