lunes, 15 de julio de 2013

Los ángeles caídos y otros poemas, por Eduardo Embry. Poesía 1965

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Premiado este breve y hermoso libro en el Concurso Nicomedes Guzmán organizado por el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile de Valparaíso y por la Sociedad de Escritores del vecino puerto, nos presenta en Eduardo Embry a un poeta joven, digno de muy cordial atención. Prologa los poemas, anónimamente, N.O.T. Dice, sin embargo, en pocas líneas, bastante más que la mayoría de los prologuistas. Nos interesa subrayar estas palabras suyas: “Tal vez su poesía no se ajusta a lo que nos tienen acostumbrados ciertos jóvenes poetas: no canta a martirios interiores ni siente el hastío de vivir”. Al leer estas líneas nos sentimos de inmediato bien dispuestos. Tenemos ya –como muchísimos lectores- el cansancio de la superchería poética, de ese afán de hermetismo hueco y de desesperación de la vida que no es sino pésima retórica retorcida, gastada, insufrible.

En estos poemas hay una sencillez coloquial que nos comunica de manera directa, inmediata, algunas imágenes precisas de la vida de un niño.

Leemos al entrar en el libro: “Desde la pieza chica, al fondo de la casa, veíamos crecer la higuera de la infancia”. A la sombrea de ese árbol, la memoria del poeta va a desenvolver leyes figuras del pasado, todas ellas movidas por una quieta emoción, por una ternura muy íntima. Asistimos a días de lluvia mirados desde la ventana y, amainada la lluvia un instante, vemos pequeñas aventuras que el tiempo no daña.

“Cuando los gorriones bajaban a buscar sus últimos trinos
salíamos a la calle con barcos de papel en los ojos
y trajes de almirantes.
Allí comenzaban nuestros primeros viajes.
Cuando la señora Johnson nos veía en su vereda
barría el charco y quedábamos desnudos.
Emprendíamos la retirada, como si la intensa lluvia regresara de pronto.
Solo algunos pájaros rezagados
se bebían las últimas gotas de nuestro océanos”.

Estas menudas escenas no caen en el olvido, borradas para siempre, cuando el poeta las transfigura y de ellas se vale para fraguar su poesía. Con palabras simples, de nuestro lenguaje cotidiano, quedan fijas en el poema, vivas y actuales para quien se acerque a ellas.

Con igual naturalidad y destreza sin esfuerzo nos entrega el poeta otras imágenes: la muerte de alguien en el barrio, la ausencia irremediable del hermano, el campo en vacaciones, juegos de niños en la tarde, la Navidad, y el amor que viene de pronto con su haz de sorpresa.

Eduardo Embry se une al grupo todavía escaso de poetas que abandonan el jeroglífico para transitar libremente por la poesía.


El Mercurio . 1965-09-12. Autor: Hernán del Solar
 

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