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Poeta. Santiago
Cuando el casco histórico del puerto de
Valparaíso fue declarado, por la UNESCO, patrimonio cultural de la humanidad en
el año 2003, lo que además incluía un importante apoyo económico, sus
habitantes pensaron que el rostro del puerto sería objeto de un profundo
remozamiento, el que también alcanzaría –sin duda- a los quince ascensores que
se mantenían funcionando. Esto no fue así y hoy la mayoría de ellos se
encuentran detenidos o en “reparaciones” eternas. Recordemos además que los
ascensores de Valparaíso fueron declarados monumentos históricos por el Consejo
de Monumentos Nacionales. El más antiguo de ellos –el ascensor Concepción- fue
inaugurado en 1883.
Sobre el total de ascensores que en
algún momento hubo en el puerto el poeta Juan Cameron, en el libro Ascensores
porteños (Ediciones Altazor, 2002) narra que “Valparaíso habría contado
alguna vez con 30 funiculares si consideramos los quince en funcionamiento, los
once en desuso o desaparecidos, los tres que pudieran haber existido y no se
tiene memoria (Las Delicias, Toro y Las Zorras) y el funicular, en actual
servicio, propiedad del Hospital Van Buren” (…) “Los ascensores desaparecidos,
en orden fundacional, son Bellavista (1897), Panteón (1901), Esmeralda (1905),
Arrayán (1905), La Cruz (1908), Santo Domingo (1910), Placeres (1913),
Ramaditas (1914), Merced (1914), Las Cañas (1925) y Perdices (1932). Varios de
ellos podrían aún recuperarse”. El término funicular que utiliza Cameron se
debe a que efectivamente sería el concepto correcto para denominar este medio
de transporte y ascensor, propiamente tal, lo sería sólo el Polanco. Lo
concreto es que todos los funiculares se han popularizado con el nombre de
ascensores y es ésta la expresión utilizada mayoritariamente para referirse a
ellos.
Los ascensores de Valparaíso más allá de
su atractivo turístico cumplen una función social, pues trasladan (o
trasladaban) diariamente a miles de pobladores que habitan en la parte alta de
la ciudad. La geografía del puerto, y el hecho de que su población resida
mayoritariamente en los cerros, convierte a los ascensores en un medio de
transporte esencial para los porteños. De los quince ascensores que sobreviven
cinco son de propiedad municipal (Barón, Polanco, Reina Victoria, El Peral y
San Agustín) y el resto está en manos de empresas particulares (Florida,
Mariposas, Monjas, Lecheros, Larraín, Villaseca, Espíritu Santo, Artillería,
Cordillera, Concepción), aunque la idea que ronda hace años es que el municipio
adquiera los ascensores manejados por privados y construya una red eficiente y
moderna de transporte que interconecte ascensores, trolebuses y el Metro
Valparaíso. La adquisición de los ascensores por parte del municipio se entraba
por la falta de recursos, los que perfectamente podría haber facilitado el
Estado de Chile hace mucho tiempo, pero al parecer a los habitantes de La
Moneda no les interesa mejorar la calidad de vida de los habitantes de nuestro
principal puerto en cuanto a transporte público se refiere. Los ascensores
funcionando en estado óptimo serían un plus indudable para la ciudad. La
miopía y desidia de las autoridades provoca indignación. Lo mismo provoca el
deterioro del casco histórico y la falta de políticas patrimoniales que estén a
la altura de las circunstancias.
Obreros, oficinistas, dueñas de casa y
estudiantes, bajan diariamente al plano o transitan hacia un cerro vecino
utilizando estos funiculares o ascensores para cumplir con sus deberes y
abastecer sus necesidades. Por lo tanto el impacto social que provoca el mal
estado de los ascensores, o que éstos se encuentren detenidos, es alto.
Valparaíso es denominado “puerto principal”, “capital cultural”, ha sido objeto
de innumerables poemas y canciones y posee un encanto que no pasa
desapercibido. El problema está en cómo se aprovecha todo eso, comenzando
porque las autoridades mantengan el patrimonio del puerto en las mejores
condiciones posibles. Valparaíso –así como otras localidades del país- merecen
mayor preocupación y seriedad de parte del gobierno central.
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