por L. Fernando Veas Mercado
Éste es un primer acercamiento, necesariamente parcial, a algunos textos de cinco poetas de Ottawa. Me referiré a aspectos que se relacionan con la elaboración de una identidad poética y de una concepción de la poesía.
En algunos poemas de El Flaco y yo de Luciano Díaz el quehacer poético es: “el intento de poner a la imaginación en orden si se logran atrapar las palabras (3, Preámbulo). Todas las instancias vitales pueden atraparse si se logra mantener la “parábola del yo y de la idea”. La ruptura implica una traslación hacia un sitio en el que el hablante cantará con voz extraña, hermética, con lo que denuncia el rechazo de la poesía por ciertos sectores. La estupefaciente realidad está por algo en eso. El poeta se mueve en ella como un monstruo, en el sentido etimológico de la palabra.
Es un ambulante, un loco que va a lugares inexplorados, tal vez terribles que le atraen. También, está el pasado y el “allá” que, fantasmal, se resiste a todo olvido. La palabra puede rescatarlo, puede unir dos realidades contrapuestas, tal vez complementarias; la ambigüedad ante el presente es el único límite posible a un fácil olvido empujado por un contexto en el que la tecnología es un anzuelo más. A este hablante le asiste la idea que no recuperará la inocencia o primitivismo: “La tecnología/ nos introdujo al conocimiento y a la indulgencia,/ así, aceleró el avance y el vuelo sobre el camino irreversible,/ sobre el último acantilado más allá del espejo y la neblina (Tecnología, 20)”. No obstante, hay que oír y ver: “…decidimos que la neblina/ sólo existe para confundir a los que la necesitan/ y entre los edificios también entendimos/ que los ojos son para ver/ y que los oídos también así, entre la neblina (Los edificios, 21). Se cree que la historia abolida no volverá: “Vemos cómo las bicicletas se oxidan irreversiblemente/ con sus historias de niños (…) la historia que llevaron sobre sí/ será borrada de un solo golpe y/ para siempre (Bicicletas, 23).
Este hablante sólo cuenta con su poesía para subsistir: con su propia tinta, que no sangre. La heroicidad es el bien deseado pero se propone como una posibilidad casi irrealizable. El poeta ha pasado o imaginado todas las situaciones; su imaginación, versus la realidad que cree superar sin se siente como alguien diferente: “Ahora,/ llevo una vida casi normal,/ excepto quizás por la poesía (Nómadas, 15).
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Hay también un alegato contra los ortopédicos de la poesía, aquellos que escriben “seriamente”. Una duda subsiste: ¿Por qué la poesía no vende?
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El recuerdo de lo importante no da la respuesta pero sí la afirmación de algunos valores: “La cosas fundamentales que no olvidamos/ (…) En presencia de la luna, las estrellas y el mundo/ (…) reafirmamos esos votos fundamentales (Cosas fundamentales, 49). Tal vez por lo que se ha perdido, como las manos de la madre que acariciaban a los niños y la masa; que brindaban el sabor de la vida en una mascada de pan, el poeta debe ser todo como esa madre: prestidigitador, pastor, pintor, escultor y, todo eso, lleno de ternura. La ruptura torna incomprensible la realidad, el tiempo. El poeta sigue vigilando porque ha aprendido a soportar, aunque sea sólo a asumir la soledad, que es una forma de libertad, pero que también puede ser quebrantada.
Todo se atenúa o magnifica con una decisión irrevocable: “…juntar visiones a la hora del libre albedrío hora que tus acciones te definiera la hora en que cerebro, boca y lápiz (El Flaco y yo, 56). Por eso, a pesar de las miserias, el poeta se siente confortado por ser uno de los que buscan el sentido: “Mientras tambaleaba hacia el baño,/ pensó que sólo algunos hombres/ son llamados a entender y ver (no a resolver)/ lo que está ocurriendo en estos tiempos./ Ellos son considerados extraños por la masa./ lo invadió una secreta y reconfortante satisfacción (El Flaco y yo, 59).
Los enemigos de la poesía nada pueden: “Y las hienas reían a carcajadas/ alrededor del cadáver del poeta./El cadáver emanaba palabras./ Y lo único que podían hacer las hienas, era reír con impotencia (La hienas, 71). El ejercicio poético acerca a los hombres, no se olvidan esos derroteros, lo desconocido que llama, el secreto, esa luminosidad que se advierte de vez en vez y que no es sino la vida: “Y con una inconformidad imposible seguimos en este viaje, tal vez para muchos sin sentido/ pero necesario para encontrar lo que perseguimos/ Y también la vida./ Hacia allá vamos (Nómadas, 33)”.
