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Hasta hoy
he escrito tres veces sobre Pablo de Rokha. Y, por cierto, lo puedo seguir
haciendo a medida que vaya descubriendo más imágenes de su personalidad
desbordante.
La primera
fue en la década del 80 en la Revista “Extramuros”; en la segunda, ya en el
siglo 21, explico lo que me dio esta crónica en Santiago de Chile, una suerte
de vendimia, casi al estilo de su vida, a propósito de vender libros para poder
subsistir.
Ahora lo
hago a raíz de un libro pequeño que cayó a mis manos. En realidad fue un
obsequio, de ésos que hay que agradecer de por vida.
Magullado
texto que hay que cuidar porque está herido, con sus tapas averiadas. Fue
editado en 1927 por la imprenta Universo, que estuvo ubicada en la calle
Ahumada 32, en Santiago de Chile. De las cosas que se acostumbraban en la época,
me sorprende la señalización del valor del libro en la parte trasera: “Cinco
Pesos”.
Esta es
una publicación extraordinaria por su subsistencia, la que sorteó diferentes
épocas, acontecimientos en el mundo, guerras, pensamientos universales,
fenómenos naturales, destrucción, iras, gobiernos, hasta caer en mis manos.
De Rokha,
nuestro legendario Carlos Díaz Loyola, Premio Nacional de Literatura en 1965,
otorgado tres años antes de morir, escruta aquí diversos temas de vida, de
sociedad, y critica al mismo tiempo, los tópicos del hombre, sus costumbres más
acérrimas, en la forma que lo sabía hacer él, con ese vocablo flamígero que lo
identificaba.
Me
sorprende, por otro lado, que esta publicación que restauraré (porque la
carátula ya se cae) aún conserva su letra manuscrita al paso de 82 años, y
dedicada a un amigo común en Valparaíso, fechada, además, a puño, en 1929.
Es decir,
poseo suerte de tener al poeta chileno, al que recorrió barrios y pueblos del
campo, vendiendo y dialogando, precisamente, en mi casa.
Pensar
sobre esta reliquia es pensar en diverso. Claro, por ejemplo, imagino el
momento en que este texto fue editado, impecable, con la fuerza del poeta
dedicando ¿en la tarde, o en la mañana? autografiando este libro. Lo veo
caminando, gesticulando, soñando, porque
en ese tiempo, tan sólo tenía treinta y cuatro años. De igual forma, este
escrito denominado “Heroísmo sin alegría”, fue desarrollado un lustro después
del siempre comentado “Los Gemidos” y a once de haberse casado con la poeta
Luisa Anderson, la que sería su inmortal y amada Winett de Rokha, quien le
daría ocho hijos, dos de los cuales no lograrían sobrevivir a la miseria.
Este es el
libro donde Pablo de Rokha se entrega a su yo de brazos abiertos: “Me crié
comiendo pobreza, pero pobreza arreglada que es la pobreza más pobreza de todas
las pobrezas”. Más adelante dice: “Requerían al abogado, al sacerdote, al
ingeniero, al Ministro,.. ¡la ingenua prosopopeya! …, requerían al hombre
brillante que viniese a alegrar, a compensar, a agrandar su actitud penosa y
sudada de compadrazgos tristes, de burgueses tristes, de empleillos tristes,
encallecidos y amarillentos, con fuerza, pero con fuerza corrompida por
sentimentalismos desmedidos, desteñidos, arruinados sin grandeza, |requerían un
idiota decorativo y yo les aporté un poeta desorbitado”.
También incursiona rigurosamente en la
estética, con un breve ensayo donde se estampan
pensamientos respecto a la creación. Sin embargo, hay otros temas que
aborda con fiereza, con la lucidez que tenía y que en algún momento tendía a
confundirnos. Al poeta le gusta la vida discreta, pero al mismo tiempo
apresurada. ¿Fue contradictorio? Por cierto, y él lo reconoce, como reconoce la
fragilidad del hombre frente al mundo, las incapacidades para poder discernir
algunas cosas, o la subjetividad que llevamos como carga entre las
circunstancias de vida: “Estimo a la mujer digna del hombre, del hombre que es,
habitualmente, un gran idiota. Soy demasiado inteligente para enamorarme más de
una vez”.
Lo trataba
de decir todo en un segundo, como si el mundo se le escapara, como si la vida
se le fuera de la noche al día. Temido y temerario, es posible que en su
existencia haya sido una de tantas personas traicionadas por la vida que siempre
tuvo en frente. Odió la hipocresía, la trató como, tal vez, el único vicio más
vil que acarrea el hombre.
A De
Rokha, siempre lo persiguió el fulano que quería agarrarlo todo. Pero también
maldijo al que mentía sobre su propio yo: “¡Cómo odio al fanfarrón que se cree
un hombre porque pega la patada tan fuerte y más fuerte que el burro; qué
bestia tan grosera es; yo echo mano al revólver cuando lo veo hiriendo,
escupiendo, ofendiendo el mesón de las tabernas!..”.
Hablar de
este poeta y sus dichos podría llenar páginas y más páginas. Hay algo que no
puedo dejar escapar, sin embargo, porque cobra actualidad en todos los tiempos.
Y esto tiene que ver con quienes gobiernan los países. ¿Cómo gobiernan, por qué
gobiernan, quiénes les dan tal poder que luego usufructúan?: “El gobernante me
parece ¿siempre? Un resultado irremediable y apaleable. ¿Quién le dio el
gobierno? El pueblo. ¿El pueblo? Y ¿cómo puede el pueblo dar, otorgar lo que no
tiene? Así se generan los estados republicanos: por el palo blanco y el Judas
que vende la AUTORIDAD, que no posee; así se generan los estados republicanos.
De la suma abstracta de los ciudadanos sin poder, emana el poder, todo el
poder, de la suma abstracta de nada con nada emana el poder, el poder, todo el
poder…”
Pero de éstas
y cientos y cientos de expresiones del poeta, ¿a quién prefiere? ¿cuál es su
preferencia?: “Prefiero al jodido y al deschavetado y al aventurero, al
descentrado, al vagabundo, al arbitrario y lo coloco arriba, muy arriba del
animal civil con panza alegre o doliente”.
Este es el
libro que cayó a mis manos. Libro viejo, antiquísimo, con su imagen de difunto
a punto de entrar en el pudridero. Con la letra del poeta que cobra vida, que
se levanta, que camina, que quiere de nuevo deambular por estas tablas. Por
cierto no encontró algo mejor que entrar a mi casa para que yo se lo
permitiera, para que le diga de nuevo al mundo sus concepciones, porque a fin
de cuentas, como bien lo expresa él: “Uno se agacha para nacer y se agranda
para morir, y es enorme el tamaño de los difuntos”.
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