jueves, 20 de diciembre de 2012

Pablo De Rokha. El tamaño de los difuntos

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Hasta hoy he escrito tres veces sobre Pablo de Rokha. Y, por cierto, lo puedo seguir haciendo a medida que vaya descubriendo más imágenes de su personalidad desbordante.

La primera fue en la década del 80 en la Revista “Extramuros”; en la segunda, ya en el siglo 21, explico lo que me dio esta crónica en Santiago de Chile, una suerte de vendimia, casi al estilo de su vida, a propósito de vender libros para poder subsistir. 

Ahora lo hago a raíz de un libro pequeño que cayó a mis manos. En realidad fue un obsequio, de ésos que hay que agradecer de por vida.

Magullado texto que hay que cuidar porque está herido, con sus tapas averiadas. Fue editado en 1927 por la imprenta Universo, que estuvo ubicada en la calle Ahumada 32, en Santiago de Chile. De las cosas que se acostumbraban en la época, me sorprende la señalización del valor del libro en la parte trasera: “Cinco Pesos”.

Esta es una publicación extraordinaria por su subsistencia, la que sorteó diferentes épocas, acontecimientos en el mundo, guerras, pensamientos universales, fenómenos naturales, destrucción, iras, gobiernos, hasta caer en mis manos.  

De Rokha, nuestro legendario Carlos Díaz Loyola, Premio Nacional de Literatura en 1965, otorgado tres años antes de morir, escruta aquí diversos temas de vida, de sociedad, y critica al mismo tiempo, los tópicos del hombre, sus costumbres más acérrimas, en la forma que lo sabía hacer él, con ese vocablo flamígero que lo identificaba.

Me sorprende, por otro lado, que esta publicación que restauraré (porque la carátula ya se cae) aún conserva su letra manuscrita al paso de 82 años, y dedicada a un amigo común en Valparaíso, fechada, además, a puño, en 1929.

Es decir, poseo suerte de tener al poeta chileno, al que recorrió barrios y pueblos del campo, vendiendo y dialogando, precisamente, en mi casa.

Pensar sobre esta reliquia es pensar en diverso. Claro, por ejemplo, imagino el momento en que este texto fue editado, impecable, con la fuerza del poeta dedicando ¿en la tarde, o en la mañana? autografiando este libro. Lo veo caminando, gesticulando, soñando,  porque en ese tiempo, tan sólo tenía treinta y cuatro años. De igual forma, este escrito denominado “Heroísmo sin alegría”, fue desarrollado un lustro después del siempre comentado “Los Gemidos” y a once de haberse casado con la poeta Luisa Anderson, la que sería su inmortal y amada Winett de Rokha, quien le daría ocho hijos, dos de los cuales no lograrían sobrevivir a la miseria. 

Este es el libro donde Pablo de Rokha se entrega a su yo de brazos abiertos: “Me crié comiendo pobreza, pero pobreza arreglada que es la pobreza más pobreza de todas las pobrezas”. Más adelante dice: “Requerían al abogado, al sacerdote, al ingeniero, al Ministro,.. ¡la ingenua prosopopeya! …, requerían al hombre brillante que viniese a alegrar, a compensar, a agrandar su actitud penosa y sudada de compadrazgos tristes, de burgueses tristes, de empleillos tristes, encallecidos y amarillentos, con fuerza, pero con fuerza corrompida por sentimentalismos desmedidos, desteñidos, arruinados sin grandeza, |requerían un idiota decorativo y yo les aporté un poeta desorbitado”.

 También incursiona rigurosamente en la estética, con un breve ensayo donde se estampan  pensamientos respecto a la creación. Sin embargo, hay otros temas que aborda con fiereza, con la lucidez que tenía y que en algún momento tendía a confundirnos. Al poeta le gusta la vida discreta, pero al mismo tiempo apresurada. ¿Fue contradictorio? Por cierto, y él lo reconoce, como reconoce la fragilidad del hombre frente al mundo, las incapacidades para poder discernir algunas cosas, o la subjetividad que llevamos como carga entre las circunstancias de vida: “Estimo a la mujer digna del hombre, del hombre que es, habitualmente, un gran idiota. Soy demasiado inteligente para enamorarme más de una vez”. 

Lo trataba de decir todo en un segundo, como si el mundo se le escapara, como si la vida se le fuera de la noche al día. Temido y temerario, es posible que en su existencia haya sido una de tantas personas traicionadas por la vida que siempre tuvo en frente. Odió la hipocresía, la trató como, tal vez, el único vicio más vil que acarrea el hombre.

A De Rokha, siempre lo persiguió el fulano que quería agarrarlo todo. Pero también maldijo al que mentía sobre su propio yo: “¡Cómo odio al fanfarrón que se cree un hombre porque pega la patada tan fuerte y más fuerte que el burro; qué bestia tan grosera es; yo echo mano al revólver cuando lo veo hiriendo, escupiendo, ofendiendo el mesón de las tabernas!..”. 

Hablar de este poeta y sus dichos podría llenar páginas y más páginas. Hay algo que no puedo dejar escapar, sin embargo, porque cobra actualidad en todos los tiempos. Y esto tiene que ver con quienes gobiernan los países. ¿Cómo gobiernan, por qué gobiernan, quiénes les dan tal poder que luego usufructúan?: “El gobernante me parece ¿siempre? Un resultado irremediable y apaleable. ¿Quién le dio el gobierno? El pueblo. ¿El pueblo? Y ¿cómo puede el pueblo dar, otorgar lo que no tiene? Así se generan los estados republicanos: por el palo blanco y el Judas que vende la AUTORIDAD, que no posee; así se generan los estados republicanos. De la suma abstracta de los ciudadanos sin poder, emana el poder, todo el poder, de la suma abstracta de nada con nada emana el poder, el poder, todo el poder…” 

Pero de éstas y cientos y cientos de expresiones del poeta, ¿a quién prefiere? ¿cuál es su preferencia?: “Prefiero al jodido y al deschavetado y al aventurero, al descentrado, al vagabundo, al arbitrario y lo coloco arriba, muy arriba del animal civil con panza alegre o doliente”. 

Este es el libro que cayó a mis manos. Libro viejo, antiquísimo, con su imagen de difunto a punto de entrar en el pudridero. Con la letra del poeta que cobra vida, que se levanta, que camina, que quiere de nuevo deambular por estas tablas. Por cierto no encontró algo mejor que entrar a mi casa para que yo se lo permitiera, para que le diga de nuevo al mundo sus concepciones, porque a fin de cuentas, como bien lo expresa él: “Uno se agacha para nacer y se agranda para morir, y es enorme el tamaño de los difuntos”.


 

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