Para Luis Lama , la poesía es: “Los rayos equis de las almas angustiadas”(Poetry, 61) ya que “ Los poetas llevan consigo las simientes de su propia destrucción (Poet, 61). El Arte es inspiración y compañía para toda la vida, una expresión que no es blanca ni negra pero que implica una toma de posición en la configuración de una realidad que, de otra manera sólo sería destrucción. El poeta debe asumir su tiempo y su vocación. Pensarán algunos que no es una concepción original pero creo que sí es ajustada a la actitud libertaria e imaginativa del poeta, lo que no es poca cosa en los tiempos que corren.
Lama acota, en aforismos un pensamiento que concuerda con el de los otros poetas de que hablamos: “Un pensador es una persona que está concernida por cosas por las que nadie más se siente concernido”. Sin embargo, esa caracterización, casi romántica, diríamos, de estos poetas es antirromántica: es la misión que el poeta se apropia pero que es inherente a todo hombre: “El único sentido de la vida es darle sentido a la vida (Meaning, 63)”. Al mismo tiempo, censura a los que combaten al hombre y la poesía: “Hombre, el insaciable vándalo del universo (Man, 62)”. Ante eso, la persistencia: “No había lugar para la poesía pero la poesía sobrevivió (Poetry II, 61)”.
Acompañan a estas reflexiones todas las expresiones vitales y sensuales. La explosión en la poesía de Lama que, igual que la de los demás proclama lo que en nuestra poesía siempre fue tan tímido y pacato: el amor sensual y sexual que no es simple regodeo sino manifestación, en otro nivel, de ese anhelo y defensa de la vida como en algunos textos de Etcheverry que se expresan también como reacciones fisiológicas para marcar la doble o triple naturaleza humana en una visión más comprensiva.
Pero ese conocimiento llegará por un acercamiento animal del hombre al hombre, de la valoración de todas sus potencias. Eso implica que actividades que el cine, la publicidad y los condones, so capa de hiperrealismo vista por pietistas y puritanos, han vuelto gimnásticos, rutinarios, apasionados pero, en el fondo reducidos a una dimensión estrictamente transpiratoria, en esa atracción/miedo, sazonada por el terror al sida. Nuestro poeta quiere reinventar a la mujer por invención del amor; por eso, la bruja, la mujer de sus poemas, que funciona en esos parámetros que el poeta rechaza, es suplantada por la gata blanca: la verdadera mujer.
Arturo Lazo y su Soledad y olvido, lo marca como el poeta de la brevedad. La vida en fogonazos, instantes de felicidad; sólo el dolor persiste, no podemos aprender a olvidar, desgraciadamente: “¿Para qué/ sirven/ los recuerdos/ si no/ los/ puedo/ cambiar? Y los asesinos siguen vivos (Dime, 34)” . El hiato, ahorra explicaciones ya conocidas. Su homenaje a Charles Chaplin: “El poeta que no dejó palabra/ porque le habló al alma (A Carlitos Chaplin, 18)” nos sugiere que Lazo no desea proliferar, de ahí su concisión y su búsqueda de lo esencial, de lo que los seres y las cosas son, o, por lo menos, creemos que son. Su definición corta y antigua del poeta como un romántico bohemio y pobre es un momento en su camino como el de Chaplin: “de aquel andar maravilloso/ de no ir, pero andar (Ibid.)”. Otras veces, con humor, ofrece una visión aparente de lo que es la poesía y el poeta : “Como se puede ver,/ muchas cosas se pueden decir/ de la poesía./ Y del poeta también (De la poesía, 44)”.
Sus recuerdos, anhelos y olvidos y soledades, quedan plasmados con gracia y economía, sin alardes. Tal vez lo mejor de Lazo está en sus cortos poemas que implican nada más que un gusto por lo existente: “Me gusta el rojo/ porque es rojo/ si fuera verde/ no me gustaría (De colores, 53) . El hablante se pone ante el objeto y lo acepta, lo quiere como es. Ama la realidad, sin explicaciones , se identificará con ella o no. La realidad podrá ser, pero él también, sin mayores especulaciones ontológicas.
