martes, 2 de julio de 2013

El Cinzano. Alfredo Lavergne

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 Al tercer día de su retorno luego de 43 años de exilio, fue tras su amigo en Valparaíso. En el barrio del cerro de aquel tiempo, le dijeron que estaba en el plan, en el bar con un conocido y capitalino. Las más de cuatro décadas habían cambiado hasta no reconocer su país, su puerto y sentía que estaba lejos del lugar en que reaprendió a sentirse bien.
Son dos ancianos, su amigo recibe las visitas en las mesas del fondo. Lo reconocerá porque nunca critica a su gente. Le dijo el joven que guardó el haber escuchado del hombre que había partido en el barco Nueva Esperanza y la heredad con su abuelo.
- A su edad, aquí los viejos no fallan y menos a los ascensores. Y le indicó el trasporte también para la no fácil pendiente.
Abajo se le alivianaron las piernas, miró lo empinado de sus recuerdos y caminó entre las diferencias con su memoria hasta la barra del establecimiento. Esperó que los dos rostros de desiguales arrugas y empate gris de sus abrigos, dejaran que un comentario evitara el temido error en el abrazo con el compañero que se había quedado en el amor insurrecto.
- Me gusta mucho el lugar, la música, pero cresta que es lento el servicio en la región. Comentó uno de los veteranos.
Ordenado por la imagen de sus recuerdos y reafirmado por el comentario, se acercó a Vidal y lo saludó. – Hola Ángel.
Ángel metió la mano al bolsillo, dejó una monedas en la mesa, se despidió de su acompañante y le dijo en el abrazo a su compañero; - Vamos, los amigos, en la casa y porque hace mucho tiempo que no recibo políticos.

 

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