por Jorge Etcheverry |
El volumen Al vaivén fluctuante del verso
(Hipocampo editores, Lima, 2012) reúne los tres libros de poemas y otros
inéditos de Paolo de Lima, poeta peruano por unos buenos
años residente en Ottawa, Canadá, y que ahora
ejercita la poesía y la docencia en su país natal. Este transcurrir poético abarca
desde Cansancio, su primer libro de 1995, hasta poemas inéditos que
suponemos son los que se han escrito más recientemente. Si se pudiera señalar
una característica general del estilo de Lima sería que se trata de una poesía
profundamente urbana, reconociendo quizás que pueda tratarse de una categoría
un poco impresionista y quizás no imparcial de este lector particular:
El
corazón avizora desde un balcón limeño
transitan
chismosas chibolas. Habría
que
establecer la conjunción del rechazo y la
indiferencia.
Habría que buscar invernales
distancias
sin Ella. Sin embargo, no llego
a
nacer.
(de
Tus pasos reclaman verme, p.13)
Así se inicia la colección. La
enunciación sobria, con atisbos coloquiales, la tendencia a la poesía
intergenérica y en prosa ya se hacen patentes en estas primeras dos estrofas de
este libro, el primero de la compilación, que es fundamentalmente un ejercicio
lírico, introspectivo, una enumeración o inventario del abanico de emociones,
sentimientos y estados intelectuales del emisor poético, que intenta la
fijación de la imagen de su yo. El hablante poético oscila entre la franca
expresión o declaración de sí mismo y la referencia distanciada, para culminar
en el último poema con una abierta exposición personal: “Mientras mis ojos
observan despacio, grandes” (de La música se desplaza…, p.22). Y
la referencia a su compromiso con la escritura, de una cierta manera una
salvación: “en este momento escribo sólo porque me siento solo” (de La
música se desplaza…, p.22). Escritura que se descubre como siendo de un
modo programática: “No quiero usar metáforas porque puedo ser directo”, “soy
feliz escribiendo / porque aprender a escribir es lo mejor que me ha sucedido /
(y conocerte también)” (de La música se desplaza…, p.22).
En el segundo
libro, Mundo arcano (2002), el lenguaje se hace más experimental pero se
mantiene la actitud auto inquisitoria, que se manifiesta por ejemplo en la
conversión del yo en destinatario de un diálogo, que lo distancia del hablante
así desdoblado, que se examinan con esta nueva objetividad: “¿Recuerdas
que recordabas / que solías ceder ante los llamados de la memoria?” (de De-ciertos, p.30); que
se proyecta hacia el ámbito de la práctica misma de la escritura y el sentido
de la empresa o búsqueda poética del emisor poético:
Parece
que se va perfilando el tema. ¿Es la búsqueda
de
la identidad o acaso la violencia del tiempo?
No
sé ni me importa.
(de
Mi abuela (y mis abuelos en general), p.88)
El ámbito o espacio
metafórico, alusivo y referente de los avatares del yo y sus encuentros, y de
esa conciencia que los abarca y desmenuza, se compone sobre las espaldas, o
alrededor de los ejes del desierto y el mar, reiterados, permanentes pero
mutables en su pulular de olas y dunas, elementos simbólicos de una transhumancia
tan mutable como igual a sí misma, seguramente fruto o presencia intersticial
en este poemario —un entramado denso con variados discursos, alusiones e
intertextos, en variados metros, otras tantas olas y dunas— que suponemos
compuesto en gran parte durante la estadía del autor en Canadá. Se alude a esto
aquí. El emisor poético es en general un narrador imparcial u objetivo en
tercera persona, o a veces dialógico, de sus propios avatares, que se
despliegan en una imaginería que combina elementos del mundo natural y urbano
con otros inhabituales —para no hablar de ‘imaginarios’ o ‘fantásticos:
“setecientas ballenas nadan sobre tus manos...” (de La garúa hacia el
desierto, p.43). Se evita el uso flagrante del ‘yo’, se prefiere el
‘nosotros’, menos personal, más abarcador y distanciado, o la interpelación a
un ‘tú’, básicamente a través de un(a) interlocutor(a) preferencial, en los
momentos más álgidos. Eso testimoniaría una intención ecuménica hacia el lector
y la gente en general, o que la autocompletación pasa a través del otro:
“Óyeme, óyeme, mira mis palabras, son tuyas” (de Este tiempo ha sido
depositado en un vaso de vidrio, p. 47); y el presupuesto de que los
estados o peripecias del poeta son de alguna manera universales. Hay un
harmonización—o contradicción, entre los elementos por así decir corrientes,
habituales, de la objetividad, los estados de ánimo, el entorno y otros más
distanciados, como los atisbos de metapoesía, que testimonian la frecuentación
y asimilación de literaturas y tendencias y autores más ‘de vanguardia’, entre
ellos quizás una alusión o reconocimiento de La ciudad, del poeta
chileno Gonzalo Millán, que estuvo exilado en Canadá, obra seguramente conocida
por De Lima en el estrecho pero nutricio mundo de la poesía en castellano hecha
en Canadá, como se puede percibir en el siguiente poema que
encabeza la sección “La ciudad y sus poemas”:
Escribir
rápido un poema sobre la ciudad.