Para Eric Martínez, en algunos poemas de Tequila Sunrise , el poeta es como un ciego, pero sin nostalgia, desconocedor de la memoria, sin protección, sin defensas internas, o como alguien que no las quiere. En sus poemas: ensoñaciones, visiones oníricas, entre líneas y en su expresión, pero sobre todo en su talante poético, debemos rastrear sus concepciones. Ya lo dijo Mallarmé: no se hace poesía con ideas, pero nuestros poetas de alguna manera nos plantean problemas existenciales y filosóficos.
La realidad, la historia, aparece en varios niveles y de diferentes maneras. El ser humano está aislado, prisionero. Los entornos no facilitan ni logran romper esas cápsulas. El poeta asume esa realidad: “un destino ciego que termina cualquier mediodía (Nosotros, 13)”. Porque el poeta es como Edipo pero: “sin sentir esa nostalgia por los territorios enterrados en las oscuras aguas de la memoria (Estado de cosas, 11)”. El poeta tiene su sensibilidad a flor de piel y tal vez su única protección sea pasar inadvertido en una realidad que devora todo, hasta la interioridad.
La poesía es catarsis pero, para alcanzarla hay que pasar por la crisis. Preferimos los resultados, los estados finales y querremos siempre eliminar la evolución. El carácter onírico de muchos poemas nos permiten aventurar la opinión que el hablante se extravía en mundos casi surrealistas en los cuales aparecen extrañas afinidades; una realidad que no sorprende ya que, metafóricamente, es la real. El poeta es un vidente, o uno que ve lo que los demás no advierten, y que dolorosamente asume la condición humana. Hay una total coherencia entre un modo de conciencia y esos expuestos modos de existencia que experimenta el hablante poético que duda de sí. Esa búsqueda de la autenticidad implica el rechazo de formas de vida superficiales, mostrencas: “Detesto la manera grandilocuente en que me estaba/ tratando de impresionarme a mí mismo (Consideraciones, 15).” Esa aguda autovigilancia es la garantía de la posible autenticidad: “Nada de eso cuenta ya para mí/ Quiero enterrar mi pasado./ Ansío la protección del anonimato total./ Quiero formarme un rostro anodino (Ibid.).” Será su rostro poético, su forma de existencia, la única que le conviene. Recordemos que Etcheverry habla de esos amigos que se buscan buenos trabajos, que se preocupan de su carrera: son los que han renunciado a sus principios.
La imagen del espejo es recurrente. Implica y refuerza esa vigilancia. Hay un extrañamiento del propio ser. De todas maneras, las relaciones son azarosas y problemáticas: “Quisiera conocer los motivos de la gente/ pero estoy atrapado en esa transparencia/ que se oculta tras el espejo de mi mirada,/ me espío, me observo,… (La aparente calma del hombre antes de ir a la fiesta, 17)”.
Otro motivo es el sueño y ciertos estados segundos, productos de la ensoñación, la penetrante contemplación de la realidad, o, por medios más banales, como la hierba. La realidad es una pero múltiple; para el hablante es fantasmagórica, alienada aunque percibida como normal por los demás, como lo expresan también varios poemas de Díaz y Etcheverry. Por eso, en un momento se pueden dar dos o tres o más versiones de la realidad, porque lo importante es el interior. Esas imágenes y su continuidad a lo Buñuel, muchas veces evidencian las tensiones del hablante en su relación imposible con esa realidad. Ni siquiera el amor logra sacar al hablante de esa soledad aparentemente irracional pero terriblemente lúcida y reflexiva que se enreda y desenreda al infinito llevada de allá para acá por nubes, pájaros, viento: lo inestable, porque puro y dinámico. La poesía de Martínez está llena de penumbras y resolanas, de iluminaciones, para decirlo con Aleixandre: “Entre dos oscuridades, un relámpago”.
El hablante poético no se siente ligado a ningún elemento, a ningún orden y su espíritu no encuentra asidero: nada en la fragmentación y sólo puede fundarse en su propia inquietud y movilidad, constituye el mundo a partir de su interioridad, de su imaginación que trabaja con su fantasía en esas configuraciones que apuntan siempre a un más allá, a una zona trascendente. Asume su ser y su existencia y la plasma en una forma de “ser en el mundo” que se manifiesta poéticamente. El poeta es un peregrino de una realidad afantasmada y su expresión configura esas imágenes visionarias que lanzan al poeta a otras dimensiones de lo real y que invitan al lector a seguirlo sin preocuparse si hay un centro único porque tal vez la existencia no consiste en encontrar sino en explorar.
