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Ciro Oyarzún Águila
Egresado de
Ir “al norte” a estudiar sin una beca de las que otorgaba el Estado era imposible. No había presupuesto familiar para eso, al menos en mi estrato social. Un pariente con fuertes relaciones en la provincia trató de conseguírmela. Era la época de
Con esos pergaminos en la mano, después de dos años de trabajo y de ahorro sistemático, me quedaba la gran aventura de abandonar el seno familiar y conquistar Santiago, como decíamos los de provincia y, más aun, si uno venía del finis terrae.
Comenzaba 1954 y también para nosotros la gran aventura. Digo nosotros porque con mi amigo Rolando Cárdenas Vera, que mientras yo trabajaba de electricista él lo hacia de alarife en
Al fin a bordo de un Barco de
En total una semana en barco con paso obligado por el Golfo de Penas. Aquí, mareos y vómitos colectivos.
De Puerto Montt debíamos seguir el viaje más “al norte”. Esta vez en el tren nocturno, veinticinco horas hasta la capital, en asiento de madera, en tercera clase. Locomotora a vapor, por cierto, para la época. De Puerto Montt al norte paisaje nunca visto y muy distinto al de Magallanes.
El tren se detiene en Santiago de Chile en un lugar llamado Estación Central, la más importante del país. Guardamos las cosas en Custodia. Estas son no sólo maletas, también grandes bultos con los colchones, sábanas, colchas y frazadas que
El único dato con el que veníamos como habitantes del extremo austral del mundo era que, al poniente de la estación de trenes, algo así como dos cuadras, estaba nuestro objetivo perseguido desde
Una larga fila para matricularnos, acreditar las notas, revisión médica. Al fin, aceptados.
En mis recuerdos se me pierden las gestiones con Rolando. En lo personal solicito una reunión con el Director de
Le cuento que vengo viajando desde Punta Arenas, en barco, en tren, que si no tengo una beca del gobierno no puedo estudiar porque mi padre tiene menos de tres meses de trabajo al año allá en
-¿Es verdad que vienes llegando de Punta Arenas?
Le contesto que sí y me dice:
-¡Te ganaste la beca!
Para mi era como haber ganado una Olimpiada o un Campeonato Mundial. Para conseguir una beca que consistía en techo y comida –es decir todo lo fundamental- tenía que mediar la gestión de un Senador, de un Diputado o de algún personaje político importante. En mi caso había sido fruto de mi propio empuje, el de un joven y bisoño provinciano, casi que en un extraño país: el Santiago del Nuevo Extremo.
Luego ocurre podríamos decir que lo inaudito. Las clases comenzaban dentro de 15 días y yo me encontraba en una gigantesca ciudad desconocida, solo, sin Dios ni ayuda, habiendo caminado solamente dos o tres cuadras de la urbe. ¿A dónde ir? ¿A qué hotel, a qué pensión? No recuerdo si fue angustioso o no, pero me salió de lo más natural. Le digo al señor Villalobos que hay quince días de vacío y que no tengo donde pernoctar hasta que comience a disfrutar de la beca. Le solicito, por tanto, que me permita descansar mis huesos en los dormitorios que ocuparía a futuro, que si me autoriza vuelvo a
Rolando y yo, cada cual a su manera, éramos ya alumnos de
Rolando, con quien estudié el sexto año de la escuela primaria en Punta Arenas y
Un 31 de diciembre, en algún año de la década de los cincuenta que no puedo precisar, esperaríamos el nuevo año en el bar Black and White de la calle Mercedes, en Santiago, disfrutando de algún vino tinto de dudosa calidad dado lo magro de nuestro presupuesto. El negro Palomino, peruano según mi entendimiento, tocaba el piano a maravillas y los parroquianos coreábamos las canciones.
En algunas noches sin término, junto con otros amigos, trataríamos de arreglar el mundo hablando de política o en acaloradas discusiones sobre poesía y otros entuertos, huéspedes del recinto siempre amigable y noctámbulo del restaurante El Bosco sito en el mismísimo centro de Santiago, en
Rolando viviría después durante largo tiempo en una modestísima pensión en calle Catedral, de esas con una luz mortecina en los pasadizos hijos de la oscuridad. En una de tantas noches la madrugada nos sorprende en un Santiago más amigable antes que ahora. Decidimos ir a descansar los huesos, en lo que restaba para el amanecer que ya aparecía con la urgencia de los deslumbramientos, a la pensión de luces moribundas. Después del descanso leve vuelve el ajetreo. Rolando me dice que irá en busca de algo para el desayuno. Regresa con unos panes, jamonada y un litro de vino tinto. Primera vez que me enfrentaba a un desayuno de tal naturaleza.
Añares después, cuando el gobierno de Salvador Allende, nos juntaríamos los domingos en el hogar de un matrimonio amigo en
Un amigo común me llamó un día para informarme que Rolando había muerto. Al fin lo velamos, creo recordar, casi sólo con la compañía de miembros de
Años más tarde se organizó el traslado de sus restos a Magallanes, actividad organizada por el mundo de la cultura. No recuerdo ahora cómo me enteré o cómo me avisaron. Se hizo un acto en
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