por Gregorio Angelcos
Los fenómenos que ocurren en las ciudades son percibidos por nuestros sentidos de manera subjetiva, y asimilados por la conciencia individual como hechos externos pero vinculados a la realidad a la que pertenecemos, porque formamos parte de estos procesos que están concatenados por las estructuras materiales y sicosociales que determinan nuestra reflexión y nuestra acción, sin que por esto se produzca una dependencia entre lo objetivo y lo interpretativo.
Los fenómenos que ocurren en las ciudades son percibidos por nuestros sentidos de manera subjetiva, y asimilados por la conciencia individual como hechos externos pero vinculados a la realidad a la que pertenecemos, porque formamos parte de estos procesos que están concatenados por las estructuras materiales y sicosociales que determinan nuestra reflexión y nuestra acción, sin que por esto se produzca una dependencia entre lo objetivo y lo interpretativo.
El hecho es una experiencia y la elaboración es su representación simbólica. Por tanto, la literatura urbana puede ser una reproducción de un instante de la realidad, pero su construcción intelectual introduce en su proyecto claros sesgos de ficción, que marcan la diferencia entre la experiencia y la narración que se crea.
La ciudad es una síntesis compleja entre arquitectura y humanidad, aquí el paisaje natural es parte del diseño urbanístico, es el hombre el que dispone conceptualmente de las formas y los espacios ecológicos como parte de la ambientación estética que merodearan a los bloques de cemento, las construcciones son el hábitat, este el principio que rige a cualquier urbe y por tanto los desplazamientos de la masa humana que se concentra en su interior, están dirigidos por la ideación previa de quienes la conciben.
Disponemos de una libertad artificiosa, pero regulada, de tal manera que el transito de lo rural a lo urbano, implica una renuncia inconsciente a los espacios abiertos que nos proporciona la naturaleza, y una incorporación al mismo tiempo, a la modernidad materialista con su progreso mecánico sistemático: transito establecido, normas de convivencia ciudadana, calles y avenidas para el traslado de vehículos y peatones, semáforos, cruces de calzada, sonidos ambientales de alto volumen, exceso de ruidos, y una dinámica vertiginosa a propósito de los compromisos laborales y funcionales que implican ser un integrante de las realidades urbanas que marcan la organización social desde un par de siglos a lo menos.
Pero el desarrollo de la vida en la ciudad está sujeto a rupturas y cambios permanentes, por tanto la experiencia del sujeto concreto sufre variaciones que implican una responsabilidad y un compromiso social constante, y una adaptación a las variaciones que experimenta el paisaje urbano, producto de la intervención de los que desde el poder de las decisiones políticas o tecnócratas ejecutan con la finalidad de ordenar los espacios para una habilitación más fluida de la convivencia social cotidiana.
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No siempre existe una relación de entendimiento entre la acción que se ejecuta discrecionalmente, y las necesidades que el sujeto urbano comprende como necesarias para vivir.
En la disfunción de este entendimiento surgen los conflictos que derivan en crisis, lo que provoca ciertos choques de intereses que se subordinan verticalmente, o de lo contrario, la integración colectiva genera oposiciones de rebeldía para conservar o transformar una decisión que a juicio de la resistencia es incompatible con su estilo de vida.
Por esta razón en la ciudad se mimetizan la esencia con la apariencia, la verdad con el engaño, la lealtad con la traición. En cada vínculo o situación que relaciona a dos o más personas, se genera una historia fugaz, que aparece entre las sombras que marcan el entorno de gruesas arquitecturas, y que desaparece con los desplazamientos que la dinámica de la ciudad nos impone con un ritmo que establece los tiempos de transito entre la comunicación y el silencio.
A la maraña de tipos humanos contribuye la división del trabajo, con su imperiosa carga de convertir la interacción en procesos orgánicos equilibrados y productivos. Así cada sujeto es un personaje de una eventual historia con una tradición cultural sustentada en la subcultura a la que pertenece. Por esta razón la narrativa urbana quiebra la estabilidad haciendo aparecer nuevas mitologías diferentes de la tradición, y destaca la voluntad racional de los hombres de vencer a la inercia histórica sometida a las leyes naturales.
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En la ciudad puede cambiar la fortuna y el destino de los hombres, Los estímulos y la imprevisión aumentan, imponiéndose un dinamismo propio de la civilización urbana, industrial y comercial.Situada en este escenario, la literatura de la ciudad es infinita como expresión de la variedad de seres humanos y la multiplicidad de situaciones a las que están expuestos en su duro camino por la cotidianeidad, pero también a sus distintos comportamientos sicológicos que se integran o que trastornan la relación con el medio social en el que viven.
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De esta manera, los escritores que se sitúan dentro de este ámbito de la literatura, disponen de una materia prima de grueso y espeso volumen, porque la realidad los provee de una riqueza existencial múltiple, donde cada hecho es el principio de un cuento o una novela, con personajes y situaciones cuyo perfil encuentra en estado embrionario, pero con un desarrollo suficiente para trabajarlo en la idea o en el concepto de una estrategia narrativa, que dará cuenta de un contexto social especifico.
De esta manera, los escritores que se sitúan dentro de este ámbito de la literatura, disponen de una materia prima de grueso y espeso volumen, porque la realidad los provee de una riqueza existencial múltiple, donde cada hecho es el principio de un cuento o una novela, con personajes y situaciones cuyo perfil encuentra en estado embrionario, pero con un desarrollo suficiente para trabajarlo en la idea o en el concepto de una estrategia narrativa, que dará cuenta de un contexto social especifico.
Los miedos de la ciudad se perciben en forma individual y colectiva, la opulencia o la decadencia están inscritos en el sello de sus calles, con sus formas y contenidos, la agresividad o la sumisión dependen de la cultura que se impone, y las formas de convivencia se hacen más o menos densas o confusas a partir del impacto conmovedor o patético que las normas fijan como criterio de regulación de las conductas humanas y ciudadanas.
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El narrador recoge estas manifestaciones y las dispone arbitrariamente haciendo uso de su libertad de expresión. De este modo la ciudad es un escenario del lenguaje, de evocaciones y de sueños, de imágenes y variadas escrituras, desde luego, es un escenario para lo literario. La ciudad, al igual que la novela, es un cruce de miradas, de discursos y de diferentes lenguajes.
El texto urbano oscila entre los sociológico y lo antropológico, incorporando el imaginario urbano, que se deslinda entre lo existente, y lo que el autor es capaz de idear para describir con las variantes de su propia inventiva una realidad que está situada en un contexto, y que al arrancarla de su evolución natural, la circunscribe, con la finalidad de provocar un escenario de conciencias automatizadas, que actúan o reaccionan al servicio de una problemática que el narrador quiere grabar.Y así detiene el tiempo en un suceso cuya racionalidad o irracionalidad lo asedia, obligándolo a encontrar una solución al enigma que el mismo inició, y que debe terminar como respuesta a sus propias sombras cognitivas que forman parte del acontecimiento que narró.
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