La poesía de Jorge Etcheverry pulsa varios registros: es discursiva pero reflexiva; llena de prosaísmos y de expresiones referidas al mundo inmediato. Podríamos creer que se complace en el casuismo o en la anécdota . Hay alusiones “explicativas” a una formación aparentemente desordenada de lecturas y a experiencias y hechos. Reencuentra un poco la poesía del “grupo” y de otros, como la de José Varela, de escribir, una poesía en un lenguaje flexible, sobrio, despojado de formas anquilosadas.: “Nos aqueja la vigencia de montar un nivel culto formal en el lenguaje. Las expresiones directas del yo a través de su manifestación pronominal no gozan ya de prestigio en los niveles académicos y oficial (Tánger, 69).
“Sólo podemos tocar las cosas con este rápido lenguaje “Tánger, 22).
“Esta es la decripción detallada de dos cosas: el puerto, la gaviotas, Tánger, 49)
El homenaje a Ginsberg, Perse, Lautrémont, Eliot, define una concepción primera de su poesía; la lectura de Esquilo, de sus párrafos rítmicos como respuesta a la poesía chilena de los 60 que se limitaba a: “a una sola imagen trabajada con esmero, que/ traducía una impresión al alcance de todos/ La restricción del lenguaje nacida de la asunción de una/ parquedad supuestamente telúrica ( El evasionista, 14)”. Pero también están Beckett y Rimbaud.
En El evasionista hay un deseo de constituir una poesía que se aleje de la imagen tradicional y que pueda compenetrarse con lo habitual que, sin embargo, no es fácil de penetrar ni menos, ser conocido porque en la expresión siempre acecha el sentimiento que entorpece. La poesía implica perder una cierta sensibilidad o sensiblería y acostumbrarse a una nueva, aparentemente reducida pero, en el fondo, más rica y auténtica. El hombre debe elevarse, renunciar a lo estimado como valor social burgués, pedestre y ordinario, debe dejarse llevar por los sueños pero sin renunciar a lo esencialmente humano, a la vitalidad, a la aceptación de la fuerza genésica que, como en la poesía de Lama, debe ser asumida sin disfrazarse de nada y sin renunciar a la historia. Sin embargo, volvemos a nuestros gastados ritos y es difícil mantener ese ritmo nuevo. Dice: Cuando nos desatamos en nuestro lenguaje coloquial, en medio de reuniones sociales o políticas. Esa cercanía, camaradería casi con las Grandes Figuras Históricas, podría proporcionar el marco para todo un poema (como nosotros lo entendemos) Tánger, 87)”.
Muchas veces el poeta se pregunta porqué la poesía no vende. La respuesta está en la crítica explícita: porque está apelmazada y su lenguaje hermético se está mordiendo la cola y no va a ninguna parte, porque los poetas, como decía N. Parra, no la han desendecasilabado.