Escribir
lento un poema sobre la ciudad.
Escribir
desinteresado un poema sobre la ciudad.
Escribir
despasionado un poema sobre la ciudad.
No
escribir un poema sobre la ciudad
Escribir un poema desde la
ciudad”
(de Un poema sobre la ciudad, p. 67)
(de Un poema sobre la ciudad, p. 67)
La tercera parte de esta
colección es una recapitulación biográfica en prosa poética centrada en la
abuela materna y que recaptura
y afirma la identidad del emisor poético, y que además de establecer la
genealogía personal e histórica del emisor poético pareciera re contextualizar
su identidad, por otra parte siempre en proceso de dilucidación en estos
poemas, luego del periplo u odisea por tierras extrañas, y previo a la
oximorónica Silenciosa algarabía, publicado en Perú en 2009, en que la
voz poética recapacita su estadía en Canadá, siempre urbana, y en cuyos textos
iniciales densos y con tendencia narrativa entregan elementos pluridiscursivos
desde el inicio.
Una
historia que no se puede fijar, nómada
y
errante Historia que no se cuenta Ni a sí
misma
siquiera...
(de
Una historia que no se puede fijar, p.95)
Versos que son una especie de
prolegómeno a nivel formal, de contenido y programático poético, de su
subsiguiente exploración del espacio de Ottawa, y por extensión de
Norteamérica, aquí básicamente un espacio urbano. Se trata de una historia
individual y particularmente anecdótica, colectiva, institucional, en que la
forma fragmentaria y los elementos yuxtapuestos provenientes de diversos
discursos y ámbitos de la realidad se combinan dinámicamente en un flujo
intergenérico. Aquí el ritmo se presenta como una apoyatura importante y se
descarta por completo la obsoleta noción de poema o verso, para retomarlo unas
páginas más adelante, en otro momento de este juego dialéctico entre opuestos
que se tienden a articular en el fárrago de esta poesía, subyacente y matriz de
la otra; una exploración
temática espacial más acotada, más visible, autobiográfica y anecdótica. El
largo poema intergenérico inédito “Huella descaminada” (página 113-118) nos
parece una recapitulación de los discursos y tropos del autor y su poética
Y
si hablo del desierto es de mí de quien hablo
y
no tomo el desierto porque sí, es del lenguaje
de
su cumplimiento en el tránsito de las arenas
de
lo que hablo. Recobrarme dentro de su forma
rastrear
sus límites y deficiencias—esas
son
mis búsquedas...
(de
Huella descaminada, p. 113)
La identidad es central a este
libro. Objeto explícito de la reflexión poética, y siempre una meta y un
problema, este tema explica en gran medida la diversidad de las indagaciones
expresivas formales y la exuberante variedad del contenido, primero por la
presencia histórica, individual y cultural del emisor poético en un país como
el Perú, de patente diversidad etnocultural, y después por la inevitable
influencia del entorno canadiense, país formado en su origen por tres
nacionalidades y posteriormente vuelto a conformar inacabablemente por oleadas
de inmigración sucesivas que le otorgan un perfil siempre mutante.
Tampoco está
ausente en estos poemas el motivo del viaje, fuertemente enlazado con el
anterior, más bien una transhumancia, que se hacen presentes y constituyen el
testimonio de la imbricación del poeta con el mundo contemporáneo circundante y
sus determinaciones animadas y objetivas, urbanas o naturales. Y de la
presencia y relación con los otros, especialmente de esos interlocutores que
privilegia y asoman en sus textos a veces como destinatarios lectores o
cómplices y otras como ese destinatario definitivo y que siempre tiende a
escabullirse: el yo del poeta.
Desde los
inicios y a través de todas las etapas concretizadas en los libros, está
presente la búsqueda del perfil y la sustancia del yo, los componentes de la
identidad —que implica la dilucidación de los orígenes y la presencia de los
demás y del otro, tanto genérico como privilegiado. Se echa mano a los
instrumentos poéticos y discursivos necesarios, de manera cada vez más acertada
y sin veneración por las formas canónicas establecidas de la poesía, pero sin
descartarlas, en un desarrollo que fluye y fluctúa en una multiformidad que
busca un perfil a la vez único y plural, que si bien no armonizará ni
sintetizará los opuestos a que se enfrenta la escritura, la poesía y la vida
—tarea imposible, nos parece— ofrece un camino válido, audaz, abarcador y
profundamente personal.
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