Las imágenes del mundo poético son variadas: el mar, las montañas, las planicies, las brumas, los sueños, la luz; elementos de un mundo que a veces se deshacen o chocan o son completamente ajenos al mundo habitual del hablante poético. Éste muchas veces no se siente único, como realizando una labor primigenia, más bien, trata de elaborar su expresión a partir de lo que lo toca radicalmente y que constituyen elementos banales o habituales de toda existencia. La observación y la reflexión de estos hechos es una profunda mirada sobre la situación penosa en la que esa conciencia debe desenvolverse. El hablante se percata que lo grandioso no es ya materia poética. No define su materia, simplemente vive y escribe: “Simplemente, la vida”, como había dicho Rimbaud. Esas circunstancias pueden ser privilegiadas si se miran bien: “Un día, un cataclismo ha de hundir esa franja de tierra en el Pacífico. Mientras tanto, démonos el lujo, la tranquilidad y el tiempo, para producir poesía, vinos, regímenes políticos y teorías sociales, Tánger, 13). “Enarbola como una bandera la expresión de la perplejidad. Esconde tus pensamientos bajo la almohada para que compruebes su desaparición a la mañana siguiente. Acelera el ritmo de tu corazón vacilante, pónlo al ritmo de las candelas y las luciérnagas- no ejercites tu cabeza, no demuelas tus pupilas con todos estos inútiles ejercicios El sopor de los pájaros, I, Tánger,
Pero la poesía y el poeta llevan una vida dura, de coraje porque, igual como en Díaz, Lama, Martínez y Lazo, la poesía es combatida; libra una batalla que no puede ganar. Dice Etcheverry: “La palabra del mago ya no se escucha por los altoparlantes, no se difunde por los periódicos ni grita desde las aulas. El Gran Sueño se aleja, a medida que se acumula el metal en nuestras articulaciones (El sopor de los pájaros III, El Evasionista, 108)”. A pesar que la lucha por ciertos valores sigue en otros lugares del mundo, que no son la patria del hablante, que parezca sumido en metafísicas lecturas, el hablante de Etcheverry se define, igual que el de Díaz, Lama y Martínez, como un fantasma o como alguien que debe nacer de nuevo, o como uno que trata de poner una distancia entre él y los demás. No es ajeno a esto la imagen del poeta como mirón u observador pero, también como vidente. En este punto reencuentra la poesía de J,. Varela. Este “aire de familia”es el de dos promociones poéticas superpuestas pero que en un caso ha cambiado su pensamiento y el de otra que busca, un poco desconcertada, la salida de las brumas, si la hay. Pero se duda de eso ya que no hay, como en la poesía religiosa o política, una tendencia espiritual o histórica clara. Creo que se trata de poesía laica en esos dos sentidos de la palabra. Por eso al poeta le queda lo que onettianamente podemos llamar “el valor de la actitud”.
El símbolo del puerto en la poesía de Etcheverry., muestra bien ese hormigueo vital con el cual se debe renovar porque constituye un sitio privilegiado de la imaginación que tiende a diluirse por el llamado progreso y el cambio de los tiempos que han desvirtuado la realidad y la poesía. Frente a eso, la ciudad de ahora, en la que ser deambula de un espacio cerrado a otro donde el sol y el movimiento parecen ser una ilusión evocada.
Surgen ecos nerudianos en algunos poemas en los que el hablante se pregunta por la eliminación o velamiento de una realidad desbaratada a distancia por oscuros poderes y que degrada las existencias de aquellos que no saben adónde volar.
El poeta es un cronista o fotógrafo de la realidad con una aguda conciencia de su quehacer: “Yo nunca hice nada que no fuera una pradera en la/ oscuridad/ cuartillas blancas/ tinta negra y plumas aceitosas/ candelas de sebo/ Ampolletas (Tánger, 63). Ante esa realidad evoca ayer, aquí: hambre persecuciones, tortura, miseria, hambre: “Que lirismo no parece ridículo frente a la magnitud de estos acontecimientos (Tánger, 66). Como Canetti, el poeta debe reconocer que la poesía no servirá para impedir ni la brutalidad, ni la guerra, ni la muerte, pero que el poeta tiene la obligación de hablar y de creer que sí es posible. Es fiel a lo humano: “Es por eso que siempre te he considerado mi amigo. Tú no te haces ilusiones, pero tu escepticismo esconde una moral fuerte, un amor por el hombre (pásame un cigarro). Tánger, 72). El paréntesis elimina la grandilocuencia.
Vitral con pájaros resume muy bien las concepciones poéticas de Etcheverry. Desde los momentos más y circunstancias más banales, de lo que llama “épica cotidiana”, hasta aquellos reflexivos en los que habla de la gnosis en los que el hablante compenetrado con la realidad termina por comprenderse mejor. Es indudable el deseo de reiterar que la poesía surge de cualquier parte, que el material, la vida, es inagotable aunque a veces nuestra visión condicionada, nos impida verla.
Como dijo recientemente un novelista citando a un poeta, “ya no somos los mismos” porque tal vez, como dice Lama: “Un chileno es un fantasma cuya vida terminó en 1973 (Ghost, 64)”. Pero ya sabemos cuánto resucitado anda por ahí y muchos que se creían muertos, estaba haciéndose los lesos, en fin. El hablante se siente orgulloso de ser todavía como era: “No somos más los pájaros salvajes del 68/ que nos agarrábamos con el mundo/ (A lo mejor sí/ a ratos/ Por eso no nos va muy bien/ que digamos) (Conversación con Martínez, A vuelo de pájaro, 47-48)”. Se paga un precio y hay que hacer reverencias a los editores, si los hay; sólo las deudas son seguras. Pero el poeta no se deja sobornar: “…nos adentramos hacia arriba/ hacia lo alto”.
Por esto, cuando leemos “La esencia de la poesía, No dedicada a Hölderlin no nos extrañamos porque: “de repente un animal/ con carne hecha de memoria/ ensueños, el paso del tiempo/ te muestra sus garras (... ) La vida sigue su curso/ Uno parado en la vereda/ eso es poesía/ Y a lo mejor ni siquiera te publican (Vitral con pájaros, 64)”. Si Holderlin recibió el rayo, si esperaba el retorno de los dioses, si enloqueció o se refugio en una supuesta locura, a Etcheverry le interesa el hombre concreto y su vida.
Muchos otros poemas son declaraciones de principios: Tiempo libre, Idea para un concurso, Darwinismo, Icaro, Antipoema, Res extensa en ellos muestra sus cartas, con las que no ganará pero a las cuales ha sido y será fiel. No será como aquellos que “transaron la rama de los vínculos”. El poeta es un centinela porque: “para eso somos músicos, Qué siga tocando la banda, aunque haya cuatro pelagatos, vamos andando, que siga tocando la banda/ que siga tocando (Que siga tocando la banda, Vitral con pájaros, 79)”.
Casi conclusiones (sumamente provisorias)
Creo que la poesía de nuestros autores es importante porque echa a un lado los temas, la manera habitual, porque han creado, en parte gracias a la experiencia del exilio, una visión de temas antiguos vividos auténticamente y no sólo como angustias seudometafísicas a las que nos querían acostumbrar otros. Poesía sencilla, clara, pero no siempre. El poeta se manifiesta a veces enigmáticamente pero lo dicho implica vivencias de regiones dichas sin referentes obvios, hay que ir a buscarlos en nosotros, si no, no reaccionaremos ante un texto claro lingüísticamente pero que tal vez sólo asociamos a algo. Creo que eso involucra que la poesía es conocimiento: medio heurístico para procesar, comprender y actuar sobre la realidad.
Por lo dicho y porque no es fácil escribir poesía, creo que estos poetas obedecen a un imperativo personal pero también a otros que no quieren a veces relacionar explícitamente con su obra pero que están tramados en sus poemas. Esos son imperativos morales, sociales, éticos pero, sobre todo, creativos y no previenen de lo que sucede en nuestra cultura. Abandonando formas de ansiedad y alienación escriben por la vida, por sus vidas y por la poesía, están lanzados a una batalla sin fin contra la muerte. Como el héroe de J. Joyce dicen: “¡Bienvenida oh vida!, Corro, por la millónésima vez al encuentro de la realidad, de la experiencia, para plasmar en la fragua de mi alma la conciencia amorfa de mi raza”. Cada encuentro creativo es nuevo y exige una nueva afirmación de coraje que surge de la inspiración y el trabajo. Los poetas tratan de dar forma a lo que no la tiene y de esta manera, crean la ética de una sociedad. Y, en esta lucha, contra los dioses e ídolos, brujos, magos y encantadores de nuestra sociedad, bien reales en nuestra época, que tienen mil caras y nombres: éxito, explotación, transnacionales, fascismo, racismo, egoísmo, especulación, violencia y tantos más, el poeta ejerce su imaginación y su libertad, porque no podemos vivir sin ninguna de las dos. Por eso, nuestros poetas irán de derrota en lucha, de desencanto en exaltación pero, sobre todo, irán por la vida.
Fernando Veas Mercado: Poesía chilena en Canadá
Juan Cameron: Antología de Poetas chilenos en Canadá
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* L. Fernando Veas Mercado, Profesor de Estado por
Hola! mi nombre es Ana L. Aguirre y me encanta escribir desde que tengo catorce años, estudie un semestre en la Escuela de Escritores José Carlos Becérra y no terminé por falta de dinero pero eso no aniquila mi imaginacion y mucho menos detiene a mi pluma. Soy Arquitecta y tambien me gusta pintar. El arte es mi mejor amante. me encantaria comunicarme con ustedes. Mi email es alasylibertad04@hotmail.com Me despido con una esperanza de saber de ustedes